Miguel Arteche Salinas

Nombre: Miguel
Apellido: Arteche
Fecha nacimiento: 4 de junio de 1926
País, ciudad: Chile, Nueva Imperial

Arpa rota en la lluvia


Cuando la lluvia tenue detiene los recuerdos
Sobre el mar solitario; cuando el tren ha pasado
Dejando en los durmientes sus metálicas furias;
Cuando tiembla el almendro tocado por los muertos;
Cuando la breve música te borra las distancias
Y silencioso escuchas que tu cuerpo ha partido,
Que sólo estás en otro cuerpo que te recuerda,
Vibra tu mano rota mordida por la lluvia.
Murmullos de la muerte, que ascienden lentamente
Por tu cuerpo deshecho, hace brotar la lluvia,
Cuando alguien pisotea tu cabello extendido
Y tu ramaje yerto poblado por el viento.

Arriba

Canción del río indiferente

Cuando las soledades metálicas de las ruedas hicieron
Vibrar tu cabeza rasgada por estrellas
-Rápido, señorial, antiguo,
Inmutable, prisionero por las islas de arena-,
Reposaste fluyendo, en la noche, en la muerte.

Cuando la punta yerta de la flecha se hundió en tierra,
Y el cuerpo sigiloso del conquistador, vencido, cayó en tierra
Haciéndose igualmente hueso: tú entrabas en el mar,
Te detenías huyendo, en la noche, en la muerte.

Cuando todo sea olvidado (porque todo será olvidado);
Cuando no recordemos quiénes fuimos bajo ese árbol que ha de ser una mesa,
Y cuando la mesa se transforme en el fuego,
Y cuando todo se restituya en ti -¡oh madre tierra!-, en tu terrón amargo:
Tú fluirás cantando, seguramente cantando
En la noche, en la muerte.

Arriba

Comienzo

El jardín se ha posado en mi jardín.
Toda su galaxia resplandece a medianoche.
Los árboles destellan, las flores fulgen.
Tiene el césped una tersura de nimbo.
Bajan los transparentes
Y de sus cuerpos surgen peldaños de escala.
Los radiantes me llaman con sus cristales.
Mis años descienden en el cáliz de un instante.
Los centelleantes me han rodeado
Y me tienden sus ojos de oro.
El amor es una paloma de fuego que elevan.
Por fin llegaron.

Arriba

Cuando se fue Magdalena

Cuando se fue Magdalena.
Cuando tan lejos se fue.

Nadie supo si llovía
La noche de su partida
Cuando se fue Magdalena,
Cuando se fue.

Nadie vio si se alejaba
Por el mar y la montaña.
Nunca se fue Magdalena,
Nunca tan lejos se fue.

Nadie dijo si algún día
Magdalena volvería.
Nadie sabe.
... Yo lo sé.

Nunca volvió Magdalena.
Yo, que estoy muerto, lo sé.

Arriba

El café

Sentado en el café cuentas el día,
El año, no sé qué, cuentas la taza
Que bebes yerto; y en tu adiós, la casa
Del ojo, muerta, sin color, vacía.

Sentado en el ayer la taza fría
Se mueve y mueve, y en la luz escasa
La muerte en traje de francesa pasa
Royendo, a solas, la melancolía.

Sentado en el café oyes el río
Correr, correr, y el aletazo frío
De no sé qué: tal vez de ese momento.

Y en medio del café queda la taza
Vacía, sola, y a través del asa
Temblando el viento, nada más, el viento.

Arriba

El regreso

El viento trae arenas, pero en la arena viene
Escondida la nueva semilla de la sangre.
El invierno infinito pasó sobre nosotros.

En la altura los filos de la nieve perdieron
Su transparencia aguda, sus varas de furores,
Y penetró en la roca la mañana.

Pupilas
Rodaron jubilosas. Trajo el beso de ese año
Olor de amor, ¿recuerdas?, y las islas estaban
Cubiertas por la lluvia.

Nunca sabe uno en dónde
Encontrará la puerta, nunca sabe si el viento
Sopla desde los huesos o viene hacia los últimos
Aposentos huraños de los huesos marchitos:

Uno sólo pregunta en dónde nace; se oye
Soplar, gemir; se mueve entre las manos; sube
Hasta los ojos; taja los vértices del sueño,
Y luego escapa solo.

