William Wordsworth





William Wordsworth

Poeta



Cockermouth, Inglaterra - Reino Unido
07/04/1770 - 23/04/1850





EL PRELUDIO




Hay en la suave brisa una ventura
o visita que roza mi mejilla
y es casi sabedora de ese gozo
que trae desde los campos y del cielo.
Sea cual sea su misión, a nadie
hallará más agradecido, hastiado
de la urbe donde he sobrellevado
perpetuo descontento y libre ahora
cual ave que se posa donde quiera.
¿Qué hogar me acogerá? ¿Entre qué valles
tendré mi puerto? ¿Bajo qué arboleda
construiré mi morada? ¿Qué hondo río
me dará la canción de su murmullo?
La tierra está ante mí. Con corazón
alegre y sin temer la libertad,
contemplo. Y aunque sea sólo alguna
nubecilla quien guíe mi camino,
extraviarme no puedo. ¡Al fin respiro!
Pensamientos e impulsos de la mente
me asaltan, se desprende esa onerosa
máscara que traiciona mi alma auténtica,
el peso de los días que me fueron
ajenos, como hechos para otros.
Largos meses de paz (si acaso esta palabra
concuerda con promesas de lo humano),
largos meses de gozo sin molestia
esperan ante mí. ¿Adónde iré,
por los caminos o cruzando el campo,
cuesta arriba o abajo? ¿O tal vez
me guiará alguna rama por el río?

¡Amada libertad! ¿Y de qué sirve
si no es don que consagra la alegría?
Pues mientras el dulce aliento del cielo
soplaba en mi cuerpo, creí sentir
otra brisa en respuesta que corría
con suave rapidez, pero se ha vuelto
tempestad, energía ya excesiva
que su creación destruye. Gracias doy
a ambas y a sus fuerzas, que al unirse
ponen fin a una pertinaz helada
y traen tiernas promesas, la esperanza
de los días y horas de alegría,
¡días de dulce ocio y pensamiento
profundo, sí, con el divino oficio
de maitines y vísperas en verso!

Hasta ahora, mi amigo, no he solido
escoger como asunto la alegría
pero hoy quiero verter mi alma en versos
a salvo del olvido, que aquí quedan
guardados. A los campos he lanzado
mi profecía: sílabas llegaban
espontáneas, vistiendo con sagrados
hábitos al espíritu escogido
-ésa era mi fe- para el sacramento.
Mi propia voz me henchía y en mi mente 55
reverberaba ese imperfecto son.
A ambos yo escuchaba y obtenía
de ellos la confianza en el futuro.





AHORA, MIENTRAS LOS PÁJAROS CANTAN ALEGRES MEDIODÍAS




Ahora, mientras los pájaros cantan alegres melodías
Y los pequeños corderos retozan
Como si bailaran al son de un tambor,
A mí me invade la pena: un lamento me brindó alivio pasajero
Y ahora recupero mi fortaleza.

Desde arriba resuenan las trompetas de las cascadas,
Mi dolor no enturbiará de nuevo la primavera.
Oigo los ecos que retumban en las montañas,
El viento llega hasta mí desde hermosos valles
Y nace la felicidad en mí.

La tierra y el mar se entregan de nuevo a ella,
Y a mediados de mayo los animales se sienten alegres.
¡Tú, hijo de esa alegría, grita a mi alrededor,
Quiero oírte gritar, oh pastor feliz!





EL BARRANCO ENCANTADO




No era ficción de tiempos remotos: una piedra
de azul celeste, al fondo del barranco sin sol,
muestra aún claramente las pisadas
que los pequeños elfos, en la escena pulida
dejaron, al danzar con brillante cortejo,
en festejos ocultos, tras el robo de un niño
dulce, como una flor, trocada por hierbajos,
con que intenta la madre abstraída acallar
su pena, si es posible. Pero decidme: ¿dónde
hallaréis un vestigio de las notas
que guiaron aquellos salvajes bailoteos?
¿En la tierra profunda o en las cumbres del aire,
en el nocturno cierzo o en los bancales donde
telarañas de otoño flotan en el crepúsculo?





