José María Eguren





José María Eguren Rodríguez

Poeta, periodista, escritor, pintor y fotógrafo



Lima - Perú
07/07/1874 - 19/04/1942





LA NIÑA DE LA LÁMPARA AZUL




En el pasadizo nebuloso
Calcula mágico sueño de Estambul,
Su perfil presenta destelloso
La niña de la lámpara azul.

Ágil y risueña se insinúa,
Y su llama seductora brilla,
Tiembla en su cabello la garúa
De la playa de la maravilla.

Con voz infantil y melodiosa
El fresco aroma de abedul,
Habla de una vida milagrosa
La niña de la lámpara azul.

Con cálidos ojos de dulzura
Y besos de amor matutino,
Me ofrece la bella criatura
Un mágico y celeste camino.

De encantación en un derroche,
Hiende leda, vaporoso tul;
Y me guía a través de la noche
La niña de la lámpara azul.





LA PENSATIVA




En los jardines otoñales,
Bajo palmeras virginales,
Miré pasar muda y esquiva
La pensativa.

La vi en azul de la mañana,
Con su mirada tan lejana;
Que en el misterio se perdía
De la borrosa celestía.

La vi en rosados barandales
Donde lucía sus briales;
Y su faz bella vespertina
Era un pesar en la neblina.

Luego marchaba silenciosa
A la penumbra candorosa;
Y un triste orgullo la encendía,
¿Qué pensaría?

¡Oh, su semblante nacarado
Con la inocencia y el pecado!
¡Oh, sus miradas peregrinas
De las llanuras mortecinas!

Era beldad hechizadora;
Era el dolor que nunca llora;
¿Sin la virtud y la ironía
Qué sentiría?

En la serena madrugada,
La vi volver apesarada,
Rumbo al poniente, muda, esquiva,
¡La pensativa!





EL CABALLO




Viene por las calles,
A la luna parva,
Un caballo muerto
En antigua batalla.

Sus cascos sombríos...
Trépida, resbala;
Da un hosco relincho,
Con sus voces lejanas.

En la plúmbea esquina
De la barricada,
Con ojos vacíos
Y con horror, se para.

Más tarde se escuchan
Sus lentas pisadas,
Por vías desiertas
Y por ruinosas plazas.





EL DOMINÓ




Alumbraron en la mesa los candiles,
Moviéronse solos los aguamaniles,
Y un dominó vacío, pero animado,
Mientras ríe por la calle la verbena,
Se sienta iluminado,
Y principia la cena.

Su claro antifaz de un amarillo frío
Da los espantos en derredor sombrío
Esta noche de insondables maravillas,
Y tiende vagas, lucífugas señales
A los vasos, las sillas
Los ausentes comensales.

Y luego en horror que nacarado flota,
Por la alta noche de voluntad ignota,
En la luz olvida manjares dorados,
Ronronea una oración culpable, llena
De acentos desolados,
Y abandona la cena.





LOS DELFINES




Es la noche de la triste remembranza;
En amplio salón cuadrado,
De amarillo iluminado,
A la hora de maitines
Principia la angustiosa contradanza
De los difuntos delfines.
Tienen ricos medallones
Terciopelos y listones;
Por nobleza, por tersura
Son cual de Van Dyck pintura;
Mas, conservan un esbozo,
Una llama de tristura
Como el primo, como el último sollozo.
Es profunda la agonía
De su eterna simetría;
Ora avanzan en las fugas y compases
Como péndulos tenaces
De la última alegría.
Un saber innominado,
Abatidor de la infancia,
Sufrir los hace, sufrir por el pecado
De la nativa elegancia.
Y por misteriosos fines,
Dentro del salón de la desdicha nocturna,
Se enajenan los delfines
En su danza taciturna.





EL BOTE VIEJO




Bajo brillante niebla,
De saladas actinias cubierto,
Amaneció en la playa,
Un bote viejo.

Con arena, se mira
La banda de sus bateleros,
Y en la quilla verdosos
Calafateos.

Bote triste, yacente,
Por los moluscos horadado;
Ha venido de ignotos
Muelles amargos.

Apareció en la bruma
Y en la armonía de la aurora;
Trajo de los rompientes
Doradas conchas.