Nunca sabe uno en dónde
Encontrará la puerta: mas cuando ya está cerca,
Uno toca asombrado las ígneas llaves: toma

Todo el largo camino -¡la sal, el pan,
El corazón oscuro del pasado, los ídolos
Acurrucados, negros, la estación de los huesos,

Los idos para siempre! Y ve que la mañana
Gloriosa se alza, mueve las ramas vigorosas
De los árboles nuevos, y fulmínea arremete contra los campos.

Solos, bajo el azul henchido
Contemplamos el valle silencioso.

Cansados nos detuvimos.
Todos los brotes parecían
Aguardar la llegada del nacimiento.

¡Mundos extendidos, lejanos! ¡Centelleantes corrientes!;
¡Morosos animales recibían la tibia
Resonancia de soles! ¡La tierra adelantaba
El sonido perfecto de la estación!

¡Oh espacio núbil, nuevo del cielo!
¡Sobre los cuerpos, árboles que aguardaban los sellos!

¡Oh valle extenso y solo,
Cuánto te recordamos en el desierto, cuántas
Veces te recorrimos, cuántas veces te odiamos bajo la lluvia negra!

Los dos miramos.
Solos
Descendimos cantando. Todo el aire se hundía
En nuestros pechos.

Trajo el viento hacia los dedos
Las semillas que luego metidas en la muerte
Surgirán en alguna madrugada terrible,
Y espadas luminosas volaron sobre el cielo
Hendido. Nadie.

Solos entramos en las calles;
Vimos surgir entonces las furiosas raíces,
Y zumbaron las alas, los ojos membranosos;

Las pezuñas golpearon los techos.
¡Ay, ciudad
Sitiada por los peces y los gélidos hombros
De las rocas!

¡Murmullos de voces sigilosas
Roían los umbrales!

En las plazas desiertas
Vacíos trajes vimos con vacíos señores
Que buscaban, a ciegas, ese estrecho y sombrío

Pasadizo que corre de un cuerpo a otro cuerpo.
¡Oh muro ennegrecido!
Llovió sobre la tarde:
Combada en pétreo filo entró la noche.

¡Muros
Solos del parto, muros poblados de la tumba!
¡Paredes llenas de ojos felinos!
Nadie.

Llueve
Inmensamente. Toda la oscuridad penetra
Entre las calles, muerde, astilla las ventanas;
Esteros sucios tragan tinieblas.

Llueve.
Llegan
Voces, las olas braman trayendo negros truenos,
Devorando las costas.

¿Dónde entrar? ¿Dónde entraron?
Los oficios se han ido, los nombres brillan solos
Sobre el bronce, las copas se llenan de agua -¿dónde
Están?-, el agua arrastra los trabajos, la tinta
Y el tiempo de los verbos.

¡Oh lluvia: limpia, lava
Los cimientos del polvo! ¡Oh lluvia: criba el tuétano
De la edad: bate, bate!

La calle se estremece.
¡Vamos a volver, vamos a regresar!
¡No vamos
A regresar!

El viento sopla un amanecer.
Detrás de las columnas del mundo se levantan
Las puertas poderosas.

El agua estaba cerca
Del horizonte: toda la lluvia sube al cielo.

¡Ay madrugada: vienes, no tan pronto, tan pronto
Sobre nosotros; llegas interminable; subes
Al trono incandescente de la nube; caminas
Sobre el fuego del ojo! ¡La inminencia, inminencia
De las copas que vuelan por el aire! ¡Vendimias
De la cólera! Vienes, madrugada, tan pronto
Sobre el lagar oscuro de la ira.

¡Despiertas
En medio de la noche que termina: te llaman
Con los escalofríos porque alguien está ahí,
Porque alguien ya te lleva, te arrastra hacia otra parte
Oscura, tenebrosa!

¡Oh madrugada, deja
Tu sello inmarcesible sobre nosotros!

¡Toda la mañana arrebata las últimas esquirlas
De la sombra, dispersa todas las formaciones
Del polvo muerto, cae en los rincones verdes
De la planta, ilumina los trigos inmortales de la sabiduría!

