Elvio Romero
Escritor
Yegros - Paraguay
01/12/1926 - 19/05/2004
ALEGRES ÉRAMOS...
Usted sabe, señor,
Qué alegría colgaba en la floresta;
Qué alegría severa
Como raigambre sudorosa;
Cómo el alegre polvo veraniego
Fulguraba en su lámina esplendente,
Cómo, ¡qué alegremente andábamos!
¡Qué alegremente andábamos!
Usted sabe, señor,
Usted ha visto cómo
La lluvia torrencial sempiterna caía
Sobre un textil aroma de bejucos salvajes
Y cómo iba dejando con sus pétalos húmedos
Su flora resbalosa,
Su acuosa florería.
Usted sabe, señor,
Cómo los sementales retozaban
Hartos de florecer, jubilosos de hartazgo,
Con qué poder la noche deponía
Su amargura en la altura del rocío
Tal como deponía la desdicha
Su arma en las arboledas.
Usted sabe qué alegre
Aflicción de racimos por las ramas
En frutal arco iris vespertino;
Cómo alegres luciérnagas subían
A encender las estrellas,
A conducir azahares que estallaban
Como emoción nupcial o lumbraradas.
Usted sabe, señor,
Que antes de que aquí se enseñoreara
La pobreza, frunciendo hasta las hojas,
Desesperando el aire,
Bien sabe, bien conoce
Que cualquier miserable aquí podía
Fortificar un canto en su garganta,
En su pecho opulento.
¡Cómo podías reír, muchacha mía,
Juvenil, cómo izabas
Una sonrisa fértil como un grano,
Cómo te coronaban los jazmines
Y cómo yo apuraba
Mi vaso de fervor! ¡Qué alegres éramos!
Antes, antes de la amargura,
Antes de que sorbiéramos
Un caudaloso cáliz de indigencias boreales,
Antes de que amarraran los perfumes,
Que en su reverso el sol guardase el hambre,
¡Qué alegres caminábamos!
Antes,
Antes de que el aura ofendieran,
De arrancar la raíz sangrándole los bulbos,
Antes del mayoral, del tiro, antes del látigo,
Qué alegría, señor,
¡Qué alegremente andábamos!
LA HISTORIA DE MI CORAZÓN
La historia de mi corazón
Es simple, así lo ven, como la vasija de arcilla
Traída de aquel barranco rojo, como los frutos radiantes
De mi país; un suceso callado y sobrellevado como
El puñal riesgoso que se esconde en el pecho;
Bonancible unas veces y otras veces amarga como
Todas las cosas del amor: un eco de guitarra
Rasgada en el amanecer y en el atardecer de la tierra.
La historia de mi corazón
Contiene un ancho río con piraguas y hogueras,
Recónditos remansos con reflejos de pieles
De jaguares y pumas que se acercan jadeando a sus orillas;
Un aire antiguo aventa sin pausa sus latidos
Y un viento de verano sopla en sus cicatrices;
Vigila a un ancho cielo que atestiguó las danzas
Rituales de una raza callada y destruida.
Abarca la de mi pueblo,
El pergamino de su largo vía crucis,
Guarda sus viejas crónicas de esplendor y violencia,
Sus secretos de guerra y campamentos;
Están aquí, con su vigor de sangre y su escritura
De fuego, sus hitos silenciosos de victoria y catástrofes.
Así es mi corazón,
Así sus encrucijados, sus atajos dorados;
Se reflejan en él -como una nube en la corriente-
Senderos recorridos, amores padecidos y olvidados, hechos hondos
Que lo movieron, de una Luna a otra Luna, de una magia a otra magia,
Intensa, interminablemente
Hacia un extraño suelo de color aturdido.
Mil veces ha tenido que marchar de tu lado
Y regresar mil veces. Tendría acaso la predestinación
De esta tierra, la de todos los hombres y las cosas
De este solar: cambiar de sitio siempre,
Trasladarse y volver
A la querencia, salir y retornar a la entraña, a la matriz desollada,
Desmemoriado y memorioso, intacto, herido,
Con espadas dispuestas a otra intensa jornada.
