Manuel Acuña





Manuel Acuña

Poeta



Saltillo, Coahuila - México
27/08/1849 - 14/06/1873





SI SUPIERAS, NIÑA INGRATA



Si supieras, niña ingrata,
Lo que mi pecho te adora;
Si supieras que me mata
La pasión que por ti abrigo;
Tal vez, niña encantadora,
No fueras tan cruel conmigo.

Si supieras que del alma
Con tu desdén ha volado
Fugaz y triste la calma,
Y que te amo más mil veces,
Que las violetas al prado
Y que a los mares los peces;

Tal vez entonces, hermosa,
Oyeras el triste acento
De mi querella amorosa;
Y atendiendo a mi reclamo,
Mitigaras mi tormento
Con un beso y un "yo te amo".

Si supieras, dulce dueño,
Que tú eres del alma mía
El solo y único sueño;
Y que al mirar tus enojos,
La ruda melancolía
Baña en lágrimas mis ojos;

Tal vez entonces me amaras,
Y con tus labios de niño
Mis labios secos besaras;
Y cariñosa y sonriente
A mi constante cariño
No fueras indiferente.

Ámame, pues, niña pura
Ya que has oído el acento
Del que idolatrarte jura;
Y atendiendo a mi reclamo,
Ven y calma mi tormento
Con un beso y un "yo te amo".





MISTERIO




Si tu alma pura es un broche
Que para abrirse a la vida
Quiere la calma adormecida
De las sombras de la noche;

Si buscas como un abrigo
Lo más tranquilo y espeso,
Para que tu alma y tu beso
Se encuentren sólo conmigo;

Y si temiendo en tus huellas
Testigos de tus amores,
No quieres ver más que flores,
Más que montañas y estrellas;

Yo sé muchas grutas, y una
Donde podrás en tu anhelo,
Ver un pedazo de cielo
Cuando aparezca la luna.

Donde a tu tímido oído
No llegarán otros sones
Que las tranquilas canciones
De algún ruiseñor perdido.

Donde a tu mágico acento
Y estremecido y de hinojos,
Veré abrirse ante mis ojos
Los mundos del sentimiento.

Y donde tu alma y la mía,
Como una sola estrechadas,
Se adormirán embriagadas
De amor y melancolía.

Ven a esta gruta y en ella
Yo te daré mis desvelos,
Hasta que se hunda en los cielos
La luz de la última estrella.

Y antes que el ave temprana
Su alegre vuelo levante
Y entre los álamos cante
La vuelta de la mañana.

Yo te volveré al abrigo
De tu estancia encantadora,
Donde el recuerdo de esa hora
Vendrás a soñar conmigo...

Mientras que yo en el exceso
De la pasión que me inspiras
Iré a soñar que me miras,
E iré a soñar que te beso.





POBRE FLOR




-"¿Por qué te miro así tan abatida,
Pobre flor?
¿En dónde están las galas de tu vida
Y el color?"

"Dime, ¿por qué tan triste te consumes,
Dulce bien?
-"¿Quién?, ¡el delirio devorante y loco
De un amor,
Que me fue consumiendo poco a poco
De dolor!
Porque amando con toda la ternura
De la fe,
A mí no quiso amarme la criatura
Que yo amé.

"Y por eso sin galas me marchito
Triste aquí,
Siempre llorando en mi dolor maldito,
¡Siempre así!"-
¡Habló la flor!...
Yo gemí... era igual a la memoria
De mi amor.





HOJAS SECAS



I

Mañana que ya no puedan
Encontrarse nuestros ojos,
Y que vivamos ausentes,
Muy lejos uno del otro,
Que te hable de mí este libro
Como de ti me habla todo.

II

Cada hoja es un recuerdo
Tan triste como tierno
De que hubo sobre ese árbol
Un cielo y un amor;
Reunidas forman todas
El canto del invierno,
La estrofa de las nieves
Y el himno del dolor.

