Edgar Allan Poe





Edgar Allan Poe

Escritor, cuentista, poeta, crítico, periodista y editor



Boston, Massachusetts - Estados Unidos
19/01/1809 - 07/10/1849





DE TODOS CUANTOS ANHELAN TU PRESENCIA




De todos cuantos anhelan tu presencia como una mañana,
De todos cuantos padecen tu ausencia como una noche,
Como el destierro inapelable del sol sagrado
Allende el firmamento; de todos los dolientes que a cada instante
Te bendicen por la esperanza, por la vida, ah, y sobre todo,
Por haberles devuelto la fe extraviada, enterrada
En la verdad, en la virtud, en la raza del hombre.

De todos aquellos que, cuando agonizaban en el lecho impío
De la desesperanza, se han incorporado de pronto
Al oírte susurrar con dulzura: "¡Que haya luz!",
Al oírte susurrar esas palabras acentuadas
Por el sereno brillo de tus ojos.

De todos tus numerosos deudores, cuya gratitud
Raya la veneración, recuerda, oh no olvides nunca
A tu devoto más ferviente, al más incondicional,
Y piensa que estas líneas vacilantes las habrá escrito él,
Ese que ahora, al escribirlas, se emociona pensando
Que su espíritu comulga con el espíritu de un ángel.





EL DÍA MÁS FELIZ LA HORA MÁS FELIZ




El día más feliz, la hora más feliz
Mi marchito y estéril corazón conoció;
El más noble anhelo de gloria y de virtud
Siento que ya desapareció.
¿De virtud, dije? ¡Sí, así es!
Pero, ay, se ha desvanecido para siempre.
El sueño de mi juventud
Mas dejadlo ya esfumarse.

Y tú, orgullo, ¿qué me importas ahora?
Aunque pudiera heredar otro rostro,
El veneno que has vertido en mí
¡Permanecerá siempre en mi espíritu!
El día más feliz, la hora más feliz
Verán mis ojos -sí, los han visto-;
La más resplandeciente mirada de gloria y de virtud
Siento que ha sido.
Pero existió aquel anhelo de gloria y virtud,
Ahora inmolado con dolor:
Incluso entonces sentí que la hora más dulce
No volvería de nuevo,
Pues sobre sus alas se cernía una densa oscuridad,
Y mientras se agitaba se desplomó un ser
Tan poderoso como para destruir
A un alma que conocía tan bien.





LAS CAMPANAS




I

¡Escuchad el tintineo!
La sonata del trineo
Con cascabeles de plata
¡Qué alegría tan jocunda nos inunda al escuchar
La errabunda melodía de su agudo tintinear!
¡Es como una epifanía,
En la ruda racha fría,
La ligera melodía!
¡Cómo fulgen los luceros!,
¡Verdaderos reverberos!,
Con idéntica armonía
A la clara melodía
Cintilando, cintilando, cintilando,
¡Cómo los cascabeles
Van sonando!
Y en un mismo son, son único
Que iguala un ritmo rúnico,
Los luceros siguen fieles
Cascabeles, cascabeles, cascabeles
El son de los cascabeles,
Cascabeles, cascabeles, cascabeles
Cascabeles,
¡El son grato, que a rebato, surge en los cascabeles!

II

Escuchar el almo coro
Sonoro
Que hacen las campanas todas,
¡Son las campanadas de oro
De las bodas!
¡Oh, qué dicha tan profunda nos inunda al escuchar
La errabunda melodía de su claro repicar!
¡Cómo revuela al desaire
Esta música en el aire!
¡Cómo a su feliz murmullo
Sonoro,
Con sus claras notas de oro,
Se aúna la tórtola con su arrullo,
Bajo la luz de la luna!
¡Qué armonía
Se vacía
De la alegre sinfonía
De este día!
¡Cómo brota
Cada nota!,
Fervorosamente, dice
La felicidad remota
Que predice.
Y a la voz de una campana, siguen las de sus hermanas
Las campanas,
Las campanas, las campanas, las campanas, las campanas,
Las campanas, las campanas, las campanas,
En sonoro ritmo de oro, de almo coro, ¡las campanas!