Ahora el viejo fuego lo estremece de nuevo,
Hoguera sin extinción, diamante de estos días
Profundos, reanimando sus lumbres. Y es entonces
Cuando comprende que ya no cejará en sus arrebatos, en su reiteración
De saberse en la música del querer, de entre tantas
Cenizas salir airoso hacia la plenitud, hacia el rocío,
Hacia el acto invencible con que el amor se encara con la muerte.
CANTO EN EL SUR
Esta noche, en el sur,
Me he mirado en tus ojos.
Soy como tú,
De piel morena, oscura, oscura,
Con estrellas metidas por dentro
Y por fuera sudor, cáscara ruda.
Tengo la sangre hirviendo
Como un sinuoso trueno derramado,
Tengo las manos ásperas
Como herramientas duras y soleadas;
Tengo los ojos lúbricos
Como lúbricas raíces.
Esta noche, en el sur,
Me he mirado en tus ojos.
Te vi ayer en el norte;
Vi en el norte lo mismo, el mismo
Y primario dolor sobre los cuerpos,
El aguardiente galopando a sorbos
Y lo demás lo mismo: el mismo
Brazo sudando a contraluz sangrienta,
El mayoral que brama entre los árboles,
Los mismos ojos sin calor, la misma
Temblorosa epilepsia del sudor,
Los mismos exprimidos,
¡Los mismos coronados!
Esta noche, en el sur,
Me he mirado en tus ojos.
Soy como tú,
La misma turbulencia contra el mismo espejismo,
Idéntico remando bajo la misma noche.
Conservo el sortilegio
De estas zonas arbóreas que me cercan;
Tengo la risa ronca
Y estas anchas tristezas.
De piel morena, oscura,
Pisando en el calor exasperado.
ME DIJO QUE NO
Al verla venir
El cielo se abrió;
Pregunté su nombre,
Me dijo que no,
Si donde vivía
Y me lo negó;
Le acerqué una rosa
Y un clavel punzó,
Le miré a los ojos,
Me dijo que no.
Cielito, cielo y más cielo,
Cielito de andar y andar,
Cielito de mi desvelo,
Cielito del Paraguay.
La besé de pronto,
Y se me alejó,
Vestidito blanco
De color de albor,
Andar de paloma
Que apenas voló;
Le dije dos cosas
Y se sorprendió.
Le acerqué la cara,
Me dijo que no.
Cielito, cielo que sí,
Cielito, cielo que no,
Cielo de una luna esquiva
Que una noche me alumbró.
Le indiqué un camino,
Me dijo que no.
Le pedí el tesoro
Que siempre escondió;
Le pedí rogando,
Le ofrecí una flor,
Me acerqué cantando,
Le conté mi amor,
Me acerqué a sus labios,
Me dijo que no.
Cielito de mis amores,
De mis horas de cantar,
Cielo de siete colores,
Cielito del Paraguay.
TUS PASEOS
Hoy bajas por la carretera
Y yo te escucho cómo cantas;
Vuelan pájaros de tus hombros,
Vuelan gramillas de tus faldas;
En las colinas de tus senos
Se aventan las oscuras gramas,
Y se ve en el trasluz del horizonte
Que se disipa ya la madrugada.
Tú sales a mirar la noche,
A trajinar por las llanadas,
Desprendes el cabello al aire
Y la humedad se te rezaga
Bajo los pies, entre las piedras,
Elemental y sofocada,
Y yo te aguardo porque sé que traes
Los ojos limpios de esperar el alba.
Necesitas la noche. Sube
Su penumbra por tus espaldas,
Tomas olor a los tomillos,
Desnuda entre las hierbas agrias,
Verdes se quedan tus hoyuelos,
Florecen verdes tus pestañas,
Y vuelves como un árbol caminante,
Como raíz nutrida y fecundada.