¡Se cierran los cerrojos
Del abismo! ¡Murmullos antifonales ruedan
En el azul! ¡Se encienden las paredes altísimas
En las habitaciones del sol!

De la distancia
Rueda un silbido apenas, ¡el llamado atraviesa
Los látigos lejanos del pasado!

Y el año corre, avanza.
Por eso corremos en la tarde,
Mientras tocan campanas debajo de los muertos,
Y el mundo está cambiando, y en los huesos nos canta
Un murmullo.

¡Raíces rodean la alta roca!,
¡Los árboles inundan la mañana esplendente!,
¡El torbellino silba las nubes que se cierran
Y un vértigo de cascos atraviesa los filos
Del horizonte! ¡Suben los humos!

¡Árbol, panes para lavar tristeza!
Despiertos esperamos
Todo el amor, la gloria terrible de los besos inmortales.

¡Oh muerte!, ¿dónde está tu victoria,
El aguijón perenne?
Cantamos.
Toda el agua
Cayó sobre nosotros.

¡Oh corazón, oh roca
En que se apoya el mundo!, ¡oh fuente nueva, tiende,
Tu corazón encima del granito flamígero!

¡El aceite encendido desciende desde el árbol!
¡Manan panes!

¡Oh piedra! ¡Oh roca majestuosa!
¡Sobre tus fundamentos tú sostienes el mundo!

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Esta dama

Esta dama sin cara ni camisa,
Alta de cuello, suave de cintura,
Tiene todo el temblor de la hermosura
Que el tiempo oculta y el amor desliza.

Esta dama que viene de la brisa
Y el rango lleva de su propia altura,
Tiene ese no sé qué de la ternura
De una dama sin fin, bella y precisa.

Aunque esta dama nunca duerma en cama
Parece dama sin que sea dama
Y domina desnuda el mundo entero.
Esta dama perdona y no perdona.
Y para eso luce una corona
Esta dama que reina en el tablero.

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Hay hombres que nunca partirán

Hay hombres que nunca partirán,
Y se les ve en los ojos,
Pues uno recuerda sus ojos
Muchos años después de que han partido.

Pueden estar lejanos,
Pueden aparecer a medianoche
(Si están muertos)
Y jugar a que viven.
Pero siempre, con la desolación de su ausencia,
Uno comprende que no han vivido en vano,
Y que su esperanza
Es la única esperanza digna de ser vivida.

Y los hombres que nunca partirán
Suelen no aparecer en los periódicos,
No se habla de ellos en las radios,
Su imagen no gesticula en la televisión:
No son gente importante,
No circulan entre las altas esferas.

Son aquellos
Que aceptaron el sufrimiento
Y lo hicieron suyo para la salvación de otros hombres
Sin decir una sola palabra:
Pero dejaron abiertos, bien abiertos sus ojos
Para que nunca los olvidemos cuando ellos hayan partido.

Arriba

Himno al dios del otoño

Cuando soñando baja
De los cielos perdidos tu silueta,
Alguna niebla entre los cuerpos
Recuerda a las terrestres criaturas
Que tu reino comienza.

Temprana ya la lámpara
Abandona su luz sobre la estancia,
Cuando el poeta contempla en la ventana
El mar alado, mirando su amor en soledad
Diluirse entre las nubes ligeras.

Tu mano, como regalo hermoso,
Deja caer en nuestros pechos
El amarillo baño de tus bucles,
Bajo la incierta luz,
En tanto allá los ángeles
Aumentan la tristeza
Del amor perdido, y con gestos melancólicos
Abren sus ojos lentamente,
Bendiciendo tus serenas miradas en la noche.

Vas llenando el espacio aéreo con sonidos,
Doblando por los muros cansados,
Y acompañas los deseos de los amantes,
Mientras enamorados abren hacia tus ojos
Sus deslumbrantes pechos adormecidos.

¿Qué ave gozará de tu cuerpo
Sin posarse ligera sobre las ramas solas?

Hacia el silencio oscuro,
Sobre las frentes lentas,
Sueñan los dioses que a la tierra te envían,
Adoran tu voz de niebla
Y tus sonrisas tristes,
Cuando llegando caes
Sobre los campos bellos,
Girando en las espigas altas,
Muriendo en los zaguanes,
Haciendo renacer la tristeza entre los patios.