III

Mañana a la misma hora
En que el sol te besó por vez primera,
Sobre tu frente pura y hechicera
Caerá otra vez el beso de la aurora;
Pero ese beso que en aquel oriente
Cayó sobre tu frente solo y frío,
Mañana bajará dulce y ardiente,
Porque el beso del sol sobre tu frente
Bajará acompañado con el mío.

IV

En Dios le exiges a mi fe que crea,
Y que le alce un altar dentro de mí.
¡Ah! ¡Si basta no más con que te vea
Para que yo ame a Dios, creyendo en ti!

V

Si hay algún césped blando
Cubierto de rocío
En donde siempre se alce
Dormida alguna flor,
Y en donde siempre puedas
Hallar, dulce bien mío,
Violetas y jazmines
Muriéndose de amor;

Yo quiero ser el césped
Florido y matizado
Donde se asienten, niña,
Las huellas de tus pies;
Yo quiero ser la brisa
Tranquila de ese prado
Para besar tus labios
Y agonizar después.

Si hay algún pecho amante
Que de ternura lleno
Se agite y se estremezca
No más para el amor,
Yo quiero ser, mi vida,
Yo quiero ser el seno
Donde tu frente inclines
Para dormir mejor.

Yo quiero oír latiendo
Tu pecho junto al mío,
Yo quiero oír qué dicen
Los dos en su latir,
Y luego darte un beso
De ardiente desvarío,
Y luego... arrodillarme
Mirándote dormir.

VI

Las doce... ¡adiós! Es fuerza que me vaya
Y que te diga adiós...
Tu lámpara está ya por extinguirse,
Y es necesario.
-Aún no-.
Las sombras son traidoras, y no quiero
Que al asomar el sol,
Se detengan sus rayos a la entrada
De nuestro corazón...
-Y, ¿qué importan las sombras cuando entre ellas
Queda velando Dios?
-¿Dios? ¿Y qué puede Dios entre las sombras
Al lado del amor?
-Cuando te duermas ¿me enviarás un beso?
-¡Y mi alma!
-¡Adiós...!
-¡Adiós...!

VII

Lo que siente el árbol seco
Por el pájaro que cruza
Cuando plegando las alas
Baja hasta sus ramas mustias,
Y con sus cantos alegra
Las horas de su amargura;
Lo que siente por el día
La desolación nocturna
Que en medio de sus angustias,
Ve asomar con la mañana
De sus esperanzas una;
Lo que sienten los sepulcros
Por la mano buena y pura
Que solamente obligada
Por la piedad que la impulsa,
Riega de flores y de hojas
La blanca lápida muda,
Eso es al amarte mi alma
Lo que siente por la tuya,
Que has bajado hasta mi invierno,
Que has surgido entre mi angustia
Y que has regado de flores
La soledad de mi tumba.

Mi hojarasca son mis creencias,
Mis tinieblas son la duda,
Mi esperanza es el cadáver,
Y el mundo mi sepultura...
Y como de entre esas hojas
Jamás retoña ninguna;
Como la duda es el cielo
De una noche siempre oscura,
Y como la fe es un muerto
Que no resucita nunca,
Yo no puedo darte un nido
Donde recojas tus plumas,
Ni puedo darte un espacio
Donde enciendas tu luz pura,
Ni hacer que mi alma de muerto
Palpite unida a la tuya;
Pero si gozar contigo
No ha de ser posible nunca,
Cuando estés triste, y en el alma
Sientas alguna amargura,
Yo te ayudaré a que llores,
Yo te ayudaré a que sufras,
Y te prestaré mis lágrimas
Cuando se acaben las tuyas.

VIII

1

Aún más que con los labios
Hablamos con los ojos;
Con los labios hablamos de la tierra,
Con los ojos del cielo y de nosotros.

2

Cuando volví a mi casa
De tanta dicha loco,
Fue cuando comprendí muy lejos de ella
Que no hay cosa más triste que estar solo.

3

Radiante de ventura,
Frenético de gozo,
Cogí una pluma, le escribí a mi madre,
Y al escribirle se lo dije todo.

4

Después, a la fatiga
Cediendo poco a poco,
Me dormí y al dormirme sentí en sueños
Que ella me daba un beso y mi madre otro.

