José Hierro del Real
Poeta
Madrid - España
03/04/1922 - 21/12/2002
EL BUEN MOMENTO
Aquel momento que flota
Nos toca con su misterio.
Tendremos siempre el presente
Roto por aquel momento.
Toca la vida sus palmas
Y tañe sus instrumentos.
Acaso encienda su música
Sólo para que olvidemos.
Pero hay cosas que no mueren
Y otras que nunca vivieron.
Y las hay que llenan todo
Nuestro universo.
Y no es posible librarse
De su recuerdo.
SEGUNDO AMOR I; GÉNESIS
I
En el principio era el amor.
Cuando el alba buscaba un dueño.
Cuando todas las criaturas
Llevaban sus cuerpos desiertos.
En el principio era el amor.
En todo tenía su reino.
La noche entera era el latido
De tan hondo enamoramiento.
El amor y las almas, juntos
Fueron creando el universo.
Las almas fueron su metal.
El amor su mágico fuego.
En el principio era el amor.
Los cuerpos estaban desiertos,
Y cada cuerpo buscó un alma
Que lo tuviera prisionero.
Para el cuerpo, recién nacido
De la noche, todo fue nuevo.
Ignoró, por no entristecerse,
Que el alma tenía recuerdos.
En el principio era el amor.
II
Alguna vez un alma halló
El alma que la completaba.
Cuando los cuerpos se tuvieron,
Olvidaron que había alma.
No llegaron a lo que dura,
Y gozaron de lo que pasa.
Luego se fueron, dividieron
El caudal de su única agua.
III
En el principio era el amor.
Sin el amor nada existía.
El alma que una vez amó,
Nunca jamás se apagaría.
Volver a amar era intentar
Tornar al punto de partida,
Apresar humo, tocar cielos,
Poseer la luz infinita.
Volver a amar era querer
Revivir las flores marchitas.
Era escuchar la voz del alma
Que llamaba al alma perdida.
Volver a amar era llorar
Por la dicha desvanecida.
Era encontrar con quién partir
El pan y el vino de otros días.
Pero -de sobra lo sabemos-
Sólo una vez se ama en la vida.
Volver a amar es evocar
El amor que colmó la dicha.
Es, sin querer, hacer sufrir.
Sentir la rueda detenida.
Que si el espejo sufre es porque
La vieja imagen está viva.
En el principio era el amor.
PASEO
Sin ternuras, que entre nosotros
Sin ternuras nos entendemos.
Sin hablarnos, que las palabras
Nos desaroman el secreto.
¡Tantas cosas nos hemos dicho
Cuando no era posible vernos!
¡Tantas cosas vulgares, tantas
Cosas prosaicas, tantos ecos
Desvanecidos en los años,
En la oscura entraña del tiempo!
Son esas fábulas lejanas
En las que ahora no creemos.
Es octubre. Anochece. Un banco
Solitario. Desde él te veo
Eternamente joven, mientras
Nosotros nos vamos muriendo.
Mil novecientos treinta y ocho.
La Magdalena. Soles. Sueños.
Mil novecientos treinta y nueve,
¡Comenzar a vivir de nuevo!
Y luego ya toda la vida.
Y los años que no veremos.
Y esta gente que va a sus casas,
A sus trabajos, a sus sueños.
Y amigos nuestros muy queridos,
Que no entrarán en el invierno.
Y todo ahogándonos, borrándonos.
Y todo hiriéndonos, rompiéndonos.
Así te he visto: sin ternuras,
Que sin ellas nos entendemos.
Pensando en ti como no eres,
Como tan solo yo te veo.
Intermedio prosaico para
Soñar una tarde de invierno.
CON LAS PIEDRAS, CON EL VIENTO
Con las piedras, con el viento
Hablo de mi reino.
Mi reino vivirá mientras
Estén verdes mis recuerdos.
Cómo se pueden venir
Nuestras murallas al suelo.
Cómo se puede no hablar
De todo aquello.
El viento no escucha. No
Escuchan las piedras, pero
Hay que hablar, comunicar,
Con las piedras, con el viento.
Hay que no sentirse solo.
Compañía presta el eco.
El atormentado grita
Su amargura en el desierto.
Hay que desendemoniarse,
Liberarse de su peso.
Quien no responde, parece
Que nos entiende,
Con las piedras, con el viento.
Se exprime así el alma. Así
Se libra de su veneno.
Descansa, comunicando
Con las piedras, con el viento.
AQUEL QUE HA SENTIDO
Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría
No podrá morir nunca.
Yo lo veo muy claro en mi noche completa.
Me costó muchos siglos de muerte poder comprenderlo,
Muchos siglos de olvido y de sombra constante,
Muchos siglos de darle mi cuerpo extinguido
A la hierba que encima de mí balancea su fresca verdura.