Por las colinas de tus senos
Se aventan las oscuras gramas.
Tú necesitas de la noche,
De los montes y las bajadas.
Pones la mano entre la tierra,
Quedas de pronto ensimismada,
Y luego vegetal, verde y sereno,
Tu rostro se ilumina en la mañana.
AL AMOR UN NOMBRE
Quizás porque en ti se asombran
Las cosas voy reinventando
Un nombre nuevo a las cosas.
Quizás por eso buscamos
Signarle un color distinto
A todo cuanto abrazamos.
Al amor un nombre. Al árbol
Que nos cobija. Al silencio
Que se reduce en tus brazos.
Quizás empezarán contigo
A renovarse las hojas
Con que me abrigo y te abrigo.
Y a reinventarse el lucero
Ese brillo enamorado
Del bosque de tus cabellos.
¿Todo es hoy? ¿Hubo pasado?
¿Alguna huella de tu beso
Que su sello haya dejado?
¿Acaso no hay memoria
De aquel rostro, aquellos ojos,
De otros nombres y otras sombras?
¿Contigo el futuro empieza?
¿Contigo el pasado muere?
¿Contigo el presente sueña?
Quizás porque todo ahora
Contigo canta, debiera
Reinventarme cada cosa.
O porque viejos recuerdos
De los ojos se me borran.
ASÍ ES ELLA, ME DIJE
Así es ella, me dije; es la alegría
Remota y honda que de pronto llega
A despejar el nudo que se debe
Desanudar en la penumbra inquieta.
Noche y albor, me dije,
Todo llegó a mi corazón por ella;
Llegó el sabor oculto del deseo,
El presagio de ardor que en mí resuena.
Es mi cuerpo, me dije,
Reconociendo su esplendor en ella,
El bosque entero de mi sangre, el pulso
Y el latido secreto de su fuerza.
La imagen que conservo
De las verdes raíces de mi tierra;
Ella es el tiempo mío, el del verano
En el regazo inmóvil de la siesta.
Así mismo, me dije,
Es su fulgor herido en la belleza,
Ella es el largo trecho recorrido
Surtiéndose de entraña y sementera.
Ella es así, me dije,
Callado abrigo que abrigó mis huellas,
El justo sueño que escogí en la lucha,
La libertad por la que canto es ella.
BAJO UNA LUNA GRANDE
Mi amada es de mi tierra, de lo mío,
De la materna arcilla que originó mi nombre;
La estrella de su nombre subió de las praderas verdes,
Donde los ríos brotan de antiguos bosques.
Su atuendo es de azahares.
Perfumada tiene la voz de seda, y sus canciones hondas,
Son de su pueblo ardiente, de mi pueblo profundo,
Cantar de carreteros en luz madrugadora.
Tiene aprestos airosos.
El cántaro con agua
Zozobra en su cintura con latido de pájaros;
Que mi cantar la nombre.
Resuene mi guitarra de noche donde duerma.
Que la celebre el riente brillo de mis espuelas.
Que la alumbren los astros
Con que alhajo su cuello de paloma silvestre.
Mil leguas la he llevado bajo una Luna grande,
Clavando por el cielo mi puñal hasta el mango.
Como estoy hecho de un galope largo,
De una sombra furtiva que se esfuma,
Quisiera ver la Luna de tu rostro
En tanto atravesamos la llanura.
Te llevaré por verte, noche adentro,
A mi lado, apretada a mi cintura,
Como quien lleva una torcaza tibia
En el tibio vaivén de la montura.
Acaso al ver el monte en tu mirada,
Animales y pájaros acudan
A guarecerse en nuestro pecho herido,
Con vocación de sol y quemaduras.
Traeré conmigo cosas de la tierra,
Al ceñirme al calor de tu hermosura,
Una radiante flor de mis querencias
De esas que no veré en región alguna.
Te llevaré por verte, noche adentro,
A mis antojos, a mi propia bruma,
Y veré refulgiendo en el galope
El halo te envuelva en la llanura.
