Luis Gonzaga Urbina
Poeta, periodista, cronista
Ciudad de México - México
08/02/1864 - 18/11/1934
DONES
Mi padre fue muy bueno: me donó su alegría
Ingenua; su ironía
Amable: su risueño y apacible candor.
¡Gran ofrenda la suya! Pero tú, madre mía,
Tú me hiciste el regalo de tu suave dolor.
Tú pusiste en mi alma la enfermiza ternura,
El anhelo nervioso e incansable de amar;
Las recónditas ansias de creer; la dulzura
De sentir la belleza de la vida, y soñar.
Del ósculo fecundo que se dieron dos seres
-El gozoso y el triste- en una hora de amor,
Nació mi alma inarmónica; pero tú, madre, eres
Quien me ha dado el secreto de la paz interior.
A merced de los vientos, como una barca rota
Va, doliente, el espíritu; desesperado no.
La placidez alegre poco a poco se agota;
Mas sobre la sonrisa que me dio el padre, brota
De mis ojos la lágrima que la madre me dio.
HECHICERA
No sentí cuando entraste; estaba oscuro,
En la penumbra de un ocaso lento,
El parque antiguo de mi pensamiento
Que ciñe la tristeza, cual un muro.
Te vi llegar a mí como un conjuro,
Como el prodigio de un encantamiento,
Como la dulce aparición de un cuento:
Blanca de nieve y blonda de oro puro.
Un hálito de abril sopló en mi otoño;
En cada fronda reventó un retoño;
En cada viejo nido hubo canciones;
Y, entre las sombras de jardín -errantes
Luciérnagas-, brillaron, como antes
De mi postrer dolor, las ilusiones.
LA AGONÍA BLANCA
Blanca como esta noche no he visto cosa alguna:
Ni el mármol, ni la nieve, ni el armiño. Semeja
El cielo, un gran abismo de plata, que refleja
Su luz, en otro abismo de cristal: la laguna.
Sólo de tarde en tarde pasa, pequeña y bruna,
La góndola, que efímero surco ondulante deja;
Y cuando hacia las brumas rutilantes se aleja,
Todo es latir de astros; todo fulgor de luna.
¿Donde están los colores? En uno se han fundido.
El negro huyó a esconderse. El azul se ha dormido.
El blanco, puro y virgen, sus imperios rescata.
Y en silencio vasto, sideral y profundo,
Parece que esta noche se va a morir el mundo
Con una inmensa muerte de cristal y de plata.
A ERÍGONE
Deja que llegue a ti, deja que ahonde
Como el minero en busca del tesoro,
Que en tu alma negra la virtud se esconde
Como en el seno de la tierra el oro.
¡Alma sombría, ayer inmaculada!
Tu caída me asombra y me entristece.
¿Qué culpa ha de tener la nieve hollada
Si el paso del viajero la ennegrece?
No mereces castigo ni reproche;
Entre los vicios tu virtud descuella;
Que en el pliegue más negro de la noche
Brilla más para la lejana estrella.
La mano aleve que al rosal arranca
Su flor más bella, y luego la deshoja;
La que manchó tu vestidura blanca,
La que en los brazos del placer te arroja;
La que apagó en tu frente de azucena
La llama del pudor y la alegría,
Y ornó tu sien, marchita por la pena,
Con las deshechas flores de la orgía,
Es la que al verte desvalida y sola,
Te empuja hacia el abismo, sin aliento;
La que tu amor y tu pureza inmola
Por el amargo pan del sufrimiento.
Me admiran tus heroicos sacrificios;
Me admira que no temas, que no dudes,
Y que en la árida roca de los vicios
Puedan colgar su nido las virtudes.
Por eso llego a ti, ¿no lo imaginas?
A ver surgir, cual gratas ilusiones,
Luz entre sombras, flores entre ruinas,
¡Amor entre los muertos corazones!
Vengo a cubrirte de brillantes galas,
A ser tu protección y tu consuelo,
Y a desatar tus poderosas alas
¡Para que puedas ascender al cielo!
ASÍ FUÉ
Lo sentí; no fue una
Separación, sino un desgarramiento;
Quedó atónita el alma, y sin ninguna
Luz, se durmió en la sombra el pensamiento.
Así fue; como un gran golpe de viento
En la serenidad del aire. Ufano,
En la noche tremenda,
Llevaba yo en la mano
Una antorcha con que alumbraba la senda,
Y que de pronto se apagó: la oscura
Acechanza del mal y el destino
Extinguió así la llama y mi locura.
Vi un árbol a la orilla del camino,
Y me senté a llorar mi desventura.
Así fue, caminante
Que me contemplas con mirada absorta
Y curioso semblante.