HALCONES




Una abeja zumbadora,
un pequeño y susurrante arroyo
un par de halcones girando al vuelo
en clamorosa agitación alrededor de la cima
de una alta roca-su aérea citadela;
por cada una y todas estas cosas
gozó el oído pensativo en el silencio que siguió,
cuando hubimos pasado por el umbral de la cabaña
y al fondo de ese solitario valle,
se destacaba, una vez más, debajo de la bóveda
azul y sin una sola nube.





EL ESPINO




I

He ahí un espino; da la impresión de ser tan viejo
Que en verdad sería difícil poder decir
Que alguna vez haya podido ser joven,
Tan viejo y gris como parece.
No más alto que un niño de dos años
Se alza erguido este espino anciano;
No tiene hojas ni puntas espinosas,
Es una masa de nudos retorcidos
Un objeto desgraciado y olvidado.
Se alza erguido y, como una piedra,
De líquenes está cubierto.

II

Como una roca o una piedra está cubierto
De líquenes hasta lo más alto,
Y de él cuelgan espesas matas de musgo,
Como melancólica cabellera;
Desde el suelo hacia arriba esos musgos van trepando,
Y a este pobre espino lo rodean con su abrazo
Tan apretado, que se diría que están decididos
Con intento claro y manifiesto
De arrastrarlo hacia el suelo;
Y que todos se han unido en un solo esfuerzo
Para enterrar a este pobre espino para siempre.

III

Elevado en la cresta más alta de una montaña
Donde con frecuencia la tormenta terrible del invierno
Corta como una hoz mientras, atravesando las nubes,
Lo barre todo yendo de un valle a otro;
A menos de cinco metros del sendero de la montaña,
Este espino queda a nuestra izquierda
Y, también a la izquierda, tres metros más atrás,
Se ve el estanque de agua cenagosa,
Agua que nunca se seca;
Lo he medido de un lado a otro:
Un metro de largo por medio de ancho.

IV

Y muy cerca de este viejo espino
Hay una vista maravillosa, un montículo de musgo
Que se eleva diez centímetros.
Hermosos colores se ven allí,
Todos los colores que jamás hayan podido existir
Y un musgoso entramado aparece allí también,
Como si por mano de una bella dama
Ese trabajo hubiera sido tejido,
Y ranúnculos, tan queridos por los ojos,
Tan intenso es su tinte bermejo.

V

Ah, qué hermosos colores hay aquí,
Verde oliva y escarlata brillante
En las espigas, en las ramas y en las estrellas,
Verde, rojo y blanco madreperla.
Este montón de tierra cubierto de musgo
Que junto al espino veis,
Tan lleno de frescura con sus preciosos colores
Es del tamaño de la tumba de un niño
Tanto como a esta parecerse pueda;
Mas nunca, nunca en lugar alguno
La tumba de un niño fue siquiera la mitad de hermosa.

VI

Ahora que ya podéis ver este anciano espino,
Este estanque y este hermoso montículo de musgo,
Debéis tener cuidado y elegir bien el momento
Para cruzar la montaña.
Porque a menudo allí se sienta, entre el montón
Que es del tamaño de la tumba de un niño
Y ese mismo estanque del que he hablado,
Una mujer con un manto de escarlata
Que para sí se lamenta:
¡Ay qué desgracia, qué desgracia,
Ay de mí, qué desgracia!

VII

A cualquier hora del día y de la noche
Esta pobre mujer allí se acerca,
Y todas las estrellas la conocen,
Y también todos los vientos que soplan;
Y allí junto al espino se sienta cuando la luz está en los cielos,
Cuando el torbellino recorre la colina
O cuando el aire está claro y quieto,
Y para sí se lamenta:
¡Ay qué desgracia, qué desgracia,
Ay de mí, qué desgracia!

VIII

Así pues, ¿por qué ocurre esto: que de día y de noche,
Llueva, haya tempestad, y cuando nieva,
Que a la desolada cima del monte
Vaya esta pobre mujer?
¿Y por qué se sienta junto al espino
Cuando la luz azul del día está en los cielos
O cuando el torbellino recorre la colina,
O el aire helado está claro y quieto?
¿Y por qué llora y se lamenta?
¿Por qué? ¿Por qué? Decidme por qué
Repite ese llanto doloroso sin cesar.