Ahora el aire, allá arriba, más alto que el suelo que pisan los vivos,
Será azul. Temblará estremecido, rompiéndose,
Desgarrado su vidrio oloroso por claras campanas,
Por el curvo volar de los gorriones,
Por las flores doradas y blancas de esencias frutales.
(Yo una vez hice un ramo con ellas.
Puede ser que después arrojara las flores al agua,
Puede ser que le diera las flores a un niño pequeño,
Que llenara de flores alguna cabeza que ya no recuerdo,
Que a mi madre llevara las flores:
Yo quería poner primavera en sus manos).
¡Será ya primavera allá arriba!
Pero yo que he sentido una vez en mis manos temblar la alegría
No podré morir nunca.
Pero yo que he tocado una vez las agudas agujas del pino
No podré morir nunca.
Morirán los que nunca jamás sorprendieron
Aquel vago pasar de la loca alegría.
Pero yo que he tenido su tibia hermosura en mis manos
No podré morir nunca.
Aunque muera mi cuerpo, y no quede memoria de mí.
ALEGRÍA
Llegué al dolor por la alegría.
Supe por el dolor que el alma existe.
Por el dolor, allá en mi reino triste,
Un misterioso Sol amanecía.
Era alegría la mañana fría
Y el viento loco y cálido que embiste.
(Alma que verdes primaveras viste
Maravillosamente se rompía).
Así la siento más. Al cielo apunto
Y me responde cuando le pregunto
Con dolor tras dolor para mi herida.
Y mientras se ilumina mi cabeza
Ruego por el que he sido en la tristeza
A las divinidades de la vida.
EL NIÑO DE LA JAULA VACÍA
Con tus manos hiciste libres
-Con tus propias manos- las aves.
Hijo: qué sueñas, sombra, símbolo
Del hombre que rompe sus cárceles,
Del que libera pensamientos,
Palabras que se lleva el aire;
Del que dio canto y dio consuelo
Y no halló quien lo consolase.
Solitario, mudo, ceñidas
Las sienes de hojas otoñales.
En la boca reseca el gusto
De la sal de todos los mares.
La sal que dejaron las olas
De los días al derrumbarse.
DESALIENTO
No tienes tú la culpa. Somos
Los prisioneros de ayer.
El pasado que no fue nuestro
Lo quisiéramos poseer.
Contemplar a la luz del día
Toda su amarga desnudez.
Pensar que ha sido de nosotros
Lo que ya nunca podrá ser.
No tienes tú la culpa. Vamos
Ciegos. Vivimos sin saber.
No tengo yo la culpa, pero
Los dos debemos padecer.
Purificar con la tristeza
Lo que ya fue.
Tiramos piedra contra el cielo
Y nos caen piedras desde él.
El mal que hicimos, no sabíamos
En qué manos iba a caer.
Pusimos hiel en nuestros surcos
Y los frutos saben a hiel.
El mal que más nos entristece
Es el que no se quiso hacer.
"No quiero que pienses", dices.
Tú sabes que sólo en ello
Puedo pensar. Pasarán
Los días, las noches. Tiempos
Vendrán sin nosotros. Soles
Brillarán en cielos nuevos.
Ecos de campana harán
Más misterioso el silencio.
("No quiero que pienses").
Yo seguiré pensando en ello.
EL ENEMIGO
Nos mira. Nos está acechando. Dentro
De ti, dentro de mí, nos mira. Clama
Sin voz, a pleno corazón. Su llama
Se ha encarnizado en nuestro oscuro centro.
Vive en nosotros. Quiere herirnos. Entro
Dentro de ti. Aúlla, ruge, brama.
Huyo, y su negra sombra se derrama,
Noche total que sale a nuestro encuentro.
Y crece sin parar. Nos arrebata
Como a escamas de octubre el viento. Mata
Más que el olvido. Abrasa con carbones
Inextinguibles. Deja devastados
Días de sueños. Malaventurados
Los que le abrimos nuestros corazones.
LAS NUBES
Inútilmente interrogas.
Tus ojos miran al cielo.
Buscas detrás de las nubes,
Huellas que se llevó el viento.
Buscas las manos calientes,
Los rostros de los que fueron,
El círculo donde yerran
Tocando sus instrumentos.
Nubes que eran ritmo, canto
Sin final y sin comienzo,
Campanas de espumas pálidas
Volteando su secreto,
Palmas de mármol, criaturas
Girando al compás del tiempo,
Imitándole la vida
Su perpetuo movimiento.
Inútilmente interrogas
Desde tus párpados ciegos.
¿Qué haces mirando a las nubes,
José Hierro?
DESTINO ALEGRE
Nos han abandonado en medio del camino.
Entre la luz íbamos ciegos.
Somos aves de paso, nubes altas de estío,
Vagabundos eternos.