Cuando en antiguos bosques pasas,
El viento del sur
Esconde tu recuerdo en las maderas,
Clarísimos olvidos de tristeza
Ciñen tu frente melancólica.
Vagando de costa a costa
El frío claro y azul que de tus venas
Infundes con gozo, de graciosa manera
Siento renacer: el hábito del sueño,
El sueño en el sueño, el agua en el agua,
Todo aquello que siendo hermoso
Pasa sobre nuestras impuras frentes;
Todo aquello que siendo triste
Alcanza nuestros labios, besa nuestros ojos,
Roza a los amantes que cohabitan en silencio:
Así cubres con gracia bondadosa
La dolorosa fatiga de sus cuerpos,
Abandonados y tristes cuando el deseo escapa.

¿Hay algo, Dios ausente, que el poeta
No puede penetrar tras los lejanos cielos?

Bello hermano, las brumas
Esbeltos vahos de tu boca;
Tus alas, lentas nubes
Sobre tu corazón que adentro
Oculta el verde, el azul,
La planta dulce de la primavera.

Memoria del aire, cuerpo amado,
Genio bondadoso que entre los hombres cantas,
En la soledad de mi nocturno lecho
Vives conmigo, con las imágenes amadas.
Sobre la madrugada, apenas la lluvia
Cae como una rosa oscura
Delicadamente sobre tejados oscuros,
A mi lado, con la tristeza de quien no tiene a nadie,
Cuando mueres,
No sé si muere alguna cosa dentro de este cuerpo mío;
Cuando escapas,
Así la vida escapa hacia las nubes.

Arriba

La ascensión

El viento arrastra al mar las arenas y escapa.
Fue en el verano viejo. Las raíces y el sueño
Cubrieron ya los cuerpos enterrados. Entonces

Vino otra vez el viento. Luego fue la partida.
Los imperiales fuegos devoraban terrones,
Arañaban las bocas troqueladas en tiempo.

La invencible mañana: las fuentes del estío:
La vastedad de piedra dilatada: el silencio
De la tierra: y el júbilo de aquella madrugada.

El aire nos talaba y adelantó las ruedas.
En ti nos recogimos, rayo extenso del águila
Sentada en el extremo del mundo. Tren pequeño:

El continente entero respiraba en tu espalda.
Entonces nos llevaste. De dos en dos subimos.
Te mirabas. Reías. Cantó el verano. Nadie.

Atrás dejamos todo, y lo perdimos todo:
La pesadez del ojo bajo el azul caliente
De la mañana; el húmedo restallar de los labios;

Tus cabellos tejidos; el anillo de llamas
Mordido en la cintura; los días, esas manos
Sobre amarillos ramos; esas voces sumidas

Por la grandiosa roca del año.
... Así viajamos.
El mediodía estaba desprendido en la altura.
Y subimos. ¡Y el viento! ¡El granito! ¡El silencio

Del aire! Nosotros cuatro juntos.
Y ya no somos. Fuimos. ¿Y serenos, recuerdas?
Todavía en la sombra brilla alguna mirada

Fosforescente, vuelve todavía el pasado.
Lo terrible no es eso. Cuando se cumple el tiempo
De los viejos, y un niño renace de esa muerte,

Y está todo en el término que fuera señalado:
Sólo hay un hueco, un hijo de la tierra, una cifra
Para este mundo seco. Pero nosotros, ¿dónde

Cumpliremos los meses que olvidamos un día?
Hace falta ser viejo para entrar en la muerte,
Y entonces sólo había cuatro rostros perdidos.