Yo estoy cansado, sigue tú adelante;
Mi pena es muy vulgar y no te importa.
Amé, sufrí, gocé, sentí el divino
Soplo de la ilusión y la locura;
Tuve la antorcha, la apagó el destino,
Y me senté a llorar mi desventura
A la sombra de un árbol del camino.
EN EL CIELO
El cielo y yo quedamos frente a frente.
Y era como un tropel de informes canes
Persiguiendo una fuga de titanes
Las nubes milagrosas del Poniente.
En el fondo de púrpura candente,
Los forzados y altivos ademanes
Erguíase en coléricos afanes
Y vaguedad de sueño... De repente
Se iluminó de sol el friso oscuro,
Y el oro interno, sideral y puro,
Rompió en deslumbramientos de escarlata,
Resplandeció con palidez la luna,
Y lentamente se deshizo en una
Apacible visión de ópalo y plata.
PERLAS
Como al fondo del mar baja
El buzo en busca de perlas,
La inspiración baja a veces
Al fondo de mis tristezas
Para recoger estrofas
Empapadas con mis penas.
Y en cada uno de mis versos
Viven, con vida siniestra,
Mis deseos, mis temores,
Mis dudas y mis creencias
¡Que mucho que yo los ame!
¡Que mucho que yo los lea,
Si son hojas arrancadas
Al libro de mi existencia!
Cuando en mi obscura memoria
La frase brillando queda,
Como en un jirón de nube
El reflejo de una estrella,
Es porque bajó tan hondo
La inspiración a cogerla,
Que en esa frase palpita
El corazón del poeta.
Siempre que a soñar me pongo
Encantadoras quimeras,
Imposibles ideales,
Seres de extraña belleza
Que habitan en luminosas
Arquitecturas aéreas;
Formas que flotan aisladas
Y diáfanas, y serenas,
Como los ángeles blancos
De la Divina Comedia,
La realidad de la vida,
Inflexible, me despierta,
Y quedo confuso y triste
Sintiendo angustias supremas,
Como esas aves que huyen
En busca de primavera
Y en alta mar las sorprende
El furor de la tormenta.
Entonces escribo, escribo
Con una ternura inmensa,
Que sólo cuando hago versos
El alma llora y se queja,
Y la inspiración se hunde
En el mar de las tristezas
Para recoger estrofas
Empapadas en mis penas.
Y sin embargo, en el fondo,
Cuántos dolores se quedan
Sin expresión, tan intensos
Que no caben en la idea,
Porque son, deseos vagos,
Aspiraciones inmensas,
Alas que exploran espacios,
Sueños de cosas eternas,
Nostalgias de extraños mundos,
Citas de lo que no llega...
La inspiración es un buzo
Que no ha pescado esas perlas.
MADRIGAL EFUSIVO
Déjame amar tus claros ojos. Tienen
Lejanías sin fin, de mar y cielo,
Y sus fulgores apacibles vienen
Hasta mi corazón como un consuelo.
Deja que con tus ojos se iluminen
Mis viejas sombras y se vuelvan flores;
Deja que con tus ojos se fascinen,
Como aves de leyenda, mis dolores.
Que vea en ellos astros errabundos,
Que en ellos sueñe inexplorados mundos
Que en ellos bañe mi melancolía...
Son tristes, luminosos y profundos,
Como puestas de sol, amada mía.
NOCTURNO SENSUAL
Yo estaba entre tus brazos. y repentinamente,
no sé cómo, en un ángulo de la alcoba sombría,
el aire se hizo cuerpo, tomó forma doliente,
y era como un callado fantasma que veía.
Veía, entre el desorden del lecho, la blancura
de tu busto marmóreo, descubierto a pedazos;
y tus ojos febriles, y tu fuerte y obscura
cabellera... y veía que yo estaba en tus brazos.
En el fondo del muro, la humeante bujía,
trazando los perfiles de una estampa dantesca,
nimbaba por instantes con su azul agonía
un viejo reloj, como una ancha faz grotesca.
Con un miedo de niño me incorporé. Ninguna
vez, sentí más silencio que en esa noche ingrata.
El balcón era un marco de reflejos de luna
que prendía en la sombra sus visiones de plata.
Temblé de ansia, de angustia, de sobrecogimiento;
y el pavor me hizo al punto comprender que salía
y se corporizaba mi propio pensamiento...
y era como un callado fantasma que veía.
Los ojos de mi alma se abrieron de repente
hacia el pasado, lleno de fútiles historias;
y entonces supe cómo tomó forma doliente
la más inmensamente triste de mis memorias.
¿Qué tienes? -me dijiste mirándome lasciva.
-¿Yo? Nada... y nos besamos.
Y así, en la noche incierta,
lloré, sobre la carne caliente de la viva,
con la obsesión helada del cuerpo de la muerta.
