Félix Rubén García Sarmiento
Poeta, diplomático, periodista
Matagalpa - Nicaragua
18/01/1867 - 06/02/1916
CANCIÓN DE OTOÑO EN PRIMAVERA
Juventud, divino tesoro,
¡Ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
Y a veces lloro sin querer...
Plural ha sido la celeste
Historia de mi corazón.
Era una dulce niña, en este
Mundo de duelo y aflicción.
Miraba como el alba pura;
Sonreía como una flor.
Era su cabellera oscura
Hecha de noche y de dolor.
Yo era tímido como un niño.
Ella, naturalmente, fue,
Para mi amor hecho de armiño,
Herodías y Salomé...
Juventud, divino tesoro,
¡Ya te vas para no volver...!
Cuando quiero llorar, no lloro...
Y a veces lloro sin querer...
Y más consoladora y más
Halagadora y expresiva,
La otra fue más sensitiva
Cual no pensé encontrar jamás.
Pues a su continua ternura
Una pasión violenta unía.
En un peplo de gasa pura
Una bacante se envolvía...
En sus brazos tomó mi ensueño
Y lo arrulló como a un bebé...
Y le mató, triste y pequeño,
Falto de luz, falto de fe...
Juventud, divino tesoro,
¡Te fuiste para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
Y a veces lloro sin querer...
Otra juzgó que era mi boca
El estuche de su pasión;
Y que me roería, loca,
Con sus dientes el corazón,
Poniendo en un amor de exceso
La mira de su voluntad,
Mientras eran abrazo y beso
Síntesis de la eternidad;
Y de nuestra carne ligera
Imaginar siempre un Edén,
Sin pensar que la primavera
Y la carne acaban también...
Juventud, divino tesoro,
¡Ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
Y a veces lloro sin querer...
¡Y las demás! En tantos climas,
En tantas tierras siempre son,
Si no pretextos de mis rimas
Fantasmas de mi corazón.
En vano busqué a la princesa
Que estaba triste de esperar.
La vida es dura. Amarga y pesa.
¡Ya no hay princesa que cantar!
Más a pesar del tiempo terco,
Mi sed de amor no tiene fin;
Con el cabello gris, me acerco
A los rosales del jardín...
Juventud, divino tesoro,
¡Ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
Y a veces lloro sin querer...
¡Mas es mía el alba de oro!
QUE EL AMOR NO ADMITE CUERDAS REFLEXIONES
Señora, el amor es violento,
Y cuando nos transfigura
Nos enciende el pensamiento
La locura.
No pidas paz a mis brazos
Que a los tuyos tienen presos:
Son de guerra mis abrazos
Y son de incendio mis besos;
Y sería vano intento
El tornar mi mente obscura
Si me enciende el pensamiento
La locura.
Clara está la mente mía
De llamas de amor, señora,
Como la tienda del día
O el palacio de la aurora.
Y al perfume de tu ungüento
Te persigue mi ventura,
Y me enciende el pensamiento
La locura.
Mi gozo tu paladar
Rico panal conceptúa,
Como en el santo Cantar:
Mel et lac sub lingua tua.
La delicia de tu aliento
En tan divino vaso apura,
Y me enciende el pensamiento
La locura.
SONATINA
La princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa
Que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
Está mudo el teclado de su clave sonoro;
Y en un vaso olvidada se desmaya una flor.
El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
Y, vestido de rojo, piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
La princesa persigue por el cielo de Oriente
La libélula vaga de una vaga ilusión.
¿Piensa acaso en el príncipe de Golconda o de China,
O en el que ha detenido su carroza argentina
Para ver de sus ojos la dulzura de luz
O en el rey de las Islas de las Rosas fragantes,
O en el que es soberano de los claros diamantes,
O en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?
¡Ay! La pobre princesa de la boca de rosa
Quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
Tener alas ligeras, bajo el cielo volar,
Ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
Saludar a los lirios con los versos de mayo,
O perderse en el viento sobre el trueno mar.
Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
Ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
Ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte;
Los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
De Occidente las dalias y las rosas del Sur.
¡Pobrecita princesa de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
En la jaula de mármol del palacio real,
El palacio soberbio que vigilan los guardas,
Que custodian cien negros con sus cien alabardas,
Un lebrel que no duerme y un dragón colosal.
¡Oh quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!
(La princesa está triste. La princesa está pálida)
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
Quién volara a la tierra donde un príncipe existe
(La princesa está pálida. La princesa está triste)
Más brillante que el alba, más hermoso que abril.
"¡Calla, calla, princesa -dice el hada madrina- ,
En caballo con alas, hacia acá se encamina,
En el cinto la espada y en la mano el azor,
El feliz caballero que te adora sin verte,
Y que llega de lejos, vencedor de la muerte,
A encenderte los labios con su beso de amor!"
CASO
A un cruzado caballero,
Garrido y noble garzón,
En el palenque guerrero
Le clavaron un acero
Tan cerca del corazón,
Que el físico al contemplarle,
Tras verle y examinarle,
Dijo: "Quedará sin vida
Si se pretende sacarle
El venablo de la herida".
Por el dolor congojado,
Triste, débil, desangrado,
Después que tanto sufrió,
Con el acero clavado
El caballero murió.
Pues el físico decía
Que, en dicho caso, quien
Una herida tal tenía,
Con el venablo moría,
Sin el venablo también.
¿No comprendes, Asunción,
La historia que te he contado,
La del garrido garzón
Con el acero clavado
Muy cerca del corazón?
Pues el caso es verdadero;
Yo soy el herido, ingrata,
Y tu amor es el acero:
¡Si me lo quitas, me muero;
Si me lo dejas, me mata!
LA BAILARINA DE LOS PIES DESNUDOS
Iba, en un paso rítmico y felino
A avances dulces, ágiles o rudos,
Con algo de animal y de divino
La bailarina de los pies desnudos.
Su falda era la falda de las rosas,
En sus pechos había dos escudos…
Constelada de casos y de cosas…
La bailarina de los pies desnudos.
Bajaban mil deleites de los senos
Hacia la perla hundida del ombligo,
E iniciaban propósitos obscenos
Azúcares de fresa y miel de higo.
A un lado de la silla gestatoria
Estaban mis bufones y mis mudos…
¡Y era toda Selene y Anactoria
La bailarina de los pies desnudos!
A MARGARITA DEBAYLE
Margarita, está linda la mar,
Y el viento
Lleva esencia sutil de azahar;
Yo siento
En el alma una alondra cantar:
Tu acento.
Margarita, te voy a contar
Un cuento.
Este era un rey que tenía
Un palacio de diamantes,
Una tienda hecha del día
Y un rebaño de elefantes,
Un kiosco de malaquita,
Un gran manto de tisú,
Y una gentil princesita,
Tan bonita
Margarita,
Tan bonita como tú.
Una tarde la princesa
Vio una estrella aparecer;
La princesa era traviesa
Y la quiso ir a coger.
La quería para hacerla
Decorar un prendedor,
Con un verso y una perla,
Y una pluma y una flor.
Las princesas primorosas
Se parecen mucho a ti:
Cortan lirios, cortan rosas,
Cortan astros. Son así.
Pues se fue la niña bella,
Bajo el cielo y sobre el mar,
A cortar la blanca estrella
Que la hacía suspirar.
Y siguió camino arriba,
Por la luna y más allá;
Más lo malo es que ella iba
Sin permiso del papá.
Cuando estuvo ya de vuelta
De los parques del Señor,
Se miraba toda envuelta
En un dulce resplandor.
Y el rey dijo: "¿Qué te has hecho?
Te he buscado y no te hallé;
¿Y qué tienes en el pecho,
Que encendido se te ve?"
La princesa no mentía.
Y así, dijo la verdad:
"Fui a cortar la estrella mía
A la azul inmensidad".
Y el rey clama: "¿No te he dicho
Que el azul no hay que tocar?