IX

No lo sé, y bien me gustaría saberlo
Porque nadie conoce la razón verdadera
Más si quisiéramos contemplar ese lugar,
El lugar al que ella va;
El montón de tierra gris que es como la tumba de un niño,
El estanque, y el espino, tan viejo y tan gris,
Pasad junto a su puerta -rara vez cerrada-
Y si la veis en su cabaña,
Hacia ese lugar entonces,
Nunca he oído de nadie que se atreviese
A acercarse a ese lugar cuando está ella allí.

X

Mas, ¿por qué causa hacia la cima del monte
Puede ir esta desdichada mujer,
Sea cual sea la estrella que gobierna el cielo,
Sea cual sea el viento que sople?
No os devanéis los sesos, es todo en vano,
Porque os contaré todo lo que se;
Pero al espino y al estanque
Que está unos pasos más allá,
Me gustaría que fuerais:
Quizá cuando estéis en ese lugar
Podáis vislumbrar algo de su historia.

XI

Mas os daré toda la ayuda que pueda:
Antes de que monte arriba subáis
Hasta la desolada cima del monte,
Os contaré todo lo que sé.
Hará unos veintidós años
Que ella -se llama Martha Ray-,
Prometió con la voluntad de una doncella
A Stephen Hill ser su compañera;
Y se sentía alegre y jubilosa,
Y estaba feliz, muy feliz
Cuando pensaba en Stephen Hill.

XII

Y ya habían fijado fecha para la boda,
La mañana en que ambos iban a desposarse;
Más Stephen a otra muchacha
Había hecho juramento;
Y con esa otra muchacha a la iglesia
Stephen sin cuidado iba.
¡Pobre Martha! En aquel desdichado día
Un cruel, muy cruel fuego según dicen,
Empezó a consumirle las entrañas:
Le secó el cuerpo como si de un montón de ceniza se tratara
Y casi le convirtió en yesca los sesos.

XIII

Y dicen que seis meses después de todo aquello,
Mientras las hojas del verano aún estaban verdes,
Ella se iba a la cima de la montaña
Y allí se la veía con frecuencia.
Se dice que llevaba un niño en su vientre,
Como claro le parecía a quien la viese;
Estaba preñada y estaba loca,
Mas a veces estaba tristemente cuerda
A causa de su insoportable dolor.
¡Ay, diez mil veces hubiese preferido
Que hubiese muerto ese padre cruel!

XIV

¡Triste caso para un cerebro estar
Unido a un niño que se agita en el vientre!
¡Triste caso, como pensar podéis, para alguien
Que tenía el cerebro trastocado!
La Navidad pasada cuando hablábamos de estas cosas,
Simpson, el viejo granjero, mantenía
Que en sus entrañas la criatura fue enroscándose
En torno al corazón de su madre, y que le había devuelto
De nuevo el sentido:
Y cuando al fin fue acercándose el momento,
Su mirada estaba en calma, su inteligencia despejada.

XV

Nada más sé, que bien me gustaría,
Y así podría daros cuenta de todo;
Porque lo que ocurrió con aquel pobre niño
Nadie lo supo nunca:
Y si la criatura nació o no,
Nadie pudo darnos fe de ello;
Y si nació viva o muerta,
Nadie lo sabe, como he dicho
Pero hay quienes recuerdan
Que Martha Ray por aquel entonces
Subía con frecuencia a la montaña.

XVI

Y todo aquel invierno, cuando por las noches
El viento soplaba desde la cima de la montaña,
Merecía la pena, aunque estuviese oscuro,
Recorrer el sendero del cementerio:
Porque muchas veces con frecuencia se escuchaban
Gritos que procedían de la cumbre de la montaña:
Algunos eran claramente voces de los vivos,
Y otros, a muchos les oí jurar,
Eran voces de muertos.
No se me alcanza, digan lo que digan,
Qué tendrían que ver con Martha Ray.

XVII

Mas allá va hacia ese viejo espino,
El espino que os he estado describiendo,
Y allí se sienta con un manto escarlata,
Que en verdad os juro que esto es cierto.
Pues un día con mi telescopio lo vi,
Al contemplar el océano extenso y resplandeciente,
Cuando a esta región llegué por vez primera.
Antes de haber oído el nombre de Martha
Subí a la escarpadura de la montaña:
Hubo una tormenta y no pude ver
Nada que sobrepasara mis rodillas.