REDENCIÓN
Te quiero porque en tu alma vive el germen
De ternura infinita,
Como diáfana gota de rocío
Sobre una flor marchita;
Te quiero porque he visto doblegarse
Tu espléndida cabeza;
Porque sé bien que en medio de la orgía
Te invade la tristeza;
Porque has pasado por la senda estrecha
En los grandes zarzales de la vida,
Sin desgarrar tus blancas vestiduras,
Sin hacerte una herida;
Porque has ido pidiendo por el mundo,
Con el candor de un niño,
A cada corazón que has tocado,
Un poco de cariño;
Porque indica profundo sufrimiento
Tu pálida mejilla;
Porque en tus ojos que placer irradian
También el llanto brilla.
Te quiero; nada importa que cansado
Tu espíritu se aduerma;
Yo lo habré de animar, yo daré aliento
A tu esperanza enferma.
¡Mariposa que fuiste entre las flores
Dejando tus bellezas y tus galas,
Yo volveré a poner el polvo de oro
Sobre tus leves alas!
VESPERTINA
Más, apóyate más, que sienta el peso
de tu brazo en el mío; estás cansada,
y se durmió en tu boca el postrer beso
y en tus pupilas la última mirada.
¡Qué fatiga tan dulce, la fatiga
que precede a los éxtasis; pereza
del cuerpo y del espíritu, que obliga
a mezclar el amor con la tristeza!
Se ve la luz. Y la Naturaleza
parece que nos dice: Soy amiga
de todos los que se aman; soy amparo.
Ya os di alcobas de flores, ya os di asilos
misteriosos, descansad tranquilos
en la estrellada sombra que os preparo.
¡Oh, buena amiga! --el alma de las cosas
sigue de nuestro espíritu las huellas--:
primero para amar nos diste rosas;
después, para soñar, nos das estrellas.
La luz se duerme en el zafir, lo mismo
que en los profundos ojos de mi amada;
pero queda un fulgor en el abismo
y un toque de pasión en la mirada.
¡Sutil y misterioso panteísmo!
...Más, apóyate más; vienes cansada...
DESOLACIÓN
Ha muerto ya la pasión loca
después de una larga agonía.
No busques besos en mi boca.
Se quedó la jaula vacía.
Barrí los últimos despojos
de ilusiones y de ternuras.
No busques brillo en mis ojos.
¿No ves que la casa está a oscuras?
Es inútil que tiendas la mano.
Ni una flor en el parque en ruina.
No tiendas la mano. Es en vano,
te pudieras clavar una espina.
Sólo musgo en las lápidas nace.
Ya lo ves: camposanto de olvido.
¡Vete! Y cierra el portón podrido.
Déjame a solas con mis muertos.
Luis G. Urbina
NUESTRAS VIDAS SON LOS RÍOS
Yo tenía una sola ilusión: era un manso
pensamiento: el río que ve próximo el mar
y quisiera un instante convertirse en remanso
y dormir a la sombra de algún viejo palmar.
Y decía mi alma: turbia voy y me canso
de correr las llanuras y los diques saltar;
ya pasó la tormenta; necesito descanso,
ser azul como antes y, en voz baja cantar.
Y tenía una sola ilusión, tan serena
que curaba mis males y alegraba mi pena
con el claro reflejo de una lumbre de hogar.
Y la vida me dijo: ¡Alma ve turbia y sola,
sin un lirio en la margen ni una estrella en la ola,
a correr las llanuras y perderte en el mar!
Luis G. Urbina
ÚLTIMA PUESTA DE SOL
Topacios y amatistas, zafiros y esmeraldas,
se funden en la hoguera de un ocaso imperial;
y, en negro, se dibuja, sobre las vivas gualdas,
al filo de las cumbres, una palma real.
Al lado opuesto sube, del monte a las espaldas
-semiborrada esfera de mármol sideral-,
la luna. Y de los cerros las caprichosas faldas
extienden su lujosa verdura tropical.
Rico tisú bordado de perlas y diamantes,
el mar copia del cielo los lívidos cambiantes
y entrega al viento libre su manto de turquí.
Y arriba, en las profundas soledades de arriba,
la estrella de la tarde, doliente y pensativa,
se clava en un ardiente celaje de rubí.
Reseña biográfica
Poeta mexicano nacido en el Distrito Federal en 1864.
Desde muy joven se dedicó a las letras y a la poesía trabajando en varios medios periodísticos de su país y del extranjero.
Dictó cátedras de Literatura e Historia en varias universidades de América, y finalmente viajó a España, país en el que residió hasta su muerte, en 1934.
Su obra se caracteriza por una gran calidez en la expresión de los sentimientos de amor y desengaño.
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