III

¡Oíd cuál suena el bordón!
El bordón
De son bronco
Que pone en el corazón
El espanto con su son,
Con su son de bronce, ronco.
¡Qué tristeza tan profunda nos apresa al escuchar
Cómo reza, gemebunda, la fiereza del llamar!
Cómo su son taciturno,
En el silencio nocturno
Es grito desesperado
Que no es casi pronunciado
¡De aterrado!
Grito de espanto ante el fuego
Y agudo alarido luego,
Es un clamor que se extiende,
Que el espacio ronco hiende
Y que llama,
Que defiende
Y que clama, clama, clama,
Que clama pidiendo auxilio
En tanto que ve el exilio
De aquellos que el fuego, ciego y arrollador, empobrecen
Y el fuego que ataca y crece,
Mientras se oye el ronco son,
El somatén del bordón,
Del bordón, bordón, bordón
¡Del bordón!

¡Cómo el alma se desgarra
Cuando el son del bordón narra
La aflicción
De aquellos que arruina el fuego!
Y, cómo nos dice luego
Los progresos que hace el fuego,
Que va a tientas como ciego.
El somatén del bordón,
¡Que es toda una narración!
¡Oh, la tempestad de ira
En la que el bordón delira
Y en que convulso delira!
El alma escucha anhelante
La queja que da el bordón
Con su son.
El bordón que da su son,
El bordón, bordón, bordón,
¡El bordón!
Que es toda una narración el somatén del bordón
Del bordón, del bordón, del bordón
Del bordón, del bordón, del bordón
¡Del bordón!
El grito ante el infinito, cual proscrito, ¡del bordón!

IV

¡Escuchad cómo la esquila,
Cómo el esquilón de hierro,
Llama con voz que vacila
Al entierro!
Qué meditación profunda nos inunda al escuchar
La errabunda y gemebunda melodía del sonar
¡Cómo llena de pavura
Su son en la noche obscura!
¡Cómo un estremecimiento
Nos recorre el pensamiento
Que provoca su lamento!
Cuando sueña
La grave esquila de hierro, con su lúgubre toquido,
Con su lúgubre toquido que la medianoche llena,
¡Es que las almas en pena
Se han reunido!
¡Oh, la danza
Al son que toda la esquila,
En una noche intranquila,
Su tijera de luz lila,
Tocando en visión del Juicio la noche sin esperanza!
Entonces ya no vacila
La grave voz de la esquila,
De la esquila, de la esquila, de la esquila,
De la esquila, de la esquila,
Sino que suena furiosa
Con su voz cavernosa,
Y, en un mismo son, son único
Que iguala un ritmo rúnico,
Algún ronco rayo truena
Y se alumbra con relámpagos la noche sin esperanza,
Mientras las almas en pena
Giran, giran su danza
Bajo la triste luz lila.
Y en tanto se oye la grave, la grave voz de la esquila,
De la esquila, de la esquila,
De la esquila, de la esquila, de la esquila, de la esquila,
Y en el mismo son, son único
Que iguala un ritmo rúnico,
Mientras se oye, la triste, la triste voz
De la esquila,
De la esquila.

Furibundo rayo truena,
El relámpago cintila
Y los espectros en pena
Danzan al son de la esquila,
De la esquila, de la esquila, de la esquila,
De la esquila, de la esquila,
Y en un mismo son, son único,
Que iguala un ritmo rúnico,
Danzan al son de la esquila,
De la esquila, de la esquila,
De la esquila, de la esquila, de la esquila,
¡De la esquila!,
Y mientras que el rayo truena,
Que el relámpago cintila
Y que con furor terrible, danzan las almas en pena,
Se oye la voz de la esquila,
De la esquila, de la esquila, de la esquila,
De la esquila, de la esquila,
La voz de cruento lamento ¡de la esquila!





LEONORA




¡El vaso se hizo trizas! Desapareció su esencia
¡Se fue, se fue! ¡Se fue, se fue!
Doblad, doblad campanas, con ecos plañideros,
Que un alma inmaculada de Estigia en los linderos
Flotar se ve.