XVIII

Todo era niebla y lluvia, lluvia y tempestad,
Ningún refugio, ninguna valla pude descubrir,
¡Y vaya viento, doy fe, había!
Diez veces más poderoso que cualquier otro.
Miré a mi alrededor y creí ver
Un saliente en una peña
Y hacia allí corrí,
Lanzándome de cabeza a través de cortinas de lluvia
Para alcanzar el abrigo de la peña.
Y, por mi honor os digo,
En lugar del saliente de una peña,
Me encontré a una mujer sentada en el suelo.

XIX

No hablé -vi su rostro-,
Su rostro me bastó:
Me di la vuelta y la oí llorar
"¡Ay qué desgracia, qué desgracia
Ay de mí, qué desgracia!".
Y allí permanece sentada
Hasta que la luna
Haya atravesado la mitad del cielo azul.
Y cuando las brisas suaves consigan
Que las aguas del estanque se agiten,
Como sabe toda la región,
Se estremece y se la oye llorar
"Ay qué desgracia, qué desgracia".

XX

Más, ¿qué es el espino? ¿Y qué es el estanque?
¿Y qué es para ella el montículo de musgo?
¿Y qué es esa brisa súbita que viene
A agitar ese pequeño estanque?.
No lo sé, pero habrá quienes digan
Que colgó del árbol a su niño,
Y otros dirán que lo ahogó en el estanque
Que está unos pasos más atrás.
Más todos y cada uno están de acuerdo,
En que el pequeño fue enterrado allí,
Bajo ese montículo de musgo tan hermoso.

XXI

He oído que el musgo escarlata se volvió de color rojo
Por las gotas de sangre de aquella pobre criatura;
¡Matar de ese modo a un recién nacido!
No creo que pudiera hacerlo.
Algunos dicen que si vais al estanque
Y mantenéis en él la mirada fija,
Contemplaréis en él la sombra de un niño,
Un niño y la cara de un niño,
Y que esa cara le mira a uno;
Cuando uno lo mira está bien claro
Que el niño le devuelve la mirada.

XXII

Y algunos habían hecho juramento de que ella
Habría de ser entregada a la justicia pública;
Y en pos de los huesos del pequeño
Con palas buscar habrían querido.
Más entonces aquel hermoso montículo de musgo
Ante sus ojos empezó a agitarse.
Y en cincuenta metros alrededor
Sacudió la hierba que cubría el suelo;
Mas todos siguen obstinados
En que el niño está ahí enterrado,
Bajo aquel montículo de musgo tan hermoso.

XXIII

No sabría decir si es de ese modo
Pero claro está, el espino está atenazado
Por grandes masas de musgo que se esfuerzan
En derribarlo hacia el suelo.
Y de esto estoy seguro: de que muchas veces
Cuando estaba en lo alto del monte
De día, y durante el silencio de la noche,
Cuando brillaban claras todas las estrellas,
La he oído llorar gimiendo
"¡Ay qué desgracia, qué desgracia
Ay de mí, qué desgracia!".





OÍ MIL NOTAS MEZCLADAS




Oí mil notas mezcladas,
Mientras en la arboleda me sentaba reclinado,
En ese dulce ánimo en que los serenos pensamientos
Traen ideas de tristeza a mi pensamiento.

A sus bellas obras la naturaleza unió
El alma humana que por mí fluía;
Y mi corazón se angustiaba al pensar
Lo que el hombre ha hecho al hombre.

A través de las matas de la dulce enramada
Tejía la pervinca sus guirnaldas;
Y doy mi fe que cada flor
Se deleita en el aire que respira.

Los pájaros a mi alrededor saltaban y jugaban,
No puedo yo medir sus pensamientos,
Pero el menor de sus revuelos
Parecía de placer estremecido.

Las ramas que brotan extienden su abanico
Para capturar el aire de la brisa;
Y debo pensar, y hago cuanto puedo,
En el placer que había en aquel lugar.

Si no puedo evitar tales pensamientos,
Si tal fuese la intención de mis creencias,
¿No tengo acaso razón para lamentar
Lo que el hombre ha hecho al hombre?





IBA SOLITARIO COMO UNA NUBE...




Iba solitario como una nube
que flota sobre valles y colinas,
cuando de pronto vi una muchedumbre
de dorados narcisos: se extendían
junto al lago, a la sombra de los árboles,
en danza con la brisa de la tarde.

