José Asunción Silva





José Asunción Silva

Poeta, comerciante, embajador



Bogotá - Colombia
27/11/1865 - 23/05/1896





TRISTE




Cuando al quererlo la suerte
Se mezclan a nuestras vidas,
De la ausencia o de la muerte,
Las penas desconocidas,

Y, envueltos en el misterio
Van, con rapidez que asombra,
Amigos al cementerio,
Ilusiones a la sombra,

La intensa voz de ternura
Que vibra en el alma amante
Como entre la noche oscura
Una campana distante,

Saca recuerdo perdidos
De angustias y desengaños
Que tienen ocultos nidos
En las ruinas de los años,

Y que al cruzar aleteando
Por el espacio sombrío
Van en el ser derramando
Sueños de angustia y de frío

Hasta que alguna lejana,
Idea consoladora,
Que irradia en el alma humana
Como con lumbre de aurora,

En su lenguaje difuso
Entabla con nuestros duelos
El gran diálogo confuso
De las tumbas y los cielos.





VEJECES




Las cosas viejas, tristes, desteñidas,
Sin voz y sin color, saben secretos
De las épocas muertas, de las vidas
Que ya nadie conserva en la memoria,
Y a veces a los hombres, cuando inquietos
Las miran y las palpan, con extrañas
Voces de agonizante dicen, paso,
Casi al oído, alguna rara historia
Que tiene oscuridad de telarañas,
Son de laúd, y suavidad de raso.
¡Colores de anticuada miniatura,
Hoy, de algún mueble en el cajón, dormida;
Cincelado puñal; carta borrosa,
Tabla en que se deshace la pintura
Por el tiempo y el polvo ennegrecida;
Histórico blasón, donde se pierde
La divisa latina, presuntuosa,
Medio borrada por el liquen verde;
Misales de las viejas sacristías;
De otros siglos fantásticos espejos
Que en el azogue de las lunas frías
Guardáis de lo pasado los reflejos;
Arca, en un tiempo de ducados llena,
Crucifijo que tanto moribundo,
Humedeció con lágrimas de pena
Y besó con amor grave y profundo;
Negro sillón de Córdoba; alacena
Que guardaba un tesoro peregrino
Y donde anida la polilla sola;
Sortija que adornaste el dedo fino
De algún hidalgo de espadín y gola;
Mayúsculas del viejo pergamino;
Batista tenue que a vainilla hueles;
Seda que te deshaces en la trama
Confusa de los ricos brocateles;
Arpa olvidada que al sonar te quejas;
Barrotes que formáis un monograma
Incomprensible en las antiguas rejas,
El vulgo os huye, el soñador os ama
Y en vuestra muda sociedad reclama
Las confidencias de las cosas viejas.
El pasado perfuma los ensueños
Con esencias fantásticas y añejas
Y nos lleva a lugares halagüeños
En épocas distantes y mejores,
Por eso a los poetas soñadores,
Les son dulces, gratísimas y caras,
Las crónicas, historias y consejas,
Las formas, los estilos, los colores
Las sugestiones místicas y raras
Y los perfumes de las cosas viejas.





ESTRELLAS QUE ENTRE LO SOMBRÍO




Estrellas que entre lo sombrío,
De lo ignorado y de lo inmenso,
Asemejáis en el vacío,
Jirones pálidos de incienso,
Nebulosas que ardéis tan lejos
En el infinito que aterra
Que sólo alcanzan los reflejos
De vuestra luz hasta la tierra,
Astros que en abismos ignotos
Derramáis resplandores vagos,
Constelaciones que en remotos
Tiempos adoraron los Magos,
Millones de mundos lejanos,
Flores de fantástico broche,
Islas claras en los océanos,
Sin fin, ni fondo de la noche,
Estrellas, luces pensativas
Estrellas, pupilas inciertas
¿Por qué os calláis si estáis vivas
Y por que alumbráis si estáis muertas?