Y tú, Guy de Vere, ¿qué hiciste de tus lágrimas?
¡Ah, déjalas correr!
Mira, el angosto féretro encierra a tu Leonora;
Escucha los cantos fúnebres que entona el fraile;
Ahora ven a su lado, ven.
Antífonas salmodien a la que un noble cetro
Fue digna de regir;
Un ronco "De Profundis" a la que yace inerte,
Que con morir,
Indignos, los que amábais en ella solamente
Las formas de mujer
Pues su altivez nativa os imponía tanto,
Dejásteis que muriera, cuando el fatal quebranto
Se posó sobre su sien.

¿Quién abre los rituales? ¿Quién va a cantar el réquiem?
Quiero saberlo, ¿quien?
¿Vosotros, miserables de lengua ponzoñosa
Y ojos de basilisco? ¡Matasteis a la hermosa,
Que tan hermosa fue!

¿Peccavimus cantasteis? Cantasteis en mala hora,
El Sabbath entonad;
Que su solemne acento suba al excelso trono
Como un sollozo amargo que no suscite encono
En la que duerme en paz.

Ella, la hermosa, la gentil Leonora,
Emprendió el vuelo en su primera aurora;
Ella, tu novia, en soledad profunda
¡Huérfano te dejó!

Ella, la gracia misma ahora reposa
En rígida quietud; en sus cabellos
Hay vida aún; mas en sus ojos bellos
¡No hay vida, no, no, no!

¡Atrás! Mi corazón late deprisa
Y en alegre compás. ¡Atrás!, no quiero
Cantar el "De Profundis" absurdo,
Porque es inútil ya.

Tenderé el vuelo y al celeste espacio
Me lanzaré en su noble compañía.
¡Voy contigo, alma mía, sí, alma mía!
Y un peán te cantaré!

¡Silencio las campanas! Sus ecos plañideros
Acaso le hagan mal.
No turben con sus voces la pureza de un alma
Que vaga sobre el mundo con misteriosa calma
Y en plena libertad.

Respeto para el alma que los terrenos lazos
Triunfante desató;
Que ahora luminosa flotando en el abismo
Ve a amigos y contrarios; que del infierno mismo
Al cielo se lanzó.

Si el vaso se hace trizas, su eterna esencia libre
¡Se va, se va!
¡Callad, callad campanas de acentos plañideros,
Que su alma inmaculada en el cielo
Tocando está!





ESPÍRITUS DE LA NOCHE




Tu alma, en la tumba de piedra gris
Estará a solas con sus tristes pensamientos.
Ningún ser humano te expiará
A la hora de tu secreto.
¡Permanece callado en esa soledad!
No estás completamente abandonado:
Los espíritus de la muerte en la vida te buscan
Y en la muerte te rodean.

Te cubrirán de sombras, ¡permanece callado!
La noche, primero tan clara, luego se oscurecerá
Y las estrellas no mirarán más la tierra
Desde sus altísimos tronos en el cielo,
Con su luz de esperanza para los mortales.
Pero sus globos rojos apagados,
En tu hastío, tendrán la forma
De un incendio y de una fiebre
Que te poseerán para siempre.
De tu espíritu no podrás desterrar las visiones,
Que ahora no serán rocío sobre la hierba.
La brisa, aliento de Dios, es silenciosa,
Y la niebla sobre la colina,
Oscura, muy oscura, pero inmaculada,
Es un símbolo y una señal.
¡Cómo se extiende sobre los árboles
El misterio de los misterios!





ANNABEL LEE




Hace muchos, muchos años, en un reino junto al mar,
Habitaba una doncella cuyo nombre os voy a dar,
Y el nombre que daros puedo es el de Annabel Lee,
Quien vivía para amarme y ser amada por mí.

Yo era un niño y era ella una niña, junto al mar,
En el reino prodigioso que os acabo de nombrar.
Mas nuestro amor fue tan grande como jamás yo presentí,
Mucho más que amor compartimos, yo y mi bella Annabel Lee,
Y los nobles en su estirpe de abolengo señorial,
Los ángeles en el cielo envidiaban tal amor,
Los alados serafines nos miraban con rencor.

Aquel fue el solo motivo, ¡hace tanto tiempo ya!
Por el cual, de los confines del océano y más allá,
Un gélido viento vino de una nube y yo sentí
Congelarse entre mis brazos a mi bella Annabel Lee.