5

¡Oh sueño, el de mi vida
Más santo y más hermoso!
¡Qué dulce has de haber sido cuando aún muerto
Gozo con tu recuerdo de este modo!

IX

Cuando yo comprendí que te quería
Con toda la lealtad de mi corazón,
Fue aquella noche en que al abrirme tu alma
Miré hasta su interior.
Rotas estaban tus virgíneas alas
Que ocultaban en sus pliegues un crespón
Y un ángel enlutado cerca de ellas
Lloraba como yo.
Otro tal vez te hubiera aborrecido
Delante de aquel cuadro aterrador;
Pero yo no miré en aquel instante
Más que mi corazón;
Y te quise tal vez por tus tinieblas,
Y te adoré tal vez por tu dolor,
¡Que es muy bello poder decir que el alma
Ha servido de sol...!

X

Las lágrimas del niño
La madre enjuga,
Las lágrimas del hombre
Las seca la mujer...
¡Qué tristes las que brotan
Y bajan por la arruga,
Del hombre que está solo,
Del hijo que está ausente,
Del ser abandonado
Que llora y que no siente
Ni el beso de la cuna,
Ni el beso del placer!

XI

¡Cómo quieres que tan pronto
Olvide el mal que me has hecho,
Si cuando me toco el pecho
La herida me duele más!
Entre el perdón y el olvido
Hay una distancia inmensa;
Yo perdonaré la ofensa;
Pero olvidarla... ¡jamás!

XII

¡Ah, gloria! ¡De qué me sirve
Tu laurel mágico y santo,
Cuando ella no enjuga el llanto
Que estoy vertiendo sobre él!
¡De qué me sirve el reflejo
De tu soñada corona!
¡Cuando ella no me perdona
Ni en nombre de ese laurel!

XIII

La que a la luz de sus ojos
Despertó mi pensamiento,
La que al amor de su acento
Encendió en mí la pasión;
Muerta para el mundo entero
Y aún para ella misma muerta,
Solamente está despierta
Dentro de mi corazón.

XIV

El cielo muy negro, y como un velo
Lo envuelve en su crespón la oscuridad;
Con una sombra más sobre ese cielo
El rayo puede desatar su vuelo
Y la nube cambiarse en tempestad.

XV

Oye, ven a ver las naves,
Están vestidas de luto,
Y en vez de las golondrinas
Están graznando los búhos...
El órgano está callado,
El templo solo y oscuro,
Sobre el altar... ¿y la virgen
Por qué tiene el rostro oculto?
¿Ves?... en aquellas paredes
Están cavando un sepulcro,
Y parece como que alguien
Solloza allí, junto al muro.
¿Por qué me miras y tiemblas?
¿Por qué tienes tanto susto?
¿Tú sabes quién es el muerto?
¿Tú sabes quién fue el verdugo?





AMOR




¡Amar a una mujer, sentir su aliento,
Y escuchar a su lado
Lo dulce y armonioso de su acento;
Tener su boca a nuestra boca unida
Y su cuello en el nuestro reclinado,
Es el placer mas grato de la vida,
El goce mas profundo
Que puede disfrutarse sobre el mundo!

Porque el amor al hombre es tan preciso,
Como el agua a las flores,
Como el querube ardiente al paraíso;
Es el prisma de mágicos colores
Que transforma y convierte
Las espinas en rosas,
Y que hace bella hasta la misma muerte
A pesar de sus formas espantosas.

Amando a una mujer, olvida el hombre
Hasta su misma esencia,
Sus deberes mas santos y su nombre;
No cambia por el cielo su existencia;
Y con su afán y su delirio, loco,
Acaricia sonriendo su creencia,
Y el mundo entero le parece poco...
Quitadle al zenzontle la armonía,
Y al águila su vuelo,
Y al iluminar espléndido del día
El azul pabellón del ancho cielo,
Y el mundo seguirá... Mas la criatura,
Del amor separada
Morirá como muere marchitada
La rosa blanca y pura
Que el huracán feroz deja tronchada;
Como muere la nube y se deshace
En perlas cristalinas
Cuando le hace falta un sol que la sostenga
En la etérea región de las ondinas.