¡Qué locura! ¡Qué capricho!
El Señor se va a enojar".
Y dice ella: "No hubo intento:
Yo me fui no sé por qué
Por las olas y en el viento
Fui a la estrella y la corté".
Y el papá dice enojado:
"Un castigo has de tener:
Vuelve al cielo, y lo robado
Vas ahora a devolver".
La princesa se entristece
Por su dulce flor de luz,
Cuando entonces aparece
Sonriendo el buen Jesús.
Y así dice: "En mis campiñas
Esa rosa le ofrecí:
Son mis flores de las niñas
Que al soñar piensan en mí".
Viste el rey ropas brillantes,
Y luego hace desfilar
Cuatrocientos elefantes
A la orilla de la mar.
La princesita está bella,
Pues ya tiene el prendedor
En que lucen, con la estrella,
Verso, perla, pluma y flor.
Margarita, está linda la mar,
Y el viento
Lleva esencia sutil de azahar:
Tu aliento.
Ya que lejos de mí vas a estar,
Guarda, niña, un gentil pensamiento
Al que un día te quiso contar
Un cuento.
EL VERSO SUTIL QUE PASA O SE POSA
El verso sutil que pasa o se posa
Sobre la mujer o sobre la rosa,
Beso puede ser, o ser mariposa.
En la fresca flor el verso sutil;
El triunfo de amor en el mes de abril:
Amor, verso y flor, la niña gentil.
Amor y dolor. Halagos y enojos.
Herodías ríe en los labios rojos.
Dos verdugos hay que están en los ojos.
¡Oh, saber amar es saber sufrir!
Amar y sufrir, sufrir y sentir,
Y el hacha besar que nos ha de herir...
¡Rosa de dolor, gracia femenina;
Inocencia y luz, corola divina!
Y aroma fatal y cruel espina...
Líbranos, Señor, de abril y la flor
Y del cielo azul y del ruiseñor,
De dolor y amor, líbranos, Señor.
TARDE DEL TRÓPICO
Es la tarde gris y triste.
Viste el mar de terciopelo
Y el cielo profundo viste
De duelo.
Del abismo se levanta
La queja amarga y sonora.
La onda, cuando el viento canta,
Llora.
Los violines de la bruma
Saludan al sol que muere.
Salmodia la blanca espuma:
Miserere.
La armonía del cielo inunda,
Y la brisa va a llevar
La canción triste y profunda
Del mar.
Del clarín del horizonte
Brota sinfonía rara,
Como si la voz del monte
Vibrara.
Cual si fuese lo invisible...
Cual si fuese el rudo son
Que diese al viento un terrible
León.
DIAMANTE
Puede una gota de lodo
Sobre un diamante caer;
Puede también de este modo
Su fulgor obscurecer;
Pero aunque el diamante todo
Se encuentre de fango lleno,
El valor que lo hace bueno
No perderá ni un instante,
Y ha de ser siempre diamante
Por más que lo manche el cieno.
DIVINA PSIQUIS
¡Divina Psiquis, dulce mariposa invisible
Que desde los abismos has venido a ser todo
Lo que en mi ser nervioso y en mi cuerpo sensible
Forma la chispa sacra de la estatua de lodo!
Te asomas por mis ojos a la luz de la tierra
Y prisionera vives en mí de extraño deseo;
Te reducen a esclava mis sentidos en guerra
Y apenas vagas libre por el jardín del sueño.
Sabia de la lujuria que sabe antiguas ciencias,
Te sacudes a veces entre imposibles muros,
Y más allá de todas las vulgares conciencias
Exploras los recodos más terribles y obscuros.
Y encuentras sombra y duelo. Que sombra y duelo encuentres
Bajo la viña en donde nace el vino del Diablo.
Te posas en los senos, te posas en los vientres
Que hicieron a Juan loco e hicieron cuerdo a Pablo.