La arrancaron de mi lado en solemne funeral,
A encerrarla la llevaron por la orilla del mar
A un sepulcro en ese reino que se alza junto al mar,
Los arcángeles que no eran tan felices como nosotros dos,
Con envidia nos miraban desde ese Reino que es de Dios.

Ese fue el solo motivo, bien lo podéis preguntar,
Pues lo saben los hidalgos de aquel reino junto al mar,
Por el cual un viento vino de una nube carmesí
Congelando una noche a mi bella Annabel Lee.

Nuestro amor era tan grande y aún más firme en su candor
Que aquel de nuestros mayores, más sabios en el amor.
Ni los ángeles que moran en su cielo tutelar,
Ni los demonios que habitan negros abismos bajo el mar
Podrán apartarme nunca del alma que mora en mí,
Espíritu luminoso de mi bella Annabel Lee.

Pues los astros no se elevan sin traerme la mirada
Celestial que, yo adivino, son los ojos de mi amada.
Y la luna vaporosa jamás brilla ya en vano,
Pues su fulgor es ensueño de mi bella Annabel Lee.

Yazgo al lado de mi amada, mi novia bien amada,
Mientras retumba en la playa la nocturna marejada,
Yazgo en su tumba labrada cerca del mar rumoroso,
En su sepulcro a la orilla del inmenso océano.





ALEGRE RÍO, TU CRISTALINO FULGOR




Alegre río, tu cristalino fulgor,
Tu curso límpido, tu agua errante,
Son un emblema invocador
De la belleza: el corazón abierto,
El risueño serpenteo del arte
En la hija del viejo Alberto.
Mas cuando ella en ti se mira y, de repente,
Tus aguas se iluminan y estremecen,
Entonces, el más bello torrente
Y su humilde devoto se parecen,
Pues ambos llevan su imagen anclada,
Uno en el cauce, otro en el corazón
En ese corazón que su mirada
Intensa, honda, enciende de emoción.





TE VI UNA VEZ, UNA SOLA




Te vi una vez, una sola, años atrás;
No diré cuántos, aunque no fueron muchos.
Fue en julio, a medianoche, la luna llena,
Elevándose como si fuera tu alma, se abría,
Rauda, camino cielo arriba. De su halo,
Una sedosa llovizna de luz plateada
Caía tibia, soñolienta y suavemente
Sobre los rostros vueltos de las mil rosas
De un jardín encantado que la brisa
Sólo osaba visitar de puntillas;
Caía sobre los rostros vueltos de esas rosas
Que, a cambio de la amorosa luz, se desprendían,
En un éxtasis final, de sus almas llenas de aroma;
Caía sobre los rostros vueltos de las rosas
Que, embelesadas por ti y por la poesía
De tu presencia, morían con una sonrisa.

Toda vestida de blanco, te vi reclinada a medias
Sobre un lecho de violetas; la luna, entretanto,
Bañaba los rostros vueltos de las rosas y el tuyo,
Vuelto también, aunque con aflicción, hacia ella.
¿Acaso fue el destino -ese destino que a menudo
Solemos llamar aflicción- quien, esa medianoche de julio,
Me retuvo junto al portal del jardín para que oliera
El incienso que desprendían las rosas? No había eco
De pisada alguna: el mundo odiado dormía; todos
Salvo tú y yo. -¡Oh cielos! ¡Oh Dios! Cómo sublevan,
Al juntarse, esas dos palabras mi corazón-. Todos
Salvo tú y yo. Me detuve, eché una mirada
Y de pronto todas las cosas se esfumaron
-Aquel era un jardín encantado, ¿recuerdas?-.
El resplandor perlado de la luna se disipó;
Los bancos mohosos y los sinuosos senderos,
Las flores alegres y los árboles vencidos
Cesaron de existir; incluso el aroma de las rosas
Sucumbió en brazos del aire adorable. Todo,
Todo expiró menos tú, todo salvo tú:
Salvo la luz divina de tus ojos,
Salvo el alma de tus ojos elevados.
Sólo a ellos vi, para mí fueron el mundo.
Sólo a ellos vi, sólo a ellos durante horas.
Sólo a ellos mientras brilló la luna.
¡Qué historias lastimosas parecían encerrar
Esas celestiales y cristalinas esferas!
¡Qué oscura congoja! ¡Qué sublime esperanza!
¡Qué mar de orgullo silencioso y sereno!
¡Qué osada ambición! ¡Y qué profunda,
Qué insondable capacidad para amar!