¡Amor es Dios!, a su divino fiat
Brotó la tierra con sus gayas flores
Y sus selvas pobladas
De abejas y de pájaros cantores,
Y con sus blancas y espumosas fuentes
Y sus limpias cascadas
Cayendo entre las rocas a torrentes;
Brotó sin canto ni armonía...

Hasta que el beso puro de Adán y Eva,
Resonando en el viento,
Enseñó a las criaturas ese idioma,
Ese acento magnífico y sublime
Con que suspira el cisne cuando canta
Y la tórtola dulce cuando gime,
¡Amor es Dios!, y la mujer la forma
En que encarna su espíritu fecundo;
Él es el astro y ella su reflejo,
Él es el paraíso y ella el mundo...

Y vivir es amar. A quien no ha sentido
Latir el corazón dentro del pecho
Del amor al impulso,
No comprende las quejas de la brisa
Que vaga entre los lirios de la loma,
Ni de la virgen casta la sonrisa
Ni el suspiro fugaz de la paloma.

¡Existir es amar! Quien no comprende
Esa emoción dulcísima y suave,
Esa tierna fusión de dos criaturas
Gimiendo en un gemido,
En un goce gozando
Y latiendo en unísono latido...
Quien no comprende ese placer supremo,
Purísimo y sonriente,
Ese miente si dice que ha vivido;
Si dice que ha gozado, miente.

Y el amor no es el goce de un instante
Que en su lecho de seda
Nos brinda la ramera palpitante;
No es el deleite impuro
Que hallamos al brillar una moneda
Del cieno y de la infamia entre lo oscuro;
No es la miel que provoca
Y que deja, después que la apuramos,
Amargura en el alma y en la boca...

Pureza y armonía,
Ángeles bellos y hadas primorosas
En un Edén de luz y de poesía,
En un pensil de nardos y de rosas,
Todo es el amor.
Mundo en que nadie
Llora o suspira sin hallar un eco;
Fanal de bienandanza
Que hace que siempre ante los ojos radie
La viva claridad de una esperanza.

El amor es la gloria,
La corona esplendente
Con que sueña el genio de alma grande
Que pulsa el arpa o el acero blande,
La virgen sonriente.
El Petrarca sin Laura,
No fuera el vate del sentido canto
Que hace brotar suspiros en el pecho
Y en la pupila llanto.
Y el Dante sin Beatriz no fuera el poeta
A veces dulce y tierno,
Y a veces grande, aterrador y ronco
Como el cantor salido del infierno...

Y es que el amor encierra
En su forma infinita
Cuanto de bello el universo habita,
Cuanto existe de ideal sobre la tierra.
Amor es Dios, el lazo que mantiene
En constante armonía
Los seres mil de la creación inmensa;
Y la mujer, la diosa,
La encarnación sublime y sacrosanta
Que la pradera con su olor inciensa
Y que la orquesta del Supremo canta,
¡Y salve, amor!, emanación divina...

¡Tú, más blanca y más pura
Que la luz de la estrella matutina!
¡Salve, soplo de Dios!...
Y cuando mi alma
Deje de ser un templo a la hermosura,
Ven a arrancarme el corazón del pecho
Ven a abrir a mis pies la sepultura.





LA AUSENCIA DEL OLVIDO




Iba llorando la Ausencia
Con el semblante abatido
Cuando se encontró en presencia
Del Olvido,
Que al ver su faz marchitada,
Le dijo con voz turbada:
Sin colores,
-"Ya no llores niña bella,
Ya no llores.
Que si tu contraria estrella
Te oprime incansable y ruda
Yo te prometo mi ayuda
Contra tu mal y contra ella".

Oyó la Ausencia llorando
La propuesta cariñosa,
Y los ojos enjugando
Ruborosa,
-"Admito desde el momento
Buen anciano".
Le dijo con dulce acento.
"Admito lo que me ofreces
Y que en vano
He buscado tantas veces,
Yo que triste y sin ventura,
La copa de la amargura
He apurado hasta las heces".