CREPÚSCULO




Junto a la cuna aún no está encendida
La lámpara tibia, que alegra y reposa,
Y se filtra opaca, por entre cortinas
De la tarde triste la luz azulosa.
Los niños cansados suspenden los juegos,
De la calle vienen extraños ruidos,
En estos momentos, en todos los cuartos,
Se van despertando los duendes dormidos.
La sombra que sube por los cortinajes,
Para los hermosos oyentes pueriles,
Se puebla y se llena con los personajes
De los tenebrosos cuentos infantiles.
Flota en ella el pobre Rin Rin Renacuajo,
Corre y huye el triste Ratoncito Pérez,
Y la entenebrece la forma del trágico
Barba Azul, que mata sus siete mujeres.
En unas distancias enormes e ignotas,
Que por los rincones oscuros suscita,
Andan por los prados el Gato con Botas,
Y el Lobo que marcha con Caperucita.
Y, ágil caballero, cruzando la selva,
Do vibra el ladrido fúnebre de un gozque,
A escape tendido va el Príncipe Rubio
A ver a la Hermosa Durmiente del Bosque.

Del infantil grupo se levanta leve
Argentada y pura, una vocecilla,
Que comienza: "Entonces se fueron al baile
Y dejaron sola a la Cenicentilla,
Se quedó la pobre triste en la cocina,
De llanto de pena nublados los ojos,
Mirando los juegos extraños que hacían
En las sombras negras los carbones rojos.
Pero vino el Hada que era su madrina,
Le trajo un vestido de encaje y crespones,
Le hizo un coche de oro de una calabaza,
Convirtió en caballos unos seis ratones,
Le dio un ramo enorme de magnolias húmedas,
Unos zapaticos de vidrio, brillantes,
Y de un solo golpe de la vara mágica
Las cenizas grises convirtió en diamantes".

Con atento oído las niñas la escuchan,
Las muñecas duermen, en la blanda alfombra
Medio abandonadas, y en el aposento
La luz disminuye, se aumenta la sombra.

¡Fantásticos cuentos de duendes y hadas,
Llenos de paisajes y de sugestiones,
Que abrís a lo lejos amplias perspectivas
A las infantiles imaginaciones!
Cuentos que nacisteis en ignotos tiempos
Y que vais, volando, por entre lo oscuro,
Desde los potentes Aryos primitivos,
Hasta las enclenques razas del futuro.
Cuentos que repiten sencillas nodrizas
Muy paso, a los niños, cuando no se duermen,
Y que en sí atesoran del sueño poético
El íntimo encanto, la esencia y el germen.
Cuentos más durables que las convicciones
De graves filósofos y sabias escuelas,
Y que rodeasteis con vuestras ficciones,
Las cunas doradas de las bisabuelas.
¡Fantásticos cuentos de duendes y hadas
Que pobláis los sueños confusos del niño,
El tiempo os sepulta por siempre en el alma
Y el hombre os evoca, con hondo cariño!





CRISÁLIDAS




Cuando enferma la niña todavía
Salió cierta mañana
Y recorrió, con inseguro paso
La vecina montaña,
Trajo, entre un ramo de silvestres flores
Oculta una crisálida,
Que en su aposento colocó, muy cerca
De la camita blanca.

Unos días después, en el momento
En que ella expiraba,
Y todos la veían, con los ojos
Nublados por las lágrimas,
En el instante en que murió, sentimos
Leve rumor de alas
Y vimos escapar, tender al vuelo
Por la antigua ventana
Que da sobre el jardín, una pequeña
Mariposa dorada.

La prisión, ya vacía, del insecto
Busqué con vista rápida;
Al verla vi de la difunta niña
La frente mustia y pálida,
Y pensé, si al dejar su cárcel triste
La mariposa alada,
La luz encuentra y el espacio inmenso,
Y las campestres auras,
Al dejar la prisión que las encierra,
¿Qué encontrarán las almas?