A Juan virgen y a Pablo militar y violento,
A Juan que nunca supo del supremo contacto;
A Pablo el tempestuoso que halló a Cristo en el viento,
Y a Juan ante quien Hugo se queda estupefacto.
Entre la catedral y las ruinas paganas
Vuelas, ¡oh Psiquis, oh alma mía!
-Como decía
Aquel celeste Edgardo,
Que entró en el paraíso entre un son de campanas
Y un perfume de nardo-,
Entre la catedral
Y las paganas ruinas
Repartes tus dos alas de cristal,
Tus dos alas divinas.
Y de la flor
Que el ruiseñor
Canta en su griego antiguo, de la rosa,
Vuelas, ¡oh, mariposa!,
A posarte en un clavo de nuestro Señor.
ABROJOS
Lloraba en mis brazos vestida de negro,
Se oía el latido de su corazón,
Cubríanle el cuello los rizos castaños
Y toda temblaba de miedo y de amor.
¿Quién tuvo la culpa? La noche callada.
Ya iba a despedirme. Cuando dije "¡adiós!",
Ella, sollozando, se abrazó a mi pecho
Bajo aquel ramaje del almendro en flor.
Velaron las nubes la pida luna...
Después, tristemente lloramos los dos.
¿Qué lloras? Lo comprendo.
Todo concluido está.
Pero no quiero verte,
Alma mía, llorar.
Nuestro amor, siempre, siempre...
Nuestras bodas... jamás.
¿Quién es ese bandido
Que se vino a robar
Tu corona florida
Y tu velo nupcial?
Más no, no me lo digas,
No lo quiero escuchar.
Tú nombre es Inocencia
Y el de él es Satanás.
Un abismo a tus plantas,
Una mano procaz
Que te empuja; tú ruedas,
Y mientras tanto, va
El ángel de tu guarda
Triste y solo a llorar.
Pero ¿por qué derramas
Tantas lágrimas? ¡Ah!
Sí, todo lo comprendo...
No, no me digas más.
LA FE
En medio del abismo de la duda
Lleno de oscuridad, de sombra vana
Hay una estrella que reflejos mana
Sublime, sí, mas silenciosa, muda.
Ella, con su fulgor divino, escuda,
Alienta y guía a la conciencia humana,
Cuando el genio del mal con furia insana
Golpéala feroz, con mano ruda.
¿Esa estrella brotó del germen puro
De la humana creación? ¿ Bajó del cielo
A iluminar el porvenir oscuro?
¿A servir al que llora de consuelo?
No sé, mas eso que a nuestra alma inflama
Ya sabéis, ya sabéis, la fe se llama.
Rubén Darío
LA CABEZA DEL RABÍ
¿Cuentos quieres, niña bella?
Tengo muchos de contar:
De una sirena del mar,
De un ruiseñor y una estrella,
De una cándida doncella
Que robó un encantador,
De un gallardo trovador
Y de una odalisca mora,
Con sus perlas de Bassora
Y sus chales de Labor.
Cuentos dulces, cuentos bravos,
De damas y caballeros,
De cantores y guerreros,
De señores y de esclavos;
De bosques escandinavos
Y alcázares de cristal;
Cuentos de dicha inmortal,
Divinos cuentos de amores
Que reviste de colores
La fantasía oriental.
Dime tú ¿de cuáles quieres?
Dicen gentes muy formales
Que los cuentos orientales
Les gustan a las mujeres;
Así, pues, si esos prefieres
Verás colmado tu afán,
Pues sé un cuento musulmán
Que sobre un amante versa,
Y me lo ha contado un persa
Que ha venido de Hispahán.
Enfermo del corazón
Un gran monarca de Oriente,
Congregó inmediatamente
Los sabios de su nación;
Cada cual dio su opinión,
Y sin hallar la verdad
En medio de su ansiedad
Acordaron en consejo
Llamar con presura a un viejo
Astrólogo de Bagdad.