TREN CON BANDERAS
Era un tren con banderas
Aquel tren de mi pueblo; un tren hermoso
Como esos trenes hondos que aran la quemadura
De la imaginería popular; tren compartido,
Mínimo y desolado por entre cordilleras,
Por entre atajos, por entre donde brotan
Los pañuelos de adiós del horizonte.
Era un tren con banderas.
Cuando avanzaba solo
Como arisco alazán por la pradera,
Era una clara y lenta respiración del aire,
Centella imaginaria de Luna y aguacero,
Una fiesta ligera de infancia y de colores;
Volaba el viento norte sobre sus ventanillas,
Sus medas fulguraban sobre espuelas de rieles,
Su silbido era un canto de pájaro de fuego.
La cruz del sur, caída,
Viajaba en sus furgones. Y lo demás: los frutos
Radiosos de la tierra; el violento verano
Cernido en los maizales, los arrieros
De las fronteras, el grito seco de las plantaciones;
Todo se acumulaba en sus vaivenes: la resolana de enero,
Rostros cetrinos y guitarras hondas,
Cántaros con serpientes, fugitivos callados,
Embarazadas, brisas, bandoleros.
Era un tren con banderas.
El Paraguay entero
Cabría en sus vagones, su violencia
Y su encendida música; cabrían sus silencios
Y su desamparado destino, el afán soterrado
De libertad, su cruz y sus crucifixiones,
La madera olorosa de sus montes cerrados,
Su profunda y amarga masticación de muerte.
Era un tren con banderas
Y ojos abrasadores; tren orlado
Por historias de guerra y rebeliones,
Tren cruzado de gritos altos y lejanías,
De sombra y naranjales; una llama
Prendida sobre un vértigo dorado,
Un tren de lumbre y alba sobre una tierra en celo.
Aquel tren de mi pueblo solitario y profundo,
¡Era un tren con banderas!
CASA CAUTIVA
Esta es la casa; es nuestra.
Esta es su música; las exigencias todas
De la vida pasaron por sus habitaciones, por el ascua
Quemante de sus fronteras; la locura de quienes emprendieron
Una empresa más ancha que sus fuerzas, el sueño
Que los fue desgarrando, esa sal escogida
Que salpicó las llagas de su vasto martirio.
Es nuestra. Aquí resuenan
Músicas melancólicas, instrumentos que exaltan
Querencias y alegrías. Le pertenecen la quietud antigua
Y los hechos sangrientos. Sus ríos, los espejos, recogieron despojos
De injuria y desventura (por eso es esta música); obsedieron
A sus hijos colores de aturdidos relámpagos, sus manos
Apresaron los frutos de una infausta cosecha.
Su música es así. Descansa ahora
En un boreal tembladeral de pájaros, de plumas
Amarillas, de crucifijos deslavados, rotos. Y es hora
De preguntarse: ¿qué trajimos
Para ungirla a un estado de habitación del hombre;
Se habrá sentido, como cal viva en los ojos, la tribulación
De su destino? ¿Qué tembloroso cántaro
Amasamos, qué súplica o trastorno,
Qué empeño y asechanza para evitar la herida
De su piel, esa absorta mirada de sus ojos terribles
Como una acusación? ¿Habremos, pues, cumplido
Con el deber que hiciese merecer habitarla?
Es nuestra. Esta es su música. ¿Qué rencores oscuros
Le habrán tejido esa circunferencia,
El halo que empurpura sus techumbres? ¿La enemistad
Como un osario vano entre sus hijos? ¿El desconsuelo
De las cruces plantadas en su sueño y la obliga
A prosternarse a solas junto a su sombra rota,
A la intemperie, al umbral del orgullo que vela su infortunio?
A saco habrán entrado
En ella los impuros, los cómplices
Del ritual del crimen; habrán entrado a saco
Con miserables máscaras que engendra la codicia;
Habrán marcado un día trágico por sus muros.