Reunidos como estrellas que brillaran
en el cielo lechoso del verano,
Poblaban una orilla junto al agua
dibujando un sendero ilimitado.
Miles se me ofrecían a la vista,
moviendo sus cabezas danzarinas.

El agua se ondeaba, pero ellas
mostraban una más viva alegría.
¿Cómo, si no feliz, será un poeta
en tan clara y gozosa compañía?
Mis ojos se embebían, ignorando
que aquel prodigio suponía un bálsamo.

Porque a menudo, tendido en mi cama,
pensativo o con ánimo cansado, 20
los veo en el ojo interior del alma
que es la gloria del hombre solitario.
y mi pecho recobra su hondo ritmo
y baila una vez más con los narcisos.





¡OH RUISEÑOR!




¡Oh ruiseñor! Tú eres
de ardiente corazón :
tus notas nos penetran, nos penetran,
tumultuosa, indómita armonía.
Cantas como si el dios del vino
te dictara un mensaje de sátira amorosa:
una canción de burla y de desprecio
a la sombra, al rocío y a la noche callada
y a la ventura firme y a todos los amores
que descansan en esos tranquilos bosquecillos.
Escuché a una paloma torcaz, el mismo día,
cantando o recitando su doméstica historia.
Su voz se sepultaba entre los árboles
y en alas de la brisa me llegaba.
No cesaba jamás: arrullaba, arrullaba,
y era su cortejar un tanto pensativo.
Amor cantaba, muy mezclado en calma,
muy lento al empezar y sin acabar nunca:
la grave fe y el íntimo alborozo.
Ese es el canto, el canto para mí.





¿POR QUÉ ESTÁS SILENCIOSA?




¿Por qué estás silenciosa? ¿Acaso es tu amor
Una planta tan deleznable y pequeña
Que el simple aire de la ausencia lo marchita?
Escucha gemir la voz en mi garganta:

Yo te he servido como a regia infanta.
Soy mendigo que amores solicita,
¡Oh limosna de amor! Piensa
Que sin tu amor mi vida se quebranta.

¡Háblame! No hay tormento peor que la duda:
Si mi amoroso pecho te ha perdido
¿No te conmueve esta triste imagen?

¡No permanezcas a mis ruegos muda!
Que estoy más desolado que en su nido
El ave a la que blanca nieve cubre.





LAS DOS SEPULTURAS




Tal como en una soleada hondura
se oculta, defendido de los vientos de Marzo,
un tierno cordero
resguardado por su familia,
igualmente ese montoncito de tierra
se halla al amparo de otro muy próximo,
el pequeño montículo habla por sí mismo:
allí descansa un niño
protegido por un túmulo, tumba de su madre.





CIELO TRAS LA BORRASCA




Un solo paso, que me libertó de los límites
de aquel ciego vapor, abrió a mis ojos
un tan vivo esplendor como no viera nunca
el despierto sentido ni el alma en sus ensueños.
Fue la visión, de pronto desplegada,
una inmensa ciudad; se hubiera dicho
gran selva de edificios, hacia lo hondo
retirada de algún ilimitado abismo,
naufragando entre glorias, ya sin fin.
Fábricas parecían de diamantes y oro,
cúpulas de alabastro y argénteas agujas
y encendidas terrazas sobre terrazas, hacia
lo alto; aquí, apacibles, brillantes pabellones,
en avenidas; torres, allí, adornadas
de almenas, que en sus frentes incansables
sostenían los astros, luciente pedrería.
La terrestre natura labraba aquel efecto
con la oscura materia de la borrasca, ya
apaciguada. En ella y en las cavernas y
en las faldas abruptas y en cresterías, donde
se habían los vapores retirado, fijando
su estancia bajo aquel cerúleo cielo.
¡Visión no imaginada! Nubes, nieblas,
arroyos, peñas húmedas y hierba de esmeralda,
nubes de cien colores y rocas y zafiro
de cielo: confundido, mezclado, en mutuo ardor,
fundido todo y componiendo,
todo en todo perdido, el asombroso adorno
de templo y ciudadela y palacio, y la ingente
y fantástica pompa de vagos edificios,
envueltos como en lana, en vastos pliegues...





