Charles Baudelaire





Charles Pierre Baudelaire

Poeta, críticio de arte y traductor



París - Francia
09/04/1821 - 31/08/1867





CORRESPONDENCIAS




La Creación es un templo de pilares vivientes
Que a veces salir dejan sus palabras confusas;
El hombre lo atraviesa entre bosques de símbolos
Que lo contemplan con miradas familiares.

Como los largos ecos que de lejos se mezclan
Con una tenebrosa y profunda unidad,
Vasta como la luz, como la noche vasta,
Se responden sonidos, colores y perfumes.

Hay perfumes tan frescos como carnes de niños,
Dulces tal como oboes, verdes cual las praderas
Y hay otros, corrompidos, ricos y triunfantes,
Que tienen la expansión de cosas infinitas,
Como el almizcle, el ámbar, el benjuí y el incienso,
Que cantan los transportes de sentidos y espíritu.





EL VINO DE LOS AMANTES




¡Hoy es espléndido el espacio!
Sin freno, ni espuelas, ni brida,
Partamos a lomos del vino
Hacia un cielo divino y mágico.

Cual dos ángeles torturados
Por implacable calentura
En el cristal azul del alba
Sigamos tras el espejismo.

Balanceándonos sobre el ala
Del torbellino inteligente,
En un delirio paralelo,

Hermana, navegando juntos,
Huiremos sin reposo o tregua
Al paraíso de mis sueños.





A LA MUY QUERIDA, A LA MUY BELLA




A la muy querida, a la muy bella
Que llena mi corazón de claridad,
Al ángel, al ídolo inmortal,
¡Salud en la inmortalidad!

Ella se extiende en mi vida
Como un aire impregnado de sal,
Y en mi alma no saciada
Derrama el sabor de lo eterno.

Saquito siempre fresco que perfuma
La atmósfera de un reducto querido,
Incensario olvidado que echa humo
En secreto a través de la noche,

¿Cómo -amor incorruptible-
Definirte con acierto?
¡Grano de almizcle que yaces, invisible,
En el fondo de mi eternidad!

A la muy buena, a la muy bella,
Que constituye mi alegría y mi salud,
Al ángel, al ídolo inmortal,
¡Salud en la inmortalidad!





A LA QUE ES DEMASIADO ALEGRE




Tu cabeza, tu gesto, tu aire
Como un bello paisaje, son bellos;
Juguetea en tu cara la risa
Cual fresco viento en claro cielo.

El triste paseante al que rozas
Se deslumbra por la lozanía
Que brota como un resplandor
De tus espaldas y tus brazos.

El restallante colorido
De que salpicas tus tocados
Hace pensar a los poetas
En un vivo ballet de flores.

Tus locos trajes son emblema
De tu espíritu abigarrado;
Loca que me has enloquecido,
Tanto como te odio te amo.

Frecuentemente en el jardín
Por donde arrastro mi ironía,
Como una ironía he sentido
Que el sol desgarraba mi pecho;

Y el verdor y la primavera
Tanto hirieron mi corazón,
Que castigué sobre una flor
La osadía de la naturaleza.

Así, yo quisiera una noche,
Cuando la hora del placer llega,
Trepar sin ruido, como un cobarde,
A los tesoros que te adornan,

A fin de castigar tu carne,
De magullar tu seno absuelto
Y abrir a tu atónito flanco
Una larga y profunda herida.

Y, ¡vertiginosa dulzura!
A través de esos nuevos labios,
Más deslumbrantes y más bellos,
Mi veneno inocularte, hermana.





ALEGORÍA




Esta es una mujer de rotunda cadera
Que permite en el vino mojar su cabellera.
Las garras del amor, las mismas del granito.
Se ríe de la muerte y la depravación,
Y, a pesar de su fuerte poder de destrucción,
Las dos han respetado hasta ahora, en verdad,
De su cuerpo alto y firme la altiva majestad.

Anda como una diosa y tiende sultana,
Siente por el placer fe mahometana.
Y cuando abre los brazos, sus pechos soberanos
Demanda la mirada de todos los humanos.

Ella sabe, ella sabe, ¡oh doncella infecunda!,
Necesaria, no obstante a la caterva inmunda,
Que la beldad del cuerpo es un sublime don
Que de cualquier infamia asegura el perdón.

Ella ignora el infierno y purgatorio ignora,
Y mirará por eso, cuando le llegue la hora,
La cara de la muerte en un tan duro momento,
Como un niño: sin odio, sin remordimiento.





EL BALCÓN




¡Madre de los recuerdos! ¡Reina de los amantes!
Eres todo mi gozo, ¡todo mi yugo eres!
En ti revivirán los íntimos instantes
Y el sabor del hogar en los atardeceres,
Madre de los recuerdos, ¡reina de los amantes!