Trágico de fatalidad, espúreo
Como el inicuo cuervo sobre el árbol desierto
En cuya raíz de hueso reposan los desnudos.
Su música es así, una cifra
De dulce acento humano, un anuncio
Previo de acusación anudado a la rueda del destino
Y al párpado de los muertos, melodía incesante en el desgaste
Del desierto cubil, sonido desgajado
De un instrumento oscuro con imagen de reja y cautiverio.
Todo saldrá de aquí, de su piedra
Y su polvo, de su migaja el pan, de su venero
Verde la cosecha, de las estancias tristes la temblorosa noche
De la revelación y los rebeldes;
De aquí la sangre, el fuego, de los cuencos vacíos la mirada
Final y salvadora, como un amor que brota
De madrigueras hondas de escarnio y menosprecio.
No habrá ya que olvidar decir su nombre
De música y quejumbre, ese nombre de selvas que prohijó nacimientos,
Muertes, inmolaciones, sea amarga sobre los labios
Del hombre; nombrarla en trance
Marcarla a hierro lento en nuestros huesos;
A cada instante repetir su nombre (como triunfo o condena)
Mentar esas señales remontadas a tiempos
De arcilla fatigada, de plumajes y tribus destruidas,
Nombrarla siempre,
Morder su nombre de sol inevitable
(Como virtud o pecado), llevar su nombre en la carne
Como esta lleva su corrupción, seguir nombrándola
Y desvestirla toda con el rebozo intacto
De esa música dulce, inmemorial, desamparada música de un
Anhelo insaciable.
CON LA MANO TENDIDA
Ahora es tender la mano
Como los ciegos, como quienes cantan
Por los pueblos:
Abierta para todos la palma.
Y es ir echando en ella
Luceros, cosas de la casa,
Lo que pudo tener en nuestros días
Sabor de yerba amarga,
De lluvias tristes de fragor sombrío
O de espurio rencor de una palabra.
Es ir echando en ella
Lo que hubo de maleza y viejas lágrimas,
Lo que fue grito al caminar, lo que fue sangre
Sucia y acorralada,
Lo que hubo de impaciencia escarnecida,
Lo que de tierra y heredad manchada.
Es ir echando cuentas
Como un bolsón sobre la espalda,
Lo mejor y peor, lo que tuvimos
De sangre buena y mala,
De desazón nocturna o de semilla
Caliente y saneada.
Es ir echando cuentas
De cuanto nos tocó de muerte y de esperanza.
¡Y de esa vocación de ver la vida
Sobre su palma desollada!
TRANSFIGURACIÓN
No sé a veces qué somos, si ya cada
Grumo de tierra suena en nuestra mano,
Si eres mujer o barro de secano,
Si yo varón o arena derrumbada.
Si tu cara es latido o si semilla,
Si un ramaje de hierbas tu cabello,
Si tus ojos dos ascuas en destello,
Si mi sombra un helor que se arrodilla.
Tanto llevamos un color de tierra
Que nuestro cuerpo es como tierra lisa,
Tierra que el viento reconoce y pisa,
Que el aire besa y su ademán encierra.
Tanto de tierra somos, tanto enciende
La tierra nuestra sangre y nuestra vida,
Que ya no sé si somos sólo herida
De tierra que sus vertidos esplende.
Si te embisto, tal vez ya sólo embisto
Una colina, un surco, un sembradío,
Y, labrador al fin de esfuerzo y brío,
De sol me anego y de calor me visto.
De tierra somos. Ya la tierra muerde,
Mujer, tu entraña dulce y fragorosa,
Y si mi fuego de varón te acosa,
Los hijos saltan de tu prado verde.
No sé si por tu piel se transfigura
La vegetal orilla de un paisaje,
No sé si vuelves o si estás de viaje
Hacia la tierra, hacia su agricultura.
Si varón o mujer, no sé; si en vano
Pretendemos no ser yerba o simiente,
Si dos ramas que sellan su corriente,
¡Si dos raíces que se dan la mano!