A TI




Tú no lo sabes... mas yo he soñado
Entre mis sueños color de armiño,
Horas de dicha con tus amores,
Besos ardientes, que dos suspiros
Cuando la tarde tiñe de oro
Esos espacios que juntos vimos,
Cuando mi alma su vuelo emprende
A las regiones de lo infinito
Aunque me olvides, aunque no me ames
Aunque me odies, ¡sueño contigo!





AL OÍDO DEL LECTOR




No fue pasión aquello,
Fue una ternura vaga
Lo que inspiran los niños enfermizos,
Los tiempos idos y las noches pálidas.
El espíritu sólo
Al conmoverse canta:
Cuando el amor lo agita poderoso
Tiembla, medita, se recoge y calla.
Pasión hubiera sido
En verdad; estas páginas
En otro tiempo más feliz escritas
No tuvieran estrofas sino lágrimas.





A UN PESIMISTA




Hay demasiada sombra en tus visiones,
Algo tiene de plácido la vida,
No todo en la existencia es una herida
Donde brote la sangre a borbotones.
La lucha tiene sombra, y las pasiones
Agonizantes, la ternura huida,
Todo lo amado que al pasar se olvida
Es fuente de angustiosas decepciones.
Pero, ¿por qué dudar, si aún ofrecen
En el remoto porvenir oscuro
Calmas hondas y vívidos cariños
La ternura profunda, el beso puro
Y manos de mujer, que amantes mecen
Las cunas sonrosadas de los niños?





NOCTURNO




Una noche,
Una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de alas,
Una noche,
En que ardían, en la sombra nupcial y húmeda, las luciérnagas fantásticas,
A mi lado, lentamente, contra mí ceñida, toda, muda y pálida
Como si un presentimiento de amarguras infinitas
Hasta el fondo más secreto de tus fibras te agitara,
Por la senda que atraviesa la llanura florecida
Caminabas,
Y la Luna llena
Por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,
Y tu sombra,
Fina y lánguida,
Y mi sombra
Por los rayos de la Luna proyectadas,
Sobre las arenas tristes
De la senda se juntaban
Y eran una
Y eran una
¡Y eran una sola sombra larga!
¡Y eran una sola sombra larga!
¡Y eran una sola sombra larga!
Esta noche
Solo el alma
Llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
Separado de ti misma, por la sombra, por el tiempo y la distancia,
Por el infinito negro
Donde nuestra voz no alcanza,
Solo y mudo
Por la senda caminaba,
Y se oían los ladridos de los perros a la Luna,
A la Luna pálida,
Y el chillido
De las ranas.
Sentí frío; ¡era el frío que tenían en tu alcoba
Tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
Entre las blancuras níveas
De las mortuorias sábanas.
Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte,
Era el frío de la nada...
Y mi sombra
Por los rayos de la Luna proyectada,
Iba sola
Iba sola
¡Iba sola por la estepa solitaria!
Y tu sombra esbelta y ágil,
Fina y lánguida,
Como en esa noche tibia de la muerta primavera,
Como en esa noche llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas,
Se acercó y marchó con ella,
Se acercó y marchó con ella,
Se acercó y marchó con ella... ¡Oh las sombras enlazadas!
¡Oh las sombras de los cuerpos que se juntan con las sombras de las almas!
¡Oh las sombras que se buscan y se juntan en las noches de negruras y de lágrimas!