Las noches que doraba la crepitante lumbre,
Las noches del balcón entre un vaho de rosas,
Cuán dulce tu regazo, de ardiente mansedumbre
Y el frecuente decirnos inolvidables cosas
En noches que doraba la crepitante lumbre.

¡Oh cuán bellos los soles de las tibias veladas!
¡Qué profundo el espacio! ¡Qué cordial poderío!
Inclinado hacia ti, reina de las amadas,
Respiraba el perfume de tu cuerpo bravío.
¡Oh cuán bellos los soles de las tibias veladas!

En redor espesaba la noche su negrura
Y entre ella adivinaban mis ojos tus pupilas,
Yo libaba tu aliento. ¡Oh veneno!, ¡oh dulzura!
Y tus pies dormitaban en mis manos tranquilas,
Y en redor espesaba la noche su negrura.

¡Es de artistas fijar los minutos del gozo
Remirando el ayer sumido en tus rodillas!
¿A qué vano buscar encanto langoroso,
De tu cuerpo y tu alma sino en las maravillas?
Es de artistas fijar los minutos del gozo.

Juramentos, aromas, besos innumerables:
Renacerán del vórtice vedado a nuestras sondas
Como soles que suben a cielos inefables
Después de sumergidos en las amargas ondas
¡Oh aromas, juramentos!, ¡oh besos incontables!





MADRIGAL TRISTE




¿Qué me importa que seas casta? Sé bella y triste.
Las lágrimas aumentan de tu faz el encanto.
Reverdece el paisaje de la fuente al quebranto;
La tormenta a las flores de frescura reviste.

Eres más la que amo si la melancolía
Consterna tu mirada; si en lago de negrura
Tu corazón naufraga; si el ayer su pavura
Tiende sobre tus horas como nube sombría.

Eres la bien amada si tu pupila vierte
-Tibia como la sangre- su raudal; si aunque blanda
Mi caricia te arrulle, lenta y ruda se agranda
Tu angustia con el trémulo presagio de la muerte.

¡Oh voluptuosidades profundas y divinas!
¡Salmo de los deleites entonado en sollozos!
Tus ojos, como perlas, son fuegos misteriosos
Con que las interiores penumbras iluminas.

Tu corazón es fragua; la pasión insepulta
Como ascua inextinta, dispersa su destello;
Y bajo la celeste blancura de tu cuello
Un poco de satánica rebeldía se oculta.

Pero en tanto, adorada, que no pueblen tus sueños
Pesadillas sin término, reflejos avernales,
Y en lívidas visiones de azufre mil puñales
Tajen tu carne ebria de filtros y beleños,

Y a todas las quimeras pávida esclavizada
El augurio funesto mires a cada paso,
Y convulsa te acojas al letárgico abrazo
Del tedio irresistible que anuncia la alborada.

Tú no podrás, oh sierva que me impones tu ley
Y a tu amor me encadenas perversa y temblorosa,
Decirme desde el antro de la noche morbosa,
Con el alma en un grito: "yo soy tú mismo, ¡oh rey!"





LA SERPIENTE QUE DANZA




Cuánto gozo al mirar, dulce indolente,
Tu corpóreo esplendor
Como si fueran seda iridescente
Tu piel y su fulgor.

Y sobre tu profunda cabellera
De un ácido aromar
-Cual un mar errabundo, sin ribera,
En azul ondular;

Como bajel que despertó del sueño
Al viento matinal,
Lanzo mi alma en soñador empeño
Hacia el piélago astral.

En tu mirada que nada revela
De dulzura ni hiel,
Mezcla de oro y hierro se congela
Para el doble joyel.

Mirando la cadencia con que avanzas
Bella de lasitud,
Dijéranse las serpentinas danzas
Al ritmo del laúd.

Agobiada de un fardo de molicie
Tu cabeza infantil
Se balancea como en la planicie
Una leona febril.

Y tu cuerpo se inclina y se distiende
Como un ebrio bajel,
Y va de borda en borda mientras hiende
Las aguas su proel.

Cual la onda engrosada por las fuentes
Del rugidor glaciar ,
Cuando asoman al filo de tus dientes
Espuma y pleamar,

Creo beber un vino -sangre y llama,
Sima y elevación-,
Un vino que me inunda, que me inflama
De astros el corazón.





LOS GATOS




Los amantes fervientes y los sabios austeros
Adoran por igual, en su estación madura,
Al orgullo de casa, la fuerza y la dulzura
De los gatos, tal ellos sedentarios, frioleros.

Amigos de la ciencia y la sensualidad,
Al horror de tinieblas y al silencio se guían;
Los fúnebres corceles del Erebo serían,
Si pudieran al látigo ceder su majestad.