Emprendió viaje el anciano;
Llegó, miró las estrellas;
Supo conocer en ellas
La cuita del soberano;
Y adivinando el arcano
Como viejo sabedor,
Entre el inmenso estupor
De la cortesana grey,
Le dijo al monarca: -¡Oh rey!
Te estás muriendo de amor.
Luego, el altivo monarca,
Con órdenes imperiosas
Llama a todas las hermosas
Mujeres de la comarca
Que su poderío abarca;
Y ante el viejo de Bagdad,
Escoge su voluntad
De tanta hermosura en medio,
La que deba ser remedio
Que cure su enfermedad.
Allí ojos negros y vivos;
Bocas de morir al verlas,
Con unos hilos de perlas
En rojo coral cautivos;
Allí como una áurea lluvia
Una cabellera rubia;
Allí el ardor y la gracia,
Y las siervas de Circasia
Con las esclavas de Nubia.
Unas bellas adornadas
Con diademas en las frentes,
Con riquísimos pendientes
Y valiosas arracadas;
Otras con telas preciadas
Cubriendo su morbidez;
Y otras de marmórea tez,
Bajas las frentes, y mudas,
Completamente desnudas
En toda su esplendidez.
En tan preciosa revista,
Ve el rey una linda persa
De ojos bellos y piel tersa,
Que al verle la vista,
El alma del rey conquista
Con su semblante la hermosa
Y agitada y ruborosa
Tiembla llena de temor
Cuando el altivo señor
Le dice: -Será mi esposa.
Así fue. La joven bella
De tez blanca y negros ojos,
Colmó los reales antojos
Y el rey se casó con ella.
¿Feliz dirás, tal estrella,
Emelina? No fue así:
No es feliz de reina allí
La linda persa agraciada,
Porque ella está enamorada
De Balzarad el rabí.
Balzarad tiene en verdad,
Una guzla en la garganta,
Guzla dúlcida que encanta
Cuando canta Balzarad;
Viole un día la beldad
Y oyó cantar al rabí;
De sus labios de rubí
Brotó un suspiro temblante...
Y Balzarad fue el amante
De la celestial hurí.
Por eso es que triste se halla
Siendo del monarca esposa
Y el tiempo pasa quejosa
En una interior batalla.
Del rey la cólera estalla
Y así la dice una vez:
Mujer llena de doblez:
Di si amas a otro, falaz.
Y entonces de ella en la faz
Surgió vaga palidez.
-Sí -le dijo-, es la verdad;
De mi destino es la ley:
Yo no puedo amarte, ¡oh rey!,
Porque adoro a Balzarad.
El rey, en la intensidad
De su ira, entonces, calló;
Mudo, la espalda volvió;
Mas se veía en su mirada
Del odio la llamarada,
La venganza en que pensó.
Al otro día la hermosa
De parte de él recibió
Una caja que la envió
De filigrana preciosa;
Abrióla presto curiosa
Y lanzó, fuera de sí,
Un grito; que estaba allí
Entre la caja guardada,
Lívida y ensangrentada
La cabeza del rabí.
En medio de su locura
Y en lo horrible de su suerte,
Avariciosa de muerte
Ponzoñoso filtro apura,
Fue el rey donde la hermosura:
Y estaba allí la beldad
Fría y siniestra, en verdad;
Medio desnuda y ya muerta,
Besando la horrible y yerta
Cabeza de Balzarad.
El rey se puso a pensar
En lo que la pasión es;
Y poco tiempo después
El rey se volvió a enfermar.
Rubén Darío
AMA TU RITMO
Ama tu ritmo y ritma tus acciones
Bajo su ley, así como tus versos;
Eres un universo de universos
Y tu alma una fuente de canciones.
La celeste unidad que presupones
Hará brotar en ti mundos diversos,
Y al resonar tus números dispersos
Pitagoriza en tus constelaciones.
Escucha la retórica divina
Del pájaro, del aire y la nocturna
Irradiación geométrica adivina;
Mata la indiferencia taciturna
Y engarza perla y perla cristalina
En donde la verdad vuelca su urna.
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