SINFONÍA COLOR DE FRESA CON LECHE




A los colibríes decadentes
¡Rítmica reina lírica! Con venusinos
Cantos de sol y rosa, de mirra y laca
Y policromos cromos de tonos mil
Oye los constelados versos mirrinos,
Escúchame esta historia rubendaríaca,
De la Princesa verde y el paje Abril,
Rubio y sutil.
El bizantino esmalte do irisa el rayo
Las purpuradas gemas; que enflora Junio
Si Helios recorre el cielo de azul edén,
Es lilial albura que esboza Mayo
En una noche diáfana de plenilunio
Cuando las crisodinas nieblas se ven
¡A tutiplén!
En las vívidas márgenes que espuma el Cauca
Áureo pico, ala ebúrnea, currucuquea
De sedeñas verduras bajo el dosel
Do las perladas ondas se esfuma glauca
¿Es paloma, es estrella o azul idea?
Labra el emblema heráldico de áureo broquel,
Róseo rondel.
Vibran sagradas liras que ensueña Psiquis
Son argentados cisnes hadas y gnomos
Y edenales olores, lirio y jazmín
Y vuelan entelechias y tiquismiquis
De corales, tritones, memos y momos
Del horizonte lírico nieve y carmín
Hasta el confín.
Liliales manos vírgenes al son aplauden
Y se englaucan los líquidos y cabrillean
Con medievales himnos al abedul,
Desde arriba Orión, Venus, que Secchis lauden
Miran como pupilas que cintillean
Por los abismos húmedos del negro tul
Del cielo azul.
Tras de las cordilleras sombras, la blanca
Selene, entre las nubes ópalo y tetras
Surge como argentífero tulipán
Y por entre lo negro que se espernanca
Huyen los bizantinos de nuestras letras
Hasta el Babel Bizancio, do llegarán
Con grande afán.
¡Rítmica Reina lírica! Con venusinos
Cantos de Sol y rosa, de mirra y laca
Y policromos cromos de tonos mil,
Estos son los caóticos versos mirrinos
Esta es la descendencia rubendaríaca,
De la Princesa verde y el paje Abril,
Rubio y sutil.





LA CALAVERA




En el derruido muro
De la huerta del convento,
En un agujero oscuro
Donde, al pasar, silba el viento,
Y, como una dolorida
Queja a las piedras arranca,
Hay, en el fondo, escondida
Una calavera blanca.
De algún fraile soñador
De vida ejemplar y bella
Y dedicada al Señor,
En el mundo única huella.
Abre los ojos, sin fondo,
Como a visiones extrañas,
Y del vacío en lo hondo
Forjan telas las arañas.
Húmedo musgo grisoso
Recubre la antigua grieta,
Donde, en supremo reposo,
Descansa ignorada y quieta.
Pero hasta aquella escondida
Mansión la brisa ligera
Lleva murmullos de vida
Y olores de primavera.
Golondrinas, que en sus marchas
Dejaron el patrio río,
Huyendo de las escarchas,
De las brumas y del frío,
Cuando la luz del Poniente
Filtra por el hondo hueco
Y hace parecer viviente
El cráneo rígido y seco,
Desde las negras ruinas,
Alzan sosegado vuelo,
En sus vueltas peregrinas
Tocan las ramas y el suelo,
Como buscando en el prado,
Ya por la tarde, sombrío,
El espíritu elevado
Que habitó el cráneo vacío.





MUERTOS




En los húmedos bosques, en otoño,
Al llegar de los fríos, cuando rojas,
Vuelan sobre los musgos y las ramas
En torbellinos, las marchitas hojas,
La niebla al extenderse en el vacío
Le da al paisaje mustio un tono incierto
Y el follaje do huyó la savia ardiente
Tiene un adiós para el verano muerto
Y un color opaco y triste
Como el recuerdo borroso
De lo que fue y ya no existe.
En los antiguos cuartos hay armarios
Que en el rincón más íntimo y discreto,
De pasadas locuras y pasiones
Guardan, con un aroma de secreto,
Viejas cartas de amor, ya desteñidas
Que obligan a evocar tiempos mejores,
Y ramilletes negros y marchitos,
Que son como cadáveres de flores
Y tienen un olor triste
Como el recuerdo borroso
De lo que fue y ya no existe.
Y en las almas amantes cuando piensan
En perdidos afectos y ternuras
Que de la soledad de ignotos días
No vendrán a endulzar horas futuras,
Hay el hondo cansancio que en la lucha,
Acaba de matar a los heridos,
Vago como el color del bosque mustio
Como el olor de los perfumes idos,
Y el cansancio aquel es triste
Como el recuerdo borroso
De lo que fue y ya no existe.