Desde entonces, Lola bella,
Cariñosa y anhelante
Vive el Olvido con ella,
Siempre amante;
Y la Ausencia ya ni gime,
Ni doliente
Recuerda el mal que la oprime;
Que un amor ha concebido
Tan ardiente
Por el anciano querido,
Que si sus penas resiste,
Suspira y llora muy triste
Cuando la deja el Olvido.





A UNA FLOR




Cuando tu broche apenas se entreabría
Para aspirar la dicha y el contento
¿Te doblas ya y cansada y sin aliento,
Te entregas al dolor y a la agonía?

¿No ves, acaso, que esa sombra impía
Que ennegrece el azul del firmamento
Nube es tan sólo que al soplar el viento,
Te dejará de nuevo ver el día?...

¡Resucita y levántate! Aún no llega
La hora de que en el fondo de tu broche
Des cabida al pesar que te doblega.

Injusto para el sol es tu reproche,
Que esa sombra que pasa y que te ciega,
Es una sombra, pero aún no es la noche.





A UN ARROYO




Cuando todo era flores tu camino,
Cuando todo era pájaros tu ambiente,
Cediendo de tu curso a la pendiente
Todo era en ti fugaz y repentino.

Vino el invierno con sus nieblas vino
El hielo que hoy estanca tu corriente,
Y en situación tan triste y diferente
Ni aún un pálido sol te da el destino.

Y así en la vida el incesante vuelo
Mientras que todo es ilusión, avanza
En sólo una hora cuanto mide un cielo;

Y cuando el duelo asoma en lontananza
Entonces como tú cambiada en hielo
No puede reflejar ni la esperanza.





LA BRISA




Aliento de la mañana
Que vas robando en tu vuelo
La esencia pura y temprana
Que la violeta lozana
Despide en vapor al cielo.

Dime, soplo de la aurora,
Brisa inconstante y ligera,
¿Vas por ventura a esta hora
Al valle que te enamora
Y que gimiendo te espera?

¿O vas acaso a los nidos
De los jilgueros cantores
Que en la espesura escondidos
Te aguardan medio adormidos
Sobre sus lechos de flores?

¿O vas anunciando acaso,
Sopla del alba naciente,
Al murmurar de tu paso,
Que el muerto sol del ocaso
Se alza un niño en Oriente?

Recoge tus leves alas,
Brisa pura del estío,
Que los perfumes que exhalas
Vas robando entre las galas
De las violetas del río.

Detén tu fugaz carrera
Sobre las risueñas flores
De la loma y la pradera,
Y ve a despertar ligera
Al ángel de mis amores.

Y dile, brisa aromada,
Con tu murmullo sonoro,
Que ella es mi ilusión dorada,
Y que en mi pecho grabada
Como a mi vida la adoro.





POR ESO




Porque eres buena, inocente
Como un sueño de doncella,
Porque eres cándida y bella
Como un nectario naciente.

Porque en tus ojos asoma
Con un dulcísimo encanto,
Todo lo hermoso y lo santo
Del alma de una paloma.

Porque eres toda una esencia
De castidad y consuelo,
Porque tu alma es todo un cielo
De ternura y de inocencia.

Porque al sol de tus virtudes
Se mira en ti realizado
El ideal vago y soñado
De todas las juventudes;

Por eso, niña hechicera,
Te adoro en mi loco exceso;
Por eso te amo, y por eso
Te he dado mi vida entera.

Por eso a tu luz se inspira
La fe de mi amor sublime;
¡Por eso solloza y gime
Como un corazón mi lira!

Por eso cuando te evoca
Mi afán en tus embelesos,
Siento que un mundo de besos
Palpita sobre mi boca.

Y por eso entre la calma
De mi existencia sombría,
Mi amor no anhela más día
Que el que una mi alma con tu alma.