Pero al fin la noble Diana se retiró
Hacia su lecho occidental lleno de negras nubes;
Y tú, un fantasma, te escabulliste también
Por la arboleda sepulcral. Sólo tus ojos permanecieron;
No deseaban irse: aún no se han ido. Aquella noche
Iluminaron mi solitario regreso a casa y, desde entonces,
Al contrario que mis esperanzas, no me abandonan.
Siempre me siguen, me han guiado a través del tiempo;
Son mis ministros, yo soy su esclavo. Su cometido
Es iluminar y dar tibieza; mi deber
Es ser salvado por su brillante luz,
Purificado por su ardor electrizante,
Santificado por su fuego puro.
Tus ojos llenan de belleza y esperanza mi alma
Y titilan, lejanos, en el firmamento. Son las estrellas
Ante las que me postro en las vigilias solitarias;
Mas en la diáfana claridad del día también los veo:
¡Son dos dulces luceros del alba que centellean
Sin que el sol pueda extinguirlos!





LUCERO VESPERTINO




Ocurrió una medianoche
A mediados de verano;
Lucían pálidas las estrellas
Tras el potente halo
De una luna clara y fría
Que iluminaba las olas
Rodeada de planetas,
Esclavas de su señora.

Detuve mi mirada
En su sonrisa helada
Demasiado helada para mí;
Una nube le puso un velo
De suave terciopelo
Y entonces me fijé en ti.

Lucero orgulloso,
Remoto, glorioso,
Yo, que siempre tu brillo preferí;
Pues mi alma jalea
La orgullosa tarea
Que cumples de la noche a la mañana
Y admiro más, así es,
Tu lejanísimo fuego
Que esa otra luz, más fría, más cercana.





UN SUEÑO DENTRO DE UN SUEÑO




¡Recibe en la frente este beso!
Y, por librarme de un peso
Antes de partir, confieso
Que acertaste si creías
Que han sido un sueño mis días;
¿Pero es acaso menos grave
Que la esperanza se acabe
De noche o a pleno sol,
Con o sin una visión?
Hasta nuestro último empeño
Es sólo un sueño en un sueño.

Me encuentro en la costa fría
Que agita la mar bravía,
Oprimiendo entre mis manos,
Como arena, oro en granos.
¡Qué pocos son! Y allí mismo,
De mis dedos al abismo
Se desliza mi tesoro
Mientras lloro, ¡mientras lloro!
¿Evitaré -¡oh Dios!- su suerte
Oprimiéndolos más fuerte?
¿Del vacío despiadado
Ni uno solo habré salvado?
¿Cuánto hay de grande o de pequeño?
¿Es sólo un sueño dentro de un sueño?





ES TU HERMOSURA, ELENA




Es tu hermosura, Elena,
Como esas naves niceas de antes
Que por la mar calma y serena
Llevaban a su nativa arena
Al exhausto navegante.

Perdido entre olas y zozobras vanas,
Tu pelo de jacinto, tu clásica belleza,
Tu aire de náyade galana
Me traen de vuelta a la gloriosa Grecia
Y a la grandeza romana.

¡Mira! ¡En tu nicho de cristal pulido
La lámpara de ágata levantas
Y tu figura de estatua se agiganta!
¡Oh Psique, tú que has venido
De tierras sacrosantas!

Las enramadas donde veo

Las enramadas donde veo,
En sueños, las más variadas
Aves cantoras, son labios y son
Tus musicales palabras susurradas.

Tus ojos, entronizados en el cielo,
Caen al fin desesperadamente,
¡Oh Dios!, en mi sombría mente
Como luz de estrellas sobre un velo.

Oh, tu corazón suspiro al despertar
Y duermo para soñar hasta que raya el día
En la verdad que el oro jamás podrá comprar
Y en las bagatelas que sí podría.





EL CUERVO




Cierta noche aciaga cuando, con la mente cansada,
Meditaba sobre varios libracos de sabiduría ancestral
Y asentía, adormecido, de pronto se oyó un rasguido,
Como si alguien muy suavemente llamara a mi portal.
"Es un visitante -me dije- que está llamando al portal.
Sólo eso y nada más."