Y ascendimos. ¡La brisa! ¡El escollo! ¡El silencio
Terrible de la noche combada en pétreo filo!
Y subimos. Y estaba toda la gran altura

Quemándose en la curva del espacio. Buscamos
Toda esa noche el río. Y cuando estuvo cerca:
Nos miramos los rostros sin encontrar los ojos;

Nos vimos separados por una luz extraña.
No hay regreso; hay partida de regreso: hay lugares
Para ver el pasado -en la fotografía

Amarilla, en la lluvia del adiós, en el cuerpo
Besado-: y hay momentos para tomar las llaves
Y arrojarlas al vado tenebroso, al bramido

De la ola y el trueno. Pero el tiempo más duro
Es el que nos impide seguir en el camino.
Entonces nos cantaron las voces sigilosas,

Nos vimos separados por esa luz extraña.
Y era un frío, ¿no es cierto?, y era un torrente helado,
Mi amor, ¿ya no recuerdas?, ¿no es verdad que temblaste

Bajo la inmensa tela de tinieblas? Y el río
Sonaba en su pequeño pulso de agua escondida.
Temblando sumergimos los cuerpos largamente

Desnudos, solitarios. Pensé en la casa entonces:
Pensé en el viaje muerto y en el muerto que fuimos:
Recordé la partida del barco: el golpe

De Castilla y el polvo
De España dividido por los antepasados.
Volví a escuchar sonidos de mis pasos: estaban

Las cartas que fluían sobre el hueco del tiempo.
Ya no soy y eso he sido. Nuestras vidas: perdidas.
Pero algo enseña siempre la carrera del año.

Ninguno de nosotros podrá ser lo que ha sido.
A lo más tendrá ausencia, si es que puede pensarla
Cuando llegue la tarde con la vejez de silla.

Todo será palabra referida a palabra:
Miedo, rabia en la tarde, temor del viejo que oye
Llegar la tarde: sombra, locura que aparenta

Indiferencia: frío del polvo justiciero.
¿Y estaremos entonces para decir lo escrito?
¿Qué ha sido de nosotros? Tantos idos por siempre...

Ignorados los nombres... las manos... y los ojos.
Sin ser, sin estar siendo, a pesar de que fuimos.
Sumergirnos temblando los cuerpos y esperamos

Siete días al borde de la corriente: cartas
Llegaron. Luego: alguna. Luego: la carta noche.
El puente estaba roto: la marca derrumbada

Del granito pesaba sobre nuestras espaldas.
No podemos volvernos. Tal vez ya no podemos
Volvernos. No pudimos volvernos. ¿Y a qué altura

Sacamos nuestros panes y extendimos las mantas?
"Es la hora del hambre, pues suenan ya los timbres
Del hambre. Y dime entonces: ¿Ya ha llegado? ¿No es cierto?

Y dime -no te vayas-, ¿es que sabes la hora
En esta altura donde los relojes se paran?"
La fuerza de la luna sujetaba los ojos:

El gran rostro magnético del espacio: la estrella
Oteando, traidora, los cuerpos ensañados:
El aliento de escarcha de las piedras inmóviles:
La quietud espantosa de estar algo aguardando:
Y azul, azul profundo: profundo azul oscuro
Más profundo: insondable: y negro azul y negro

Volviéndose infinito: y la luna más negra
Y el espacio y la estrella negreándose, negreándose.
Y vino el frío oscuro... Pero en la noche oímos

Respirar suavemente. Una, dos, tres estrellas
Brillaron en el pecho del sur... voces ignotas
Gritaron nuestros nombres. Levantamos los rostros.

El agua estaba cerca. Subió la luz de nuevo
Cantando: jubilosa entró en nuestras pupilas,
Y cuando nos llamaron, entramos en las aguas

De fuego y esperanza. Sobre la madrugada
Creció el árbol inmenso. Y encima de sus ramas
Temblando vimos toda la eternidad del mundo.

Arriba

La niña de la oscuridad

La niña de la oscuridad,
La niña que tiene el rostro en la oscuridad
De los jardines sombríos:
En donde llueve y nadie sabe
O sólo sabe que la niña lleva
La mitad de su rostro,
La mitad de sus ojos:
La niña
De la oscuridad,
Volado el rostro,
El rostro en sangre que derrama
Sobre las flores: la niña que me llama
Sobre la lluvia que no cae,
En su mitad perdida,
En los jardines sombríos de la tierra.

Arriba

Los días que la ausencia ha devorado

Nunca olvidarás la calle bajo la luz extraña
De septiembre, una tarde; no olvidarás
Olores del café que dormía en la taza,
Pero tal vez olvides algo, tal vez se ausente algo.
Y ahora sólo escucho el sonido de la noche
Que cae de la playa, y no hay nadie,
Nadie que te recuerde, nadie
Sino los vientos
Marítimos, las voces de los niños, y el perro
Que duerme todo el día como espejo aburrido,
Nadie sino el azul dormido por la playa.

