

Marilina Rébora

Marilina Rébora
A la muerte
I
Muerte,
Fatal término, ausencia por siempre.
Sólo el campo yermo que nos recibe,
De su tierra, nuevo abono.
Nunca más la fragancia de la brizna de hierba
Ni el arder de encendidos leños;
Tampoco la fina llovizna de la ola rompiente
En el rostro de frescura ávido.
II
"Era nuestra madre", dirán después los hijos
Con ternura en los ojos.
El dolor de la ausencia, olvidados objetos
Mañana joyas auténticas.
"Ella decía...", repetirán las frases
Antes molestas
A causa de desgano
O ansias de silencio
O sueños de libertad.
Sílabas musicales enhebrarán palabras en recuerdos imperiosos,
Desesperación de volver a vivir en el tiempo...
Tarda respuesta a un canto de amor.
"¿Recuerdas aquel gesto?
"¿Y su sonrisa triste?
"¿Y su pensamiento fijo en nosotros?
"¿Sus manos, suavidad de alas rozando nuestros rostros?
"¿El paso quedo junto a nuestro lecho en la alta noche
Y el murmullo de plegaria para encomendarnos a Dios?
III
Poco a poco el ausente
Más lejos cada vez en el recuerdo
-Que alguien siempre lo reemplaza-;
Sus cosas van perdiendo la fragancia que de él se desprendía,
Impregnándolas;
La manera de inclinarlas no es la misma
Y en el tiempo
Va cambiándoselas de sitio.
Cada día su nombre acude menos al labio.
Las lágrimas en manantial ya no brotan;
Tan sólo de a una
Que se enjuga furtiva.
Hasta que todas secan
Agotada la fuente de dolor.
Un velo cubre entonces la imagen en la retina,
La maleza oculta la antes nítida figura en todo paisaje,
Visten los ambientes colores de seres distintos
Que distraen,
Va el alma tras vivencias nuevas.
Y un día
Se llora el olvido.
Tú, muerte tan temida,
Sólo eres un pretexto:
El olvido es más cruel que tu guadaña.
Arriba
Alejamiento
Resultará forzoso el cruel alejamiento
Y habrá que decidirse, como lo inevitable,
Lo mismo que aceptamos la violencia del viento,
El rugido del mar o el tiempo inexorable.
Habrá que tener ánimo en el fatal momento
Para abdicar de todo lo que nos fue agradable,
Y saber resignarnos en el recogimiento
Con el gesto tranquilo ante lo inapelable.
Los ojos en el cielo, frente al azul del día,
Serán dulce consuelo las venturas de otrora
-El hogar de la infancia, juventud, poesía-,
Y al alumbrar la luna, al filo de la sombra,
Tendré la paz ansiada, y llegará la hora
En que cerca de Dios, tan sólo a Dios se nombra.
Arriba
Ansiedad

Ansia de estar un día en un puente de mando,
Recibir en el rostro el castigo del viento;
Sin ninguna arribada, por siempre navegando,
Sin dudas ni temores, cansancio o desaliento.
Y no saber siquiera en qué forma, ni cuándo,
Ha de concluir el viaje -en milagro de cuento-;
Ni cuándo retornar a este mi lecho blando,
Ni a la antigua ventana, ni al dorado aposento.
Acres de sal los labios, ruda racha en la frente,
Perdido el horizonte, sin destino la nave,
Sin nada que la guíe, sin nadie que la oriente,
Mecida por las olas, columpiada en la cresta,
Apenas sobre el mástil las alas de algún ave;
Sólo el rumor del mar, y Dios como respuesta.
Arriba
Desencanto

Yo quisiera quererte como antes te quería,
Y sentirte, como antes, en todo consecuente,
Yo quisiera decirte: te quiero todavía...
Y recibirte, al fin, con ánimo sonriente.
Yo quisiera tomar tu mano con la mía,
Y llevarlas fraternas, como antes, a mi frente,
Guardándote a mi lado, junto a mí todo el día,
Saber que estás conmigo, aunque te halles ausente.
Pero ya no es posible que esta dicha suceda,
Desde que el desencanto se apoderó del alma,
Y pienso que vivir así, tampoco pueda...
Porque quiero querer y mi amor se resiste,
Porque quiero esperar, cuando no tengo calma,
Porque quiero reír y por siempre estoy triste.