Mala gente que pasa cantando por los campos.
Aunque el camino es áspero y son duros los tiempos,
Cantamos con el alma. Y no hay un hombre solo
Que comprenda la viva razón del canto nuestro.
Vivimos y morimos muertes y vidas de otros.
Sobre nuestras espaldas pesan mucho los muertos.
Su hondo grito nos pide que muramos un poco,
Como murieron todos ellos,
Que vivamos deprisa, quemando locamente
La vida que ellos no vivieron.
Ríos furiosos, ríos turbios, ríos veloces,
(Pero nadie nos mide lo hondo, sino lo estrecho)
Mordemos las orillas, derribamos los puentes.
Dicen que vamos ciegos.
Pero vivimos. Llevan nuestras aguas la esencia
De las muertes y vidas de vivos y de muertos.
Ya veis si es bien alegre saber a ciencia cierta
Que hemos nacido para eso.
LLEGADA AL MAR
Cuando salí de ti, a mí mismo
Me prometí que volvería.
Y he vuelto. Quiebro con mis piernas
Tu serena cristalería.
Es como ahondar en los principios,
Como embriagarse con la vida,
Como sentir crecer muy hondo
Un árbol de hojas amarillas
Y enloquecer con el sabor
De sus frutas más encendidas.
Como sentirse con las manos
En flor, palpando la alegría.
Como escuchar el grave acorde
De la resaca y de la brisa.
Cuando salí de ti, a mí mismo
Me prometí que volvería.
Era en otoño, y en otoño
Llego, otra vez, a tus orillas.
(De entre tus ondas el otoño
Nace más bello cada día).
Y ahora que yo pensaba en ti
Constantemente, que creía...
Las montañas que te rodean
Tienen hogueras encendidas.
Y ahora que yo quería hablarte,
Saturarme de tu alegría...
Eres un pájaro de niebla
Que picotea mis mejillas.
Y ahora que yo quería darte
Toda mi sangre, que quería...
Qué bello, mar, morir en ti
Cuando no pueda con mi vida.
José Hierro
QUISIERA ESTA TARDE NO ODIAR
Quisiera esta tarde no odiar,
No llevar en mi frente la nube sombría.
Quisiera tener esta tarde unos ojos más claros
Para posarlos serenos en la lejanía.
Debe de ser tan hermoso decir:
"Creo en la cosas que existen y en otras que acaso
No existan,
En todas las cosas que pueden salvarme, aunque ignore
Su nombre;
Conozco la fruta dorada que da la alegría".
Quisiera esta tarde no odiar,
Sentirme ligero, ser río que canta, ser viento que mueve
La espiga.
Miro al poniente. Atardecen los largos caminos que van
A la noche,
Que dan su cansancio a la noche, que van a la noche
A soñar en su larga mentira.
José Hierro
NOCHE
Salió desnuda el alma
A quemarse en la hoguera.
¡Qué clara dan la sombra
Las estrellas!
Se enredaba la noche,
Azul, entre las piernas.
Ocultas en los chopos
Bailaban las doncellas.
¡Qué anunciación, qué víspera
De deshojar las nieblas
De dos en dos, las brisas
De tres en tres!
Estrellas,
Qué clara dan la sombra
Las estrellas.
Reseña biográfica
Poeta español nacido en Madrid en 1922.
Es uno de los poetas de la «Generación del medio siglo» cuya poesía contiene rasgos sociales basados en su experiencia como «Niño de la guerra».
Es considerado como uno de los grandes poetas contemporáneos de habla hispana.
Su obra abarca temas sociales y de compromiso con el hombre, el paso del tiempo y el recuerdo, como puede observarse en su bello «Cuaderno de Nueva York» y «Alegría», dos de sus publicaciones más importantes.
Durante la guerra civil se dedicó a actividades clandestinas que motivaron su encarcelamiento en 1939.
Después de ser liberado en 1942, se desempeñó en diversos oficios durante varios años, hasta radicarse en Madrid, donde inició entonces una larga carrera como escritor, jalonada por numerosos premios y distinciones entre los que se destacan:
Premio Adonais 1947, Premio Nacional de Literatura 1953, Premio Nacional de la Crítica 1957, Premio March de Poesía en 1959, Premio Príncipe de Asturias en 1981, Premio Nacional de las Letras Españolas en 1990, Premio Reina Sofía 1995, Premio Europeo de Literatura Aristeión 1999, Premio Cervantes de las Letras 1999, Doctor Honoris Causa de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo 1995, Miembro de la Real Academia de la Lengua desde 1999.
En 2002 fue nombrado "Doctor Honoris causa" por la Universidad de Turín. En 2002 el Ayuntamiento de Madrid le concedió la Medalla de Oro de la ciudad.
Falleció en diciembre 21 de 2002.
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