AVES ACUÁTICAS




Ved cómo los plumosos habitantes del agua,
con tal gracia al moverse, que apenas se diría
inferior a la angélica, prolongan
su curioso placer. Describen en el aire
(y a veces con volar osado, que se cierne
hasta las mismas cumbres),
un círculo más amplio que el lago, allá en lo hondo,
su dominio; y en tanto que se aplican
a trazar, una vez y otra vez, el gran círculo,
su jubilosa actividad describe
centenares de curvas y círculos menudos,
ora abajo, ora arriba, en avance intrincado,
pero seguro, como si guiase un espíritu
su vuelo infatigable. Ya el juego terminó:
así lo imaginé diez 0 más veces;
pero, mira: la banda, desvanecida ya,
vuelve a ascender. Se acercan. Rumorean sus alas,
leves al pronto, y luego su enérgico batir
pasa a mi vera y vuelve a oírse el rumor leve.
Al sol invitan, para que juegue con sus plumas,
y al agua o bien al hielo chispeante,
que les muestren su bella imagen. Ellos mismos,
sus bellas formas son en el luciente llano,
con colores más suaves y hermosos, cuando bajan,
casi rozándole... y luego alzan el vuelo
de nuevo, con un súbito empuje presuroso,
como si hicieran burla del lago y del reposo.







William Wordsworth


VERSOS ESCRITOS POCAS MILLAS MÁS ALLÁ

DE LA ABADÍA DE TINTERN

¡Cinco años han pasado y sus veranos
largos como inviernos! Y oigo de nuevo
estas aguas correr desde sus fuentes
con un suave murmullo. También veo
estas altas colinas escarpadas
cuya imagen salvaje y solitaria
propicia solitarios pensamientos
y une el lugar con la quietud del cielo.
Por fin, hoy es el día en que descanso
bajo este oscuro árbol y contemplo
que ahora, con sus frutos inmaduros,
visten un verde intenso y se abandonan
entre soto y maleza. Al cabo miro
estos setos escasos, más bien líneas
de bosque asilvestrado, aquellas granjas
verdes hasta la puerta misma, el humo
que asciende silencioso entre los árboles
como el incierto aviso de un errante
buhonero de los bosques despoblados
o cueva de ermitaño donde aguarda
alguien junto al hogar.

Estas hermosas formas,
cuando era ausente, no me han sido
como un paisaje a la vista de un ciego
sino que a veces, en frías estancias
y entre el rumor de la ciudad, me han dado
en las horas de hastío la dulzura
que sentía en el pecho y en la sangre
y alcanzaba el más puro pensamiento
con tranquilo reposo; sentimientos
de placer olvidado que tal vez
ejercen un influjo no pequeño
en la parte mejor del ser humano:
sus secretas, anónimas acciones
de amor y de bondad. A ellos creo
deber un don de aspecto más sublime,
ese bendito estado en que el objeto
del misterio y la onerosa carga
que compone este mundo incomprensible
se aligeran; estado más sereno
en el que los afectos nos conducen
con suavidad, hasta que el terco aliento
de este cerco corpóreo e incluso
el movimiento de la sangre casi
parecen detenerse y llega el sueño
del cuerpo, la vigilia de las almas:
cuando, el ojo calmado por el orden
y el poder de la alegría, contemplamos
la vida de las cosas.