LA FELICIDAD




Un cielo azul de estrellas
Brillando en la inmensidad;
Un pájaro enamorado
Cantando en el florestal;
Por ambiente los aromas
Del jardín y el azahar;
Junto a nosotros el agua
Brotando del manantial
Nuestros corazones cerca,
Nuestros labios mucho más,
Tú levantándote al cielo
Y yo siguiéndote allá,
Ese es el amor mi vida,
¡Esa es la felicidad!

Cruza con las mismas alas
Los mundos de lo ideal;
Apurar todos los goces,
Y todo el bien apurar;
De los sueños y la dicha
Volver a la realidad,
Despertando entre las flores
De un césped primaveral;
Los dos mirándonos mucho,
Los dos besándonos más,
Ese es el amor, mi vida,
¡Esa es la felicidad!





SONETO




Porque dejaste el mundo de dolores
Buscando en otro cielo la alegría
Que aquí, si nace, sólo dura un día
Y eso entre sombras, dudas y temores.

Porque en pos de otro mundo y de otras flores
Abandonaste esta región sombría,
Donde tu alma gigante se sentía
Condenada a continuos sinsabores.

Yo vengo a decir mi enhorabuena
Al mandarte la eterna despedida
Que de dolor el corazón me llena;

Que aunque cruel y muy triste tu partida,
Si la vida a los goces es ajena,
Mejor es el sepulcro que la vida.







Manuel Acuña


RESIGNACION

¡Sin lágrimas, sin quejas,
Sin decirnos adiós, sin un sollozo!
Cumplamos hasta lo último... la suerte
Nos trajo aquí con el objeto mismo,
Los dos venimos a enterrar el alma
Bajo la losa del escepticismo.

Sin lágrimas... las lágrimas no pueden
Devolver a un cadáver la existencia;
Que caigan nuestras flores y que rueden,
Pero al rodar, siquiera que nos queden
Seca la vista y firme la conciencia.

¡Ya lo ves! Para tu alma y para mi alma
Los espacios y el mundo están desiertos...
Los dos hemos concluido,
Y de tristeza y aflicción cubiertos,
Ya no somos al fin sino dos muertos
Que buscan la mortaja del olvido.

Niños y soñadores cuando apenas
De dejar acabábamos la cuna,
Y nuestras vidas al dolor ajenas
Se deslizaban dulces y serenas
Como el ala de un cisne en la laguna
Cuando la aurora del primer cariño
Aún no asomaba a recoger el velo
Que la ignorancia virginal del niño
Extiende entre sus párpados y el cielo,
Tu alma como la mía,
En su reloj adelantando la hora
Y en sus tinieblas encendiendo el día,
Vieron un panorama que se abría
Bajo el beso y la luz de aquella aurora;
Y sintiendo al mirar ese paisaje
Las alas de un esfuerzo soberano,
Temprano las abrimos, y temprano
Nos trajeron al término del viaje.

Le dimos a la tierra
Los tintes del amor y de la rosa;
A nuestro huerto nidos y cantares,
A nuestro cielo pájaros y estrellas;
Agotamos las flores del camino
Para formar con ellas
Una corona al ángel del destino...
Y hoy en medio del triste desacuerdo
De tanta flor agonizante o muerta,
Ya sólo se alza pálida y desierta
La flor envenenada del recuerdo.

Del libro de la vida
La que escribimos hoy es la última hoja
Cerrémoslo en seguida,
Y en el sepulcro de la fe perdida
Enterremos también nuestra congoja.
Y ya que el cielo nos concede que este
De nuestros males el postrero sea,
Para que el alma a descansar se apreste,
Aunque la última lágrima nos cueste,
Cumplamos hasta el fin con la tarea.

Y después cuando al ángel del olvido
Hayamos entregado estas cenizas
Que guardan el recuerdo adolorido
De tantas ilusiones hechas trizas
Y de tanto placer desvanecido,
Dejemos los espacios y volvamos
A la tranquila vida de la tierra,
Ya que la noche del dolor temprana
Se avanza hasta nosotros y nos cierra
Los dulces horizontes del mañana.