José Asunción Silva


NOTAS PERDIDAS

I

Es media noche. Duerme el mundo ahora
Bajo el ala de niebla del silencio
Vagos rayos de luna
Y el fulgor incierto
De lámpara velada
Alumbran su aposento.
En las teclas del piano
Vagan aún sus marfilinos dedos,
Errante la mirada
Dice algo que no alcanza el pensamiento.
¡Cómo perfuma el aire el blanco ramo
Marchito en el florero,
Cuán suave es el suspiro
Que vaga entre sus labios entreabiertos!

¡Adriana! ¡Adriana! De tan dulces horas
Guardarán el secreto
Tu estancia, el rayo de la luna, el vago
Ruido de tus besos,
La noche silenciosa,
Y en mi alma el recuerdo!

II

Si en vosotras algún día
Se fijan sus ojos bellos,
¡Pobres estrofas! Habladle
Con rumor suave y ledo
Como notas de una música
Que oímos ha mucho tiempo,
Y que impregnada de aromas
Torna en las alas del viento.
Alzada cual leve brisa
Besad sus blondos cabellos
Y penetrad en su alma
Y en los espacios perdeos
Como en la santa capilla
Las espirales de incienso!

III

Como recuerdo de su amor sincero,
Recuerdo dulce y único
De aquel amor suave y melancólico
Cual la luz del crepúsculo,
Guardo en un cofrecito plateado
Unas rosas de musgo
Las contemplo en mis horas de alegría,
Las beso cuando sufro,
¡Aún guardan el perfume penetrante
De los cabellos suyos!

Cuando bajo la tierra muda y fría
Duerma, lejos del mundo,
Cuando el ramaje de movible sauce
Cobije mi sepulcro,
Sobre la piedra que mis restos vele
Poned el ramo mustio!

IV

La noche en que al dulce beso
Del amor, se abrió su alma
Caminando lentamente
Iba, en mi brazo apoyada.
No había Luna. Las estrellas
Vertían su luz escasa,
Y sobre el cielo profundo
Nuestros ojos contemplaban
Como una bruma ligera,
La brillante vía láctea,
Suspiró. Con voz muy queda
Dime -le dije-, ¡te cansas!
Alzó la hermosa cabeza,
Se iluminó su mirada
Y murmuró. Mira, dicen
Que es grande, inmensa la vaga
Bruma que brilla a lo lejos
Como una niebla de plata,
Que la forman otros mundos
Que están a inmensa distancia,
Que la luz solar invierte
Siglos en atravesarla,
Y si Dios quisiera un día
A ti y a mí darnos alas,
¡Esa distancia infinita
Feliz contigo cruzara!
Bajo la noble cabeza
Desvió la viva mirada
Y dijo paso; de nuevo
Me preguntabas "te cansas".

V

¡Pobre! Junto del hombre aquel, su vida
Fue como un rayo del estivo sol,
Que se pierde en un caos de neblinas
Sin forma ni color.

Las veces en que, en horas de tristeza,
Las sombras de otros tiempos evocó
Y el recuerdo feliz y sonriente
De su primer amor,
Las veces en que al beso de la pena
Quizá lanzó un ¡ay!, y murmuró
Cabe la cuna del dormido niño
Una dulce canción,
Las veces en que en luchas interiores
Del sentimiento el grito sofocó
Como el humilde aroma de las rosas
Lo sabe sólo Dios.

VI

Encontrarás poesía
Dijo entonces, sonriendo
En el recinto sagrado
De los cristianos templos,
En los lugares que nunca
Humanos pies recorrieron,
En los bosques seculares
Donde se oculta el silencio,
En los murmullos sonoros
De las ondas y del viento,
En la voz de los follajes
Del amor en los recuerdos,
De las niñas de quince años
En los blancos aposentos,
En las tristezas profundas
Como el Cristo
En las noches estrelladas,
¡Jamás en los malos versos!