Si ésta es vana creencia,
sin embargo qué a menudo
en la penumbra o en las formas múltiples
de una luz sin viveza o en la estéril
impaciencia y la fiebre de este mundo,
he sentido en mi pulso su dominio;
¡qué a menudo, en espíritu, me he vuelto
hacia ti! ¡Wye silvestre, que entre bosques
caminas, cuánto ha vuelto a ti mi espíritu!
Y ahora, con destellos de un agónico
pensamiento y sus débiles recuerdos
y un algo de perpleja pesadumbre,
la imagen de la muerte resucita:
no sólo mueve aquí mi pensamiento
el presente placer sino la idea
de que este instante nutrirá los años
por venir. Pues esto oso esperar
aunque sea distinto del que fui
cuando por vez primera visité
estas colinas, como un corzo anduve
por montañas y arroyos solitarios,
donde Naturaleza me dictase:
era más una huida que una búsqueda.
Pues la Naturaleza entonces (idos
mis salvajes placeres de la infancia,
sus alegres mociones animales)
lo era todo en mi seno; no sabría
decir quién era yo: la catarata
suponía un hechizo; los peñascos,
las cumbres, el profundo, oscuro bosque,
sus colores y formas, provocaban
una sed, un amor, un sentimiento
ajeno a los encantos más remotos
de la idea ya todo otro interés
que el del mundo visible. Ya ha pasado
ese tiempo y no viven su alegría
y su inquieto arrebato. Sin embargo,
no encuentro en mí lamento ni desmayo:
otros dones compensan esta pérdida
pues hoy sé contemplar Naturaleza
no con esa inconsciencia juvenil
sino escuchando en ella la nostálgica
música de lo humano, que no es áspera
pero tiene el poder de castigar
y procurar alivio. Y he sentido
un algo que me aturde con la dicha
de claros pensamientos: la sublime
noción de una sin par omnipresencia
cuyo hogar es la luz del sol poniente
y el océano inmenso, el aire vivo,
el cielo azul, el alma de los hombres;
un rapto y un espíritu que empujan
a todo cuanto piensa, a todo objeto
y por todo discurren. De este modo,
soy aún el amante de los bosques
y montañas, de todo cuanto vemos
en esta verde tierra: el amplio mundo
de oído y ojo, cuanto a medias crean
o perciben, contento de tener
en la Naturaleza y los sentidos
el ancla de mis puros pensamientos,
guardián, guía y nodriza de mi alma
y de mi ser moral.

Si hubiese sido
instruido de otro modo, sufriría
aún más la decadencia de mi espíritu;
pero tú estás conmigo en esta orilla,
mi más amada, más querida Amiga,
y en tu voz recupera aquel lenguaje
mi antiguo corazón y leo aquellos
placeres en la lumbre temblorosa
de tus ojos. ¡Oh, sólo por un rato
puedo ver en tus ojos al que fui,
querida hermana! Y rezo esta oración
sabiendo que jamás Naturaleza
traiciona al que la ama; es privilegio
suyo guiarnos siempre entre alegrías
a través de los años, darle forma
a la vida que bulle y expresarla
con quietud y belleza, alimentarla
con claros pensamientos de tal modo
que ni las malas lenguas, la calumnia,
la mofa o el saludo indiferente
o el tedioso transcurso de la vida
nos venzan o perturben nuestra alegre
fe en que todo cuanto contemplamos
es bendito. Así, deja a la luna
brillar en tu paseo solitario
y soplar sobre ti los neblinosos
vientos; que al cabo de los años, cuando
este éxtasis madure en un placer
más sobrio y tu cabeza dé cobijo
a toda forma hermosa que haya habido,
tu memoria será perfecto albergue
de bellas armonías. Oh, entonces,
si miedo, soledad, dolor o angustia
te asedian, ¡qué consuelo, qué entrañable
alegría podrá darte el recuerdo
de estos consejos míos! Y si entonces
estoy donde no pueda ya escuchar
tu voz ni ver tus ojos refulgentes
con la vida pasada, tú podrás
recordar que en la orilla de este río
unidos estuvimos y que yo,
adorador de la Naturaleza,
llegué hasta aquí gozoso en tal servicio,
incluso con mayor celo y amor
santo. Y también recordarás
que tras los muchos viajes, muchos años
de ausencia estos peñascos y estos bosques
y esta escena bucólica me fueron
amables por sí mismos y por ti.







William Wordsworth


LA EXCURSIÓN

Prospecto

«Cuando medito a solas en el hombre,
en la naturaleza, en esta vida,
veo alzarse ante mí series de imágenes
que acompaña un resquicio de delicia
pura, sin mezcla de tristeza. Y soy
consciente de afectuosos pensamientos
y de gratos recuerdos que sosiegan
el alma que desea sopesar
el bien y el mal en nuestra condición.
A estas emociones -sobrevengan
por una circunstancia sólo externa
o de un impulso propio del espíritu-
quisiera dedicar copiosos versos.
Verdad, amor, belleza o esperanza,
miedo o nostalgia por la fe domados,
palabras de consuelo en la tristeza,
fuerza moral, poder del intelecto,
alegría esparcida por el mundo,
espíritu del hombre que mantiene
su ascético retiro, solamente
sujeto a la conciencia y a la ley
suprema de aquel Ser que todo rige,
esto canto. ¡Que encuentre mi auditorio!»