Entonces la penumbra rodeaba los sillones
Y desde alguna parte la música subía,
La música mojaba tu ardiente corazón,
Y desde alguna parte, desde una parte gloriosa,
Tu voz que conversaba derramaba los días
Futuros de nuestras vidas, acentuando, invisible,
Lo que apenas pensaba la memoria lejana.

Compañero presente, no queda nada
Sino el silencio de la casa,
Los días que el amor ha devorado,
Tu rostro que brilla en las paredes
Acentuando la nostálgica luz de la luna,
Los pasos que acercaron su carga de deseos
Hacia el río desierto; y sólo el eco
De esas largas conversaciones rotas
En la orgullosa y perdida tarde final de un año,
Las palabras llenas de alcohol bailando
Delante de nuestros ojos; es decir, queda un nombre
Que recorrió veredas sucias, pobres, tiznadas
Por la luz de un crepúsculo;
Y ahora, compañero, las mañanas ansiosas
De estudio interrumpido caen entre mis manos
Y desde el parque viene la bocanada amarga
De aquello que responde sólo a un pasado muerto.

Abrid, abrid las puertas silenciosas
Que el tiempo no ha tocado; dejad que entren los cuerpos
A ocupar su lugar; dejad que el lecho curve
Un arco distendido de pieles ardorosas;
Dejad que alguien devore los días. Sólo queda
En la casa de antaño un viento que recorre
Cuerpos aletargados: un viento que levanta
Días donde las ciénagas reciben cuerpos muertos,
Días que retroceden del día que dejaron,
Días que sostenían una nueva estela,
Una burbuja apenas
Sobre el agua callada que alguien bebiera solo.

Arriba

No hay tiempo

No hay tiempo si en el agua de diamante
Que roza nuestros cuerpos
Tú y yo nos sumergimos: el agua tuya con el agua mía
De tu boca, y apenas el hundir
De los secretos labios en el mar.
Sólo tu piel abierta
Como la abierta noche de la noche
Donde tus muslos amanecen.
Y el silencio en los olivos.

Arriba

No tiene

Los mocasines negros,
La sangre púrpura,
El corazón negro,
El solideo púrpura
Las uñas negras,
La fascia púrpura
Que rodea una barriga negra,
Los labios purpúreos,
Las hebillas de oro del poder negro,
La sotana negra de sedosos frufrúes
Que silban si el prelado
Muy airoso en perfume camina.
Todo esto se vende
En las tiendas de Roma exclusivas.

Y no tiene el hijo del hombre dónde
Reclinar la cabeza.

Arriba

No tuvo

No tuvo príncipes,
No tuvo tiranos de botones dorados
No tuvo simoniácos
Que intentaran comprar los dones del Espíritu
No tuvo consejeros falsificadores
Ni biombos bípedos
No tuvo traidores salvo dos
(Uno murió crucificado,
El otro en los colmillos de Lucifer).
Sobre todo no tuvo príncipes.
¿Por qué príncipes?
¿Por estar entre los primeros,
Ser los primeros o ser los últimos?
Sobre todo no tuvo aduladores.
Los aduladores, como se sabe, están
Hundidos hasta el cuello
En una laguna de excrementos.
No tuvo cardenales trepadores
Ni papas que murieran en olor de maldad.
No tuvo.

Que Dios se apiade de ellos.
Y de nosotros.

Arriba

Relación de medianoche

Si entras a esa casa, a medianoche,
Si entras en ese mundo,
Y sigiloso y en puntillas dejas
Quietas las manos, con cuidado
No respiras, y si los ojos fijas
En una hoja de papel en blanco
Por algunas semanas, y luego te desprendes,
Aunque es difícil, de tu cuerpo,
O si lo dejas en los años que te quedan
Por vivir, y nadie hay en la casa,
Y nadie hay en el mundo de la casa:

Verás que el cigarrillo enciende al fumador,
Y el vino se bebe al embriagado,
Y el libro lee a su lector,
Y la chaqueta se viste de su dueño,
Y el pan engulle a sus hambrientos, y el espejo
Se mira en el azogue de la dama,
Y de improviso se enciende una pared,
Y asoma una cabeza, y la saludas,
O muy de súbito sale de tus hombros
El niño que serías, y lo besas,
O una mano en el aire arroja de improviso
Abejas de oro sobre tu cabeza,
O ves llegar la madrugada
Y te duermes
En otra casa, y en el sueño tratas
De buscar lo que has perdido:
Ese mundo real que ya no tienes,
Porque entraste en el mundo de los ojos irreales.