A sus bancos remeros,
A sus amarillentas sogas,
Viene los cormoranes
Y las gaviotas.

Los pintorescos niños,
Cuando dormita la marea
Lo llenan de cordajes
Y de banderas.

Los novios, en la tarde,
En su alta quilla se recuestan;
Y a los vientos marinos,
De amor se besan.

Mas el bote ruinoso
De las arenas del estuario,
Ansía los distantes
Muelles dorados.

Y en la profunda noche,
En fino tumbo abrillantado,
Partió el bote muriente
A los botes lejanos.





EL CUARTO CERRADO




Mis ojos han visto
El cuarto cerrado;
Cual inmóviles labios su puerta
Está silenciado,
Su oblonga ventana, como un ojo abierto,
Vidrioso me mira;
Como un ojo triste,
Con mirada que nunca retira
Como un ojo muerto.
Por la grieta salen
Las emanaciones
Frías y morbosas;
¡Ay, las humedades como pesarosas
Fluyen a la acera:
Como si de lágrimas,
El cuarto cerrado un pozo tuviera!
Los hechos fatales
Nos oculta en su frío reposo...
¡Cuarto enmudecido!
¡Cuarto tenebroso
Con sus penas habrá atardecido
Cuántas juventudes!
¡Oh, cuántas bellezas habrá despedido!
¡Cuántas agonías!
¡Cuántos ataúdes!
Su camino siguieron los años,
Los días;
Galantes engaños
Y placenterías;
En el cuarto fatal, aterido,
Todo ha terminado;
Hoy sus sombras el ánima oprimen:
¡Y está como un crimen
El cuarto cerrado!





EL ESTANQUE




¡El verde estanque de la hacienda,
Rey del jardín amable,
Está en olvido
Miserable!
En las lejanas, bellas horas
Eran sus linfas cantadoras,
Eran granates y auroras,
A campánulas y jazmines
Iban insectos mandarines
Con lamparillas purpuradas,
Insectos cantarines
Con las músicas coloreadas;
Mas, del jardín, en la belleza
Mora siempre arcana tristeza:
Como la noche impenetrable,
Como la ruina miserable.
Temblaba Vésper en los cielos,
Gemían búhos paralelos
Y, de tarde, la enramada
Tenía vieja luz dorada;
Era la hora entristecida
Como planta por nieve herida;
Como el insecto agonizante
Sobre hojas secas navegante.
Clara, la niña bullidora,
Corrió a bañarse en linfa mora,
Para ir luego a la fiesta
De la heredad vecina;
Ya a su oído llegaba orquesta
De violín, piano y ocarina.
Brilló un momento, anaranjada,
Entre la sombra perfumada,
Con las primeras sensaciones
Del sarao de orquestaciones.
¡Oh!, en la linfa funesta y honda
Fue a bañarse la virgen blonda;
De los amores encendida,
La mirada llena de vida...
¡El verde estanque de la hacienda,
Rey del jardín amable,
Hoy es derrumbe
Miserable!





EL ANDARÍN DE LA NOCHE




El oscuro andarín de la noche
Detiene el paso junto a la torre,
Y al centinela
Le anuncia roja, cercana la guerra.

Le dice al viejo de la cabaña
Que hay batidores en la sabana;
Sordas linternas
En los juncales y oscuras sendas.

A las ciudades capitolinas
Va el pregonero de la desdicha;
Y en la tiniebla
Del extramuro, tardo se aleja.

En la batalla cayó la torre;
Siguieron ruinas, desolaciones;
Canes sombríos
Buscan los muertos en los caminos.

Suenan los bombos y las trompetas
Y las picotas y las cadenas;
Y nadie ha visto, por el confín;
Nadie recuerda
Al andarín.





LA RONDA DE ESPADAS




Por las avenidas
De miedo cercadas,
Brilla en la noche de azules oscuros,
La ronda de espadas.

Duermen los postigos,
Las viejas aldabas;
Y se escuchan borrosas de canes
Las músicas bravas.

Ya los extramuros
Y las arruinadas
Callejuelas, vibrante ha pasado
La ronda de espadas.