Adoptan cuando sueñan las nobles actitudes
De alargadas esfinges, que en vastas latitudes
Solitarias se duermen en un sueño inmutable;

Mágicas chispas yerguen sus espaldas tranquilas,
Y partículas de oro, como arena agradable,
Estrellan vagamente sus místicas pupilas.





EL ENEMIGO




Mi juventud fue sólo tenebrosa tormenta,
Por rutilantes soles cruzada acá y allá;
Relámpagos y lluvias la hicieron tan violenta,
Que en mi jardín hay pocos frutos dorados ya.

De las ideas hoy al otoño he llegado,
Y rastrillos y pala ahora debo emplear
Para igualar de nuevo el terreno inundado,
Donde el agua agujeros cual tumbas fue a cavar.

¿Quién sabe si las flores nuevas que en sueño anhelo
Hallarán como playas en el regado suelo
El místico alimento que les diera vigor?

¡Dolor!, ¡dolor! ¡El tiempo, ay, devora la vida,
Y el oscuro enemigo que roe nuestro interior
Con nuestra propia sangre crece y se consolida!





EL VAMPIRO




Tú que, como una cuchillada;
Entraste en mi dolorido corazón.
Tú que, como un repugnante tropel
De demonios, viniste loca y adornada,

Para hacer de mi espíritu humillado
Tu lecho y tu dominio.
¡Infame a quien estoy ligado
Como el forzado a su cadena!,

Como al juego el jugador empedernido,
Como el borracho a la botella,
Como a la carroña los gusanos.
-¡Maldita, maldita seas tú!

Supliqué a la rápida espada
Que conquistara mi libertad
Y supliqué al pérfido veneno
Que sacudiera mi ruindad.

¡Ay!, el veneno y la espada.
Me desdeñaron diciéndome:
-No eres digno de que se te libere
De tu esclavitud maldita.

-¡Imbécil! -Si de su dominio
Te libraron nuestros esfuerzos,
Tus besos resucitarían
El cadáver de tu vampiro.





LA DESTRUCCIÓN




El demonio a mi lado acecha en tentaciones;
Como un aire impalpable lo siento en torno a mí;
Lo respiro, lo siento quemando mis pulmones
De un culpable deseo con que, en vano, porfío.

Toma a veces la forma, sabiendo que amo el arte,
De la más seductora de todas las mujeres;
Con pretextos y antojos que no echo a mala parte
Acostumbra mis labios a nefandos placeres.

Cada vez más, me aleja de la dulce mirada
De Dios, dejando mi alma jadeante, fatigada
En medio de las negras llanuras del hastío.

Y pone ante mis ojos, llenos de confesiones,
Heridas entreabiertas, espantosas visiones...
La destrucción preside este corazón mío.







Charles Baudelaire


VEN A MI PECHO, ALMA SORDA Y CRUEL

Ven a mi pecho, alma sorda y cruel,
Tigre adorado, monstruo de aire indolente,
Quiero enterrar mis temblorosos dedos
En la espesura de tu abundante crin,
Sepultar mi cabeza dolorida
En tu falda colmada de perfume
Y respirar, como ajada flor,
El relente de mi amor extinto.

¡Quiero dormir!, ¡dormir más que vivir!
En un sueño -como la muerte- dulce,
Estamparé mis besos sin descanso
Por tu cuerpo pulido como el cobre.
Para ahogar mis sollozos apagados
Sólo preciso tu profundo lecho,
El poderoso olvido habita entre tus labios
Y fluye de tus besos el Leteo.

Mi destino, desde ahora mi delicia,
Como un predestinado seguiré,
Condenado inocente, mártir dócil
Cuyo fervor crece en el suplicio.
Para ahogar mi rencor apuraré
El nepentes y la cicuta amada
Del pezón delicioso que corona este seno
En el que nunca hubo un corazón.







Charles Baudelaire


¿QUÉ DIRÁS ESTA NOCHE, POBRE ALMA SOLITARIA?

¿Qué dirás esta noche, pobre alma solitaria?
¿Qué dirás, corazón marchito hace tan poco,
A la bella, a la buena, a la adorada
Bajo cuya mirada floreciste de nuevo?

El orgullo emplearemos en cantar sus alabanzas;
Nada iguala el encanto de su poder sobre ti,
Su carne espiritual tiene divino perfume,
Y nos visten con purísimas ropas sus ojos.

En medio de la noche y de la soledad,
O a través las calles, de gentío rodeado,
Danza como una antorcha su fantasma en el aire.

A veces habla y dice: "Yo soy la bella y ordeno
Que, por amor a mí, no améis sino lo bello;
Soy el ángel guardián, la musa y la madona".
















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