Elvio Romero
POR QUÉ
Por qué no habremos de querer nosotros
Lo que nunca quisimos; por ejemplo, una casa
Sobre el remanso de un río,
Con camalotes en sus costados,
Con sus ventanas en regocijo.
Por qué no habremos de escuchar nosotros
Lo que la noche escucha; por ejemplo, una sombra
Que nos sirva de abrigo,
Que allí muera misteriosamente
Asumiendo el color de sus dominios.
Por qué no habremos de pisar nosotros
Lo que jamás pisamos; por ejemplo, un sendero
Con olorosos racimos,
Con una hoguera que allí se encienda,
Con grandes lluvias que nunca vimos.
Por qué no habremos de sonar nosotros
Con un eco que suene; por ejemplo, un murmullo
Que tiemble en el sonido,
El que responda a las preguntas
Que junto al fuego recogimos.
Y por qué no buscar siempre
Lo que es parada en un camino,
Lo que hay de otoño en un verano,
Lo que hay de ardiente en lo más frío,
Lo que es sonrojo en unos labios,
Lo que es recuerdo en el olvido,
Lo que es pregunta en la respuesta,
Lo que es jadeo en un suspiro,
Lo que es vital de esa alegría,
De esa tristeza en que vivimos.
Elvio Romero
EL AMOR
Sí,
Hoy me he puesto a encender el viejo fuego.
El azar y los años
Me han llevado a pisar en el sendero
Que me ha impuesto el amor;
Que mi adorada
Impuso a mi corazón; ahora vuelvo
Al fervor inicial, a esa primera mañana
En que el sol se ha instalado en nuestro pecho.
Y así las cosas:
La canción, la plenitud, el deseo
Me han alumbrado el rostro, se me han ceñido
Como un pañuelo verde sobre el cuello,
Y entro en la casa del fervor como antaño,
Asombrándome al ver reverdecer los sueños.
Es como si hubiesen atizado
A mi sangre el verano, la intemperie, los vientos
Cordilleranos, o inundando sus cauces
Un enérgico brío de panales repletos,
Los brazos encendidos al apretar sus brazos,
Las dos manos cargadas de un esplendor secreto.
Sí,
Porque mi corazón no descansa en la noche,
Hoy me he puesto a encender el viejo fuego.
Reseña biográfica
Escritor paraguayo, que destacó en el periodismo y la poesía, por su estilo vanguardista social.
Nació en Yegros (estado de Caazapá), por lo que conoció bien la vida y sufrimientos de las gentes del campo paraguayo.
Por su ideología comunista, marchó a Argentina durante la dictadura de Higinio Moríñigo, y desde 1947 vive en Buenos Aires.
Es un excelente versificador y, tal vez, el poeta paraguayo más conocido de las últimas décadas, pues sus obras están traducidas a más de diez lenguas.
Miguel Ángel Asturias ha dicho de él: "Poesía invadida, llamo yo a esta poesía, poesía invadida por la vida, por el juego, y el fuego de la vida". Y es que su visión del mundo es dramática: conflicto externo entre naturaleza y el ser humano, e interno, entre el bien y el mal.
Su poesía, hay quienes la califican de política, pues ciertamente hay compromiso ideológico y partidista, pero no es una poesía social al uso, ya que su compromiso es su manera de fundirse con la tierra y las gentes. Buscando influencias cercanas a sus primeros escritos habría que recurrir a Herib Campos Cervera y a Pablo Neruda. Sus poemarios Días roturados (1948), Despiertan las fogatas (1953), Los innombrables (1959), Esta guitarra dura (1961), Destierro y atardecer (1962), Libro de la migración (1966) y Los valles imaginarios (1984) se reunieron en 1990 en la edición Obras completas (2 volúmenes) y al año siguiente publicó El poeta en la encrucijada, libro por el que se le concedió el Premio Nacional de Literatura, instituido ese año en Paraguay.
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