Salvo que entraras de nuevo en esa casa...

Arriba

Tierra ausente, no has de volver jamás

Por eso, cuando el vientre sinuoso del alcohol te rodea;
Cuando las luces de las calles resbalan por tus ojos
Como extrañas bocas planetarias;
Cuando -con los puños ardientes-, preguntas por el pasado que te
Escupe las entrañas,
Tú escuchas, bajo el eterno
Y solitario corazón de la noche,
El respirar, la angustia, las historias anónimas
De millares de cuerpos ya desvanecidos
Bajo embelesos negros y el incansable
Sueño del tiempo que hunde sus cinturas heladas.

¡Si pudiéramos volver, si en los amargos grumos de la noche
Oyéramos el incesante rumor distanciado
Del tren que avanza al sur! ¡Si fueses tú el que vuelve,
En la inminencia fría de nieve melancólica,
Sin nada más! Pero, ¿por qué el regreso,
Para qué ese silencio de otras caras marchitas
Que han de mirar sin conocerte? Preguntarás en vano,
Por qué eres un extranjero en el hogar de arena
Que elegiste. Dirán con gestos de cansancio:
¿Quién es este que vuelve encallecido?

Y ahora recuerdas el regreso de la vieja tormenta que sacude la casa.
Sientes la jubilosa garganta de la tierra
En octubre encantado, cerca de los volcanes.
Oyes la voz helada, las funerales sílabas
Del padre tenebroso que nunca conociste.
Recuerdas unos inmensos ojos de ternura inclinados
Al borde de tu noche. Y la tormenta oscura
-Que muerde, temblorosa, la casa desierta-
Vuelve a inundar las piezas solitarias.
Aparece en el cielo el incendio de los bosques;
Las cenizas cubren la provincia. En la mañana
Te despiertas y escuchas las campanadas
De la lluvia y el violento
Golpe de las ciruelas al caer en el suelo.
Oyes que los vecinos comentan, sigilosos,
Los recientes temblores, y un hálito de brujos
Corrobora sus voces. De improviso, y gloriosa,
Ves surgir la mañana -rápida, limpia, fría-
Sobre el azul secreto del lago, y en sensuales
Sábanas desperezas tus miembros recordando
La herida del amor y de la amante.

¡Oh, vuelve,
Vuelve, mágica noche, si abrazados rodamos
Por un espacio tibio! ¡Mágica noche tuya
Y del amor, ya nunca ha de caer tu tierra
Rota con hachas asesinas! ¡Ya nunca, oscura boca,
Has de volver a destrozar olvidos,
Mientras el tiempo oscuro te trae, silencioso
-En esta habitación que el Guadarrama mira-,
Reunidos recuerdos! ¿No escuchaste en la noche
La voz del pájaro maligno perdido entre los bosques,
No sentiste el brutal desgarrón de la sangre
En cierta primavera, cuando te despertabas solo
Y un tibio resonar de inmortales promesas
Y deseos te mordían en el lecho?

Y ahora sólo el sueño
Y la ausencia del tiempo tiemblan en tu garganta.
La prodigiosa, insondable, luz de Castilla surge,
Brota desde la tarde y sin embargo vuelves
Las memorias a inmensas cordilleras de nieve.
¡Oh días de promesas solitarias sin nombre
Junto a la lasciva nieve, mientras la rata muerta
Del silencio se alzaba desde la cordillera!
¡Oh retorno imposible de la amante escondida
Que sepultada yace buscando unas raíces!
Oyes las voces de muchachos que vuelven
De un verano marino y un letargo de arenas.