Así rezaba el bardo en su sagrado
arrobamiento. «¡Urania, necesito
la guía de una musa, si es que hay tales
y la tierra o el alto cielo habitan!
Porque he de fatigar oscuras simas,
hollar profundidades y otros mundos
para los que el Azul no es más que un velo.
Ningún terror o fuerza indescriptible
que haya cobrado jamás una forma,
el mismo Yahvé, su trueno y sus ángeles
canoros en los tronos del Empíreo,
ninguno temo. Ni siquiera el Caos
ni el más oscuro pozo del Erebo
ni el vacío insondable que los sueños
escrutan, me provoca este temor
que cae sobre nosotros al volvernos
hacia el alma del hombre, mi obsesión
y región principal de este mi canto.
La belleza -presencia de la tierra
que supera las más hermosas formas
que el arte haya compuesto con materias
terrenales- vigila mi trayecto,
prepara el campamento mientras ando
y me sigue de cerca. Paraísos,
Campos Elíseos que en el Atlántico
se buscaban antaño ¿por qué deben
ser sólo crónica de un mundo extinto
o una mera ficción, jamás reales?
Porque cuando el intelecto del hombre
Desposa este universo de hermosura
con amor y pasión, los halla como
un hecho cotidiano cualquier día.
Antes de la hora definitiva
cantaré solitario la alegría
de este gran desposorio y, con palabras
que tan sólo refieren lo que somos,
despertaré al sensual del mortal sueño
y al vacuo y vanidoso propondré
nobles empresas, mientras mi voz canta
con qué delicadeza el alma humana
(quizá también las mismas facultades
de la especie en conjunto) se conforma
a este mundo exterior; y al mismo tiempo
-tema éste olvidado por los hombres-
cómo el mundo se adecua al alma humana.
También he de cantar la creación
-no merece otro nombre- que esta unión
puede alcanzar: es éste mi argumento.
Con estos mis propósitos, si a veces
me vuelvo hacia otra parte -con las tribus
y pueblos de los hombres, donde abundan
recíprocas pasiones de locura,
oigo a la Humanidad cantar su angustia
en los campos, o rumio la tormenta
del dolor, refugiado ya por siempre
en la ciudad- que suenen estos versos
ante oídos benévolos y yo
no sea despreciado ni abatido.
¡Desciende, aire profético que inspiras
al alma con la voz del universo,
soñando el porvenir, y que posees
un templo en los henchidos corazones
de los grandes poetas! Vierte en mí
el don de la visión y que mi canto
brille con la virtud en su lugar,
derramando benéfica influencia
segura de sí misma y siempre a salvo
del efecto fatal que nos envían,
desde el mundo inferior, las mutaciones
que acechan a lo humano. Y si con esto
mezclo asuntos más bajos (el objeto
contemplado y la mente que contempla,
el qué y el quién, el hombre transitorio
que tuvo esa visión, el cuándo, el dónde
y cómo fue su vida) no habrá sido
en vano esta tarea. Si este tema
roza objetos más altos -¡pavoroso
Poder cuyo favor es la semilla
de la iluminación!- que mi existencia
sea imagen de un tiempo más perfecto,
maneras más sencillas, más juiciosos
deseos. Nutre mi alma en libertad
y puros pensamientos: sea entonces
tu amor mi guía, alivio y esperanza.





Reseña biográfica

Poeta inglés nacido en Cockermouth, Cumberland en 1770.
Perdió a su madre cuando apenas tenía ocho años y cinco años más tarde a su padre quien era un prestigioso abogado.
Con la ayuda de sus tíos pudo completar la educación en la Universidad de Cambridge, haciendo el debut como escritor en 1787 cuando publicó los primeros poemas en la revista "The European".
En 1795, a su regreso de Suiza y Francia donde había apoyado con entusiasmo las ideas revolucionarias, trabó amistad con Coleridge quien lo animó a continuar escribiendo. De esta época son "Baladas Líricas", la colección "Poemas" aparecidos en 1807 y un largo poema filosófico publicado después de su muerte bajo el título de "El preludio".
A partir de 1813 se radicó a Rydal Mount, Ambleside, donde pasó el resto de su vida. En 1843 sucedió a Robert Southey como poeta laureado.
Falleció en abril de 1850.



















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