¡Ah, recuerdo tan claramente aquel desolado diciembre!
Cada chispa resplandeciente dejaba un rastro espectral.
Yo esperaba ansioso el alba, pues no había hallado calma
En mis libros, ni consuelo a la pérdida abismal
De aquella a quien los ángeles Leonor podrán llamar
Y aquí en el mundo ya nadie nombrará.

Cada crujido de las cortinas purpúreas y cetrinas
Me embargaba de dañinas dudas y mi sobresalto era tal
Que para calmar mi angustia repetí con voz mustia:
"No es sino un visitante que ha llegado a mi portal;
Un tardío visitante esperando en mi portal.
Sólo eso y nada más".

Mas de pronto me animé y sin vacilación hablé:
"Caballero -dije- o señora, me tendréis que disculpar
Pues estaba adormecido cuando oí vuestro rasguido
Y tan suave había sido vuestro golpe en mi portal
Que dudé de haberlo oído". ¡Y abrí de golpe el portal!
Sólo sombras, nada más.

La noche miré de lleno, de temor y dudas pleno,
Y soñé sueños que nadie osó soñar jamás;
Pero en este silencio atroz, superior a toda voz,
Sólo se oyó la palabra "Leonor", que yo me atreví a susurrar
Sí, susurré la palabra "Leonor" y un eco volvióla a nombrar.
Sólo eso y nada más.

Aunque mi alma ardía por dentro regresé a mis aposentos
Pero pronto aquel rasguido se escuchó más pertinaz.
"Esta vez, quien sea que llama, ha llamado a mi ventana;
Veré pues de qué se trata, qué misterio habrá detrás.
Si mi corazón se aplaca lo podré desentrañar.
¡Es el viento y nada más!"

Mas cuando abrí la persiana se coló por la ventana,
Agitando el plumaje, un cuervo muy solemne y ancestral.
Sin cumplido o miramiento, sin detenerse un momento,
Con aire envarado y grave fue a posarse en mi portal,
En un pálido busto de Palas que hay encima del umbral.
Fue, posóse y nada más.

Esta negra y torva ave tocó, con su aire grave,
En sonriente extrañeza mi gris solemnidad.
"Ese penacho rapado -le dije- no te impide ser
Osado, viejo cuervo desterrado de la negrura abisal;
¿Cuál es tu tétrico nombre en el abismo infernal?"
Dijo el cuervo: "Nunca más".

Que un ave zarrapastrosa tuviera esa voz virtuosa
Sorprendióme aunque el sentido fuera tan poco cabal,
Pues acordaréis conmigo que pocos habrán tenido
Ocasión de ver posado tal pájaro en su portal.
Ni ave ni bestia alguna en la estatua del portal
Que se llamara "Nunca más".

Mas el cuervo, altivo, adusto, no pronunció desde el busto,
Como si en ello le fuera el alma, ni una sílaba más.
No movió una sola pluma ni dijo palabra alguna
Hasta que al fin musité: "Vi a otros amigos volar;
Por la mañana él también, cual mis anhelos, volará".
Y dijo entonces :"Nunca más".

Esta certera respuesta dejó mi alma traspuesta;
"Sin duda -dije- repite lo que ha podido acopiar
Del repertorio olvidado de algún amo desgraciado
Que en su caída redujo sus canciones a un refrán:
Nunca, nunca más".

Como el cuervo aún convertía en sonrisa mi porfía
Planté una silla mullida frente al ave y el portal,
Y hundido en el terciopelo me afané con recelo
En descubrir qué quería la funesta ave ancestral
Al repetir: "Nunca más".

Esto, sentado, pensaba, aunque sin decir palabra
Al ave que ahora quemaba mi pecho con su mirar;
Eso y más cosas pensaba, con la cabeza apoyada
Sobre el cojín purpúreo que el candil hacía brillar.
¡Sobre aquel cojín purpúreo que ella gustaba de usar,
Y ya no usará nunca más!