¡Oh, gira, gira, noche!,
¿No estás tranquila, no esperas nada
De todo lo que duerme detrás de aquellos pasos
Sembrados en tu pecho? Y algo se mueve ahora
En la noche y recorre los corazones yertos,
Y algo grita en salvaje, desconocido llanto,
El lenguaje de oscuras profecías. Y sientes la madrugada,
La inevitable y gloriosa y desierta madrugada.
¡Oh tierra, tierra ausente, no has de volver jamás!

Arriba

Última primavera

La luz bajaba desde la colina.
El sonido de un tren, un paso que he perdido.
Juventud, herida de otro tiempo,
Te alejas soñolienta
Como una verde lámpara sepultada en la noche.

Algo silencioso
Estaba junto a mí. La lluvia
Penetraba los techos perfumados.
Juventud, perdiste tu campana antigua,
Tu yelmo mágico,
Tu vara transparente.

Esta es mi habitación. Esta tu llama.
Este el vestido. Esta tu cintura.
"Tu nombre", dijiste, "se ha perdido en la sombra
Búscalo más allá, detrás de las colinas".

Era yo el que cantaba.
Nadie ha de saciar nuestro encuentro perdido.
Me perdí en el bosque. Partiste a los canales.
La luz bajaba desde la colina.

Arriba

Vagabundos en la noche

Te llama el sur esta noche, te llama como nunca
El corazón secreto de la lluvia, te llama un perfume
Dejado en la distancia y que regresa ahora.
¿Hay algo para el cuerpo que espera con nostalgia,
Algo para su sed, para el canto que escapa;
Hay algo, viene algo por el cielo, no oculta la cordillera
Nuestra pregunta insomne, no guarda su pecho oscuro
La respuesta a ese tiempo que desde el mar avanza?

¿Es eso lo que recuerdas, es ese ser oculto que por las calles canta,
Es ese vagabundo que duerme en la basura,
Con los zapatos rotos y la cara hacia el cielo,
En una horrible mueca?
¿Es eso lo que recuerdas, es eso que por las ramas
Insiste en la primavera:
La joven esposa muerta, la huella de los hombres
En el parque mojado? ¿Era eso en la noche,
Eran las luces secas de brillos petrificados
En las calles del lujo?

Para ti, tierra, las vidas de los hombres solitarios,
Los niños harapientos jugando entre la lluvia,
Los nombres, las fechas y las personas muertas;
Para ti las tormentas, las colinas purpúreas,
Las castañas en duros zurrones afilados,
Las lámparas en grandes
Habitaciones, los vientos,
Los vientos sobre plazas desiertas,
Mientras las hojas secas en el sediento asfalto
Acumulan la futura lluvia que aparece.

Es cierto: porque cuando pasas sobre la noche;
Cuando, sigilosamente, aparece la lluvia,
Y recuerdo los seres que pasaron,
El calor de unas sienes doradas por el vino;
Cuando cruza el otoño -rojo de furia triste-
Por semáforos, autobuses, tiernas escalinatas,
¿Hay algo en esa cara que interroga hacia el aire
De un día que soporta otro día lejano?

Para aquellos las luces llenas de terciopelo,
Las sibilinas voces de perfumes, las vagas
Promesas de placer en cálidos recintos;
Para ellos las noches de promesas ocultas,
Las estampas de un invierno pasado,
El entierro lejano, el humo
Sobre el parque. Papeles enloquecidos
Caen hacia un otoño rabioso que se acerca.
Están sobre los puentes acumulando angustia,
El agua tiene secos reflejos afiebrados,
Sus ojos se adormecen, fiebre y frío penetran
Los ansiados retornos que por el río pasan.

¿Qué han perdido en las noches,
En la esquina poblada qué interrogan sus caras?
Hablan del mar cercano (el viento se estremece,
El viento cruza y pasa) y apretados esperan
Un ayer imposible para un futuro incierto.

Tierra, tierra sobre deseos, sobre puentes y ramas,
Sobre arenas desiertas, sobre pasos que mueren,
¿Qué buscas, qué esperas
Para alcanzar un rostro, un harapo, una mano quemada
Por la moneda avara? ¿Es que esperas sus muertes
En la noche, sólo sus vidas hoscas
Consumidas sin haber conocido
El hueco de un calor,
El sueño sin temores, el alba
Por fin mágica y buena?

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