Dejemos los espacios, o si quieres
Que hagamos, ensayando nuestro aliento,
Un nuevo viaje a esa región bendita
Cuyo sólo recuerdo resucita
Al cadáver del alma, al sentimiento,
Lancémonos entonces a ese mundo
En donde todo es sombras y vacío,
Hagamos una luna del recuerdo
Si el sol de nuestro amor está ya frío;
Volemos, si tú quieres,
Al fondo de esas mágicas regiones,
Y fingiendo esperanzas e ilusiones,
Rompamos el sepulcro, y levantando
Nuestro atrevido y poderoso vuelo,
Formaremos un cielo entre las sombras,
Y seremos los duendes de ese cielo.







Manuel Acuña


ADIOS

Después de que el destino
Me ha hundido en las congojas
Del árbol que se muere
Crujiendo de dolor,
Truncando una por una
Las flores y las hojas
Que al beso de los cielos
Brotaron de mi amor.

Después de que mis ramas
Se han roto bajo el peso
De tanta y tanta nieve
Cayendo sin cesar,
Y que mi ardiente savia
Se ha helado con el beso
Que el ángel del invierno
Me dio al atravesar.

Después... es necesario
Que tú también te alejes
En pos de otras florestas
Y de otro cielo en pos;
Que te alces de tu nido,
Que te alces y me dejes
Sin escuchar mis ruegos
Y sin decirme adiós.

Yo estaba solo y triste
Cuando la noche te hizo
Plegar las blancas alas
Para acogerte a mí,
Entonces mi ramaje
Doliente y enfermizo
Brotó sus flores todas
Tan solo para ti.

En ellas te hice el nido
Risueño en que dormías
De amor y de ventura
Temblando en su vaivén,
Y en él te hallaban siempre
Las noches y los días
Feliz con mi cariño
Y amándote también...

¡Ah! Nunca en mis delirios
Creí que fuera eterno
El sol de aquellas horas
De encanto y frenesí;
Pero jamás tampoco
Que el soplo del invierno
Llegara entre tus cantos,
Y hallándote tú aquí...

Es fuerza que te alejes...
Rompiéndome en astillas;
Ya siento entre mis ramas
Crujir el huracán,
Y heladas y temblando
Mis hojas amarillas
Se arrancan y vacilan
Y vuelan y se van...

Adiós, paloma blanca
Que huyendo de la nieve
Te vas a otras regiones
Y dejas tu árbol fiel;
Mañana que termine
Mi vida oscura y breve
Ya sólo tus recuerdos
Palpitarán sobre él.

Es fuerza que te alejes
Del cántico y del nido
Tú sabes bien la historia
Paloma que te vas...
El nido es el recuerdo
Y el cántico el olvido,
El árbol es el siempre
Y el ave es el jamás.

Adiós mientras que puedes
Oír bajo este cielo
El último ¡ay!, del himno
Cantado por los dos...
Te vas y ya levantas
El ímpetu y el vuelo,
Te vas y ya me dejas,
¡Paloma, adiós, adiós!





RESEÑA BIOGRAFICA

Poeta mexicano nacido en Saltillo, Coahuila, en 1849.
A los veinte años de edad inició su carrera poética con una elegía a la muerte de su compañero y amigo
Eduardo Alzúa. En el mismo año, fundó en compañía de varios intelectuales la Sociedad Literaria Nezahualcóyotl,
en el seno de la cual dio a conocer sus primeros versos.
En 1871 fue reconocido por la crítica por su drama El Pasado, publicado en un folleto del periódico La Iberia
intitulado Ensayos literarios de la Sociedad Nezahualcóyotl. Este folleto contenía además once de sus poemas
y su famoso Nocturno a Rosario, inspirado en el gran amor de su vida, Rosario de la Peña, quien estuvo íntimamente
ligada a sus últimos años y pesó tanto en su ánimo que mucho tuvo que ver con su trágica muerte.
Su obra poética está compuesta por poemas amorosos y satíricos, contenidos en la publicación Donde las dan las toman
y en una edición póstuma aparecida en el año 1874.
Se quitó la vida en diciembre de 1873.













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