Luego el aire se hizo denso, como si ardiera un incienso
Mecido por serafines de leve andar musical.
"¡Miserable! -me dije-. ¡Tu Dios estos ángeles dirige
Hacia ti con el filtro que a Leonor te hará olvidar!
¡Bebe, bebe el dulce filtro, y a Leonor olvidarás!"
Dijo el cuervo: "Nunca más".

"¡Profeta! -grité- ser malvado, profeta eres, ¡diablo alado!
¿Del Tentador enviado o acaso una tempestad
Trajo tu torvo plumaje hasta este yermo paraje,
A esta morada espectral? ¡Mas te imploro, dime ya,
Dime, te imploro, si existe algun bálsamo en Galaad!"
Dijo el cuervo: "Nunca más".

"¡Profeta! -grité- ser malvado, profeta eres, ¡diablo alado!
Por el Dios que veneramos, por el manto celestial,
Dile a este desventurado si en el Edén lejano
A Leonor, ahora entre ángeles, un día podré abrazar".
Dijo el cuervo: "¡Nunca más!"

"¡Diablo alado, no hables más!" -dije- dando un paso atrás;
¡Que la tromba te devuelva a la negrura abisal!
¡Ni rastro de tu plumaje en recuerdo de tu ultraje
Quiero en mi portal! ¡Deja en paz mi soledad!
¡Quita el pico de mi pecho y tu sombra del portal!"
Dijo el cuervo: "Nunca más".

Y el impávido cuervo osado aún sigue, sigue posado,
En el pálido busto de Palas que hay encima del portal,
Y su mirada aguileña es la de un demonio que sueña,
Cuya sombra el candil en el suelo proyecta fantasmal;
Y mi alma, de esa sombra que allí flota fantasmal,
No se alzará ¡nunca más!







Edgar Allan Poe


OJALÁ MI JOVEN VIDA FUERA UN SUEÑO DURADERO

¡Ojalá mi joven vida fuera un sueño duradero!
Y mi espíritu durmiera hasta que el rayo certero
De una eternidad anunciara el nuevo día.
¡Sí! Aunque el largo sueño fuera de agonía
Siempre sería mejor que estar despierto
Para quien tuvo, desde el nacimiento
En la dulce tierra, el corazón
Prisionero del caos de la pasión.

Mas si ese sueño persistiera eternamente
Como los sueños infantiles en mi mente
Solían persistir, si eso ocurriera,
Sería ridículo esperar una quimera.
Porque he soñado que el sol resplandecía
En el cielo estival, lleno de luz bravía
Y de belleza, y mi corazón he paseado
Por climas remotos e inventados,
Junto a seres imaginarios, sólo previstos
Por mí, ¿qué más podría haber visto?

Pero una vez, una única vez, y ya no olvidaré
Aquel bárbaro momento, un poder o no sé qué
Hechizo me ciñó, o fue que el viento helado
Sopló de noche y al marchar dejó grabado
En mi espíritu su rastro, o fue la luna
Que brilló en mis sueños con especial fortuna
Y frialdad, o las estrellas en cualquier caso
El sueño fue como ese viento: dejémosle pasar.

Yo he sido feliz, pues, aunque el medio
Fuera un sueño. Fui feliz, y los adoro:
¡Sueños! Tanto por su intenso colorido
Que los oponen a lo real, y porque al ojo delirante
Ofrecen cosas más bellas y abundantes
Del paraíso y del amor, ¡y todas nuestras!
Que la esperanza joven en sus mejores muestras.







Edgar Allan Poe


SOLO

Desde mi hora más tierna no he sido
Como otros fueron, no he percibido
Como otros vieron, no pude extraer
Del mismo arroyo mi placer,
Ni de la misma fuente ha brotado
Mi desconsuelo; no he logrado
Hacer vibrar mi corazón del mismo modo
Y, si algo he amado, lo he amado solo.

Entonces, en mi infancia, en el albor
De una vida tormentosa, del crisol
Del bien y el mal, de su raíz misma
Surgió el misterio que aún me abruma:
Desde el venero o el vado,
Desde el rojo acantilado,
Desde el sol que me envolvía
En otoño con su pátina bruñida,
Desde el rayo electrizante
Que me rozó, seco y rasante,
Desde el trueno y la tormenta,
Y la nube suave y clara
Que, en el cielo transparente,
Formó un demonio en mi mente.













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