Y en los cafetines
Que el humo amortaja,
Al sentirla el tahúr de la noche,
Cierra la baraja.

Por las avenidas
Morunas, talladas,
Viene lenta, sonora, creciente
La ronda de espadas.

Tras las celosías,
Esperan las damas,
Paladines que traigan de amores
Las puntas de llamas.

Bajo los balcones
Do están encantadas,
Se detiene con súbito ruido
La ronda de espadas.

Tristísima noche
De nubes extrañas:
¡Ay, de acero las hojas lucientes
Se toman guadañas!

¡Tristísima noche
De las encantadas!





LOS REYES ROJOS




Desde la aurora
Combaten los reyes rojos,
Con lanza de oro.

Por verde bosque
Y en los purpurinos cerros
Vibra su ceño.

Falcones reyes
Batallan en lejanías
De oro azulinas.

Por la luz cadmio,
Airadas se ven pequeñas
Sus formas negras.

Viene la noche
Y firmes combaten foscos
Los reyes rojos.





LOS MUERTOS




Los nevados muertos,
Bajo triste cielo,
Van por la avenida
Doliente que nunca termina.

Van con mustias formas
Entre las auras silenciosas:
Y de la muerte dan el frío
A sauces y lirios.

Lentos brillan blancos
Por el camino desolado;
Y añoran las fiestas del día
Y los amores de la vida.

Al caminar, los muertos una
Esperanza buscan:
Y miran sólo la guadaña,
La triste sombra ensimismada.

En yerma noche de las brumas
Y en el penar y la pavura,
Van los lejanos caminantes
Por la avenida interminable.







Jose María Eguren


MARCHA FÚNEBRE DE UNA MARIONNETTE

Suena trompa del infante con aguda melodía...
La farándula ha llegado a la reina Fantasía;
Y en las luces otoñales se levanta plañidera
La carroza plañidera.

Pasan luego, a la sordina, peregrinos y lacayos
Y con sus caparazones los acéfalos caballos;
Van azul melancolía
La muñeca. ¡No hagáis ruido!;
Se diría, se diría
Que la pobre se ha dormido.

Vienen túmidos y erguidos palaciegos borgoñones
Y los siguen arlequines con estrechos pantalones.
Ya monótona en litera
Va la reina de madera;
Y Paquita siente anhelo de reír y de bailar,
Flotó breve la cadencia de la murria y la añoranza;
Suena el pífano campestre con los aires de la danza.

¡Pobre, pobre marionnette que la van a sepultar!
Con silente poesía
Va un grotesco Rey de Hungría
Y los siguen los alanos;
Así toda la jauría
Con los viejos cortesanos.
Y en tristor a la distancia
Vuelan goces de la infancia,
Los amores incipientes, los que nunca han de durar.

¡Pobrecita la muñeca que la van a sepultar!
Melancólico el zorcico se prolonga en la mañana,
La penumbra se difunde por el monte y la llanura,
Marionnette deliciosa va a llegar a la temprana sepultura.

En la trocha aúlla el lobo
Cuando gime el melodioso paro bobo.
Tembló el cuerno de la infancia con aguda melodía
Y la dicha tempranera a la tumba llega ahora
Con funesta poesía
Y Paquita danza y llora.







Jose María Eguren


EL DOLOR DE LA NOCHE

Cuando tiembla la noche tardía
En los arenales y los campos negros,
Se oyen voces dolientes, lejanas,
Detrás de los cerros.
¡Es el canto del bosque perdido,
Con la gama antigua de silvestres notas,
O el gemir del turbón ignorado,
Por vegas y sombras!
¡O el distante clamor de las fieras
Que en las pampas brunas
Y en las lomas y campos eriales
Envían al hombre sus iras nocturnas!
¡El coro que sube remoto a los cielos
Será de la muerte la roja palabra
O el clamor de ciudad brilladora
Que se hunde, se apaga!
¡El rondó que triste
Las pendientes dormidas circunda:
El grito del odio será de los montes,
Será de las tumbas!
Cuando se obscurecen las bromas erguidas
En los arenales y los campos negros,
Cómo suena el dolor de la noche
¡Detrás de los cerros!













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