VII

Como tú sobre la dura
Roca nativa, parásita
También he visto en la vida
Sobre las rocas más áridas
Criaturas tristes y buenas
Embellecer...

VIII

¡La visteis! Dulce y serena
Su faz retrata su calma
Y aunque de visiones llena
Aún está virgen su alma.
Tiene la piel suave y pura
Cual las hojas de las lilas,
Ensueños de honda ternura
Rebosan en sus pupilas.
Pequeño y la forma arqueada
El pie nervioso y breve
Y pálida y hoyuelada
La blanca mano de nieve.
La mirada traviesa
Con lumbre vívida brilla
Bajo de la blonda espesa
De la española mantilla.
Y al meditar en sus besos
Perdiéndose en sus miradas
Se sueñan locos excesos
De frescas carnes rosadas.
Su alegre estancia risueña
Medio-templo, medio-nido,
Conversa al alma que sueña
Con un lenguaje escondido.
Hacia sus grandes ventanas
Que velan leves cortinas
Tienden las oscuras ramas
Las madreselvas vecinas.
De noche mis pensamientos
Allí van -ruido importuno
En las alas de los vientos
Con los rayos de la Luna.
Y al penetrar, a la mesa
Vuelan -do lee o delira-
O hacia el Cristo al cual le reza,
O al espejo do se mira.
Y cual una visión vana
Que evaporándose crece
Se salen por la ventana
Cuando la aurora amanece.

IX

¡Bajad a la pobre niña,
Bajadla con mano trémula,
Y con cuidadoso esmero
Entre la fosa ponedla
Y arrojad sobre su tumba
Frías puñadas de tierra!
Aún sobre sus labios rojos
La sonrisa postrimera,
Tan joven y tan hermosa
Y descansa helada, yerta,
Y está marchito el tesoro
De su dulce adolescencia.
Bajad a la pobre niña,
¡Bajadla con mano trémula
Y con cuidadoso esmero
Entre la fosa ponedla
Y arrojad sobre su tumba
Frías puñadas de tierra!
Cavad ahora otra fosa,
Cavadla con mano trémula,
De la sonriente niña
Del triste sepulcro cerca,
Para que lejos del mundo
Su sueño postrero duerman
Mis recuerdos de cariño
Y mis memorias más tiernas.
Bajadlos desde mi alma.







José Asunción Silva


SONETOS NEGROS

I

Tiene instantes de intensas amarguras
La sed de idolatrar que el hombre agita,
Del supremo Señor la faz bendita
Ya no ríe del cielo en las alturas.

Qué poco logras, Fe, cuando aseguras
Término a su ansiedad, que es infinita
Y otra vida después do resucita
Y halla, en un mundo mejor, horas más puras.

Sin columna de luz, que en el desierto
Guíe su paso a punto conocido,
Continúa el cruel peregrinaje,

Para encontrar en el futuro incierto
Las soledades hondas del olvido
Tras las fatigas del penoso viaje.

II

¿El pensamiento humano? No sonrías
Si al llegar, las nociones verdaderas
A polvo imperceptible de Quimeras
Reducen tu ilusión, con manos frías.

Deja las peligrosas fantasías
Y busca en perfumadas primaveras
Todo el supremo bienestar, que esperas
Del Cielo que prometes o que ansías.





Reseña biográfica

Poeta y novelista colombiano nacido en Bogotá en 1865.
Fue el precursor del modernismo en Colombia y es justamente considerado como el más importante poeta de Colombia y uno de los más importantes poetas de Latinoamérica.
Romántico y modernista, autor de la novela «De sobremesa», perdió parte de su obra literaria en un naufragio, un año antes de su trágica muerte.
Se quitó la vida en 1896.













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