Víctor Hugo





Victor-Marie Hugo

Poeta y novelista



Besançon - Francia
26/02/1802 - 22/05/1885





EL HOMBRE Y LA MUJER




El hombre es la más elevada de las criaturas;
La mujer es el más sublime de los ideales.
Dios hizo para el hombre un trono,
Para la mujer un altar.
El trono exalta,
El altar santifica.
El hombre es el cerebro,
La mujer el corazón,
El cerebro fabrica la luz,
El corazón produce el amor.
La luz fecunda, el amor resucita.
El hombre es fuerte por la razón,
La mujer invencible por las lágrimas.
La razón convence,
Las lágrimas conmueven.
El hombre es capaz de todos los heroísmos;
La mujer de todos los martirios.
El heroísmo ennoblece,
El martirio sublima.
El hombre tiene la supremacía,
La mujer la preferencia.
La supremacía significa la fuerza,
La preferencia representa el derecho.
El hombre es un genio,
La mujer es un ángel.
El genio es inconmensurable,
El ángel indefinible.
La aspiración del hombre es la suprema gloria,
La aspiración de la mujer es la virtud extrema.
La gloria hace todo lo grande,
La virtud hace todo lo divino.
El hombre es un código,
La mujer un evangelio.
El código corrige,
El evangelio perfecciona.
El hombre piensa,
La mujer sueña.
Pensar es tener en el cráneo una larva,
Soñar es tener en la frente una aureola.
El hombre es un océano, la mujer es un lago.
El océano tiene la perla que adorna,
El lago la poesía que deslumbra.
El hombre es el águila que vuela,
La mujer es el ruiseñor que canta.
Volar es dominar el espacio,
Cantar es conquistar el alma.
El hombre es un templo,
La mujer es el sagrario.
Ante el templo nos descubrimos,
Ante el sagrario nos arrodillamos.
En fin:
El hombre está colocado donde termina la tierra;
La mujer donde comienza el cielo.





SI PUDIERAMOS IR




Él decía a su amada: Si pudiéramos ir
los dos juntos, el alma rebosante de fe,
con fulgores extraños en el fiel corazón,
ebrios de éxtasis dulces y de melancolía,

hasta hacer que se rompan los mil nudos con que ata
la ciudad nuestra vida; si nos fuera posible
salir de este París triste y loco, huiríamos;
no se adónde, a cualquier ignorado lugar,

lejos de vanos ruidos, de los odios y envidias,
a buscar un rincón donde crece la hierba,
donde hay árboles y hay una casa chiquita
con sus flores y un poco de silencio, y también

soledad, y en la altura cielo azul y la música
de algún pájaro que se ha posado en las tejas,
y un alivio de sombra... ¿Crees que acaso podemos
tener necesidad de otra cosa en el mundo?





EN EL HUERTO




Por cerezas garrafales
Íbamos juntos al huerto.

Con sus brazos de alabastro
Escalaba los cerezos,
Y montábase en las ramas,
Que se doblaban al peso.

Yo subía detrás de ella
Y mis ojos indiscretos
Su blanca pierna seguía,
Y ella cantando y riendo,
Les decía con sus ojos
A los míos: -¡Estad quietos!

Luego hacia mí se inclinaba,
En los dientes ya trayendo
Suspendida una cereza;
Y yo mi boca de fuego
Sobre su boca posaba;
Y ella, siempre sonriendo,
Me dejaba la cereza
Y se llevaba mi beso.





PARA TI DE LA COLINA HE CORTADO ESTA FLOR




Para ti de la colina he cortado esta flor
En la costa escarpada que hacia el mar desciende
Y que sólo las águilas conocen y frecuentan.
En la roca agrietada, solitaria ella crecía.
Los costados de la triste cima de sombra
La bañaban y yo veía donde el sol ya no estaba,
Como un arco brillante y rojo de victoria,
La noche oscura hacía un pórtico de nubes.
A lo lejos flotaban pequeños navíos.
En el fondo del valle unos techos temían
Llamar la atención brillando demasiado.
Para ti, mi amada, he cortado esta flor.
Es pálida y no tiene su corola perfume,
Su raíz no atrapó en la cima del monte
Sino el olor amargo de las algas marinas;
Mas dije: "pobre flor, desde lo alto de esta cima
Debieras descender hacia el abismo inmenso
Adonde van las algas, las nubes y los barcos,
Pero muere en su pecho, abismo aún más profundo,
Marchítate en su seno, donde palpita un mundo.
El cielo que te creó para perder tus pétalos
Te destinó a la mar y yo te entrego al amor".
El viento levantaba las olas, y el día ya no era
Sino un destello pálido, lentamente borrado.
¡Ay, cuánta tristeza había en mis pensamientos
Mientras el negro precipicio penetraba mi alma
Con el frío estremecimiento del ocaso!





LISE




Yo tenía doce años; dieciséis ella al menos.
Alguien que era mayor cuando yo era pequeño.
Al caer de la tarde, para hablarle a mis anchas,
esperaba el momento en que se iba su madre;
luego con una silla me acercaba a su silla,
al caer de la tarde, para hablarle a mis anchas.

¡Cuánta flor la de aquellas primaveras marchitas,
cuánta hoguera sin fuego, cuánta tumba cerrada!
¿Quién se acuerda de aquellos corazones de antaño?
¿Quién se acuerda de rosas florecidas ayer?
Yo sé que ella me amaba. Yo la amaba también.
Fuimos dos niños puros, dos perfumes, dos luces.

Ángel, hada y princesa la hizo Dios. Dado que era
ya persona mayor, yo le hacía preguntas
de manera incesante por el solo placer
de decirle: ¿Por qué? Y recuerdo que a veces,
temerosa, evitaba mi mirada pletórica
de mis sueños, y entonces se quedaba abstraída.

Yo quería lucir mi saber infantil,
la pelota, mis juegos y mis ágiles trompos;
me sentía orgulloso de aprender mi latín;
le enseñaba mi Fedro, mi Virgilio, la vida
era un reto, imposible que algo me hiciera daño.
Puesto que era mi padre general, presumía.

Las mujeres también necesitan leer
en la iglesia en latín, deletreando y soñando;
y yo le traducía algún que otro versículo,
inclinándome así sobre su libro abierto.
El domingo, en las vísperas, desplegar su ala blanca
sobre nuestras cabezas yo veía a los ángeles.

De mí siempre decía: ¡Todavía es un niño!
Yo solía llamarla mademoiselle Lise.
Y a menudo en la iglesia, ante un salmo difícil,
me inclinaba feliz sobre su libro abierto.
Y hasta un día, ¡Dios mío, Tú lo viste!, mis labios
hechos fuego rozaron sus mejillas en flor.

Juveniles amores, que duraron tan poco,
sois el alba de nuestro corazón, hechizad
a aquel niño que fuimos con un éxtasis único.
Y al caer de la tarde, cuando llega el dolor,
consolad nuestras almas, deslumbradas aún,
juveniles amores, que duraron tan poco.





NUNCA INSULTEIS A LA MUJER CAÍDA




Nunca insultéis a la mujer caída

Nunca insultéis a la mujer caída
Nadie sabe qué peso le agobió,
Ni cuántas luchas soportó en la vida,
Hasta que al fin cayó.

¿Quién no ha visto mujeres sin aliento
Asirse con afán a la virtud
Y resistir el duro viento del vicio
Con serena actitud?

Gota de agua pendiente de una rama
Que el viento agita y hace estremecer;
¡Perla que el cáliz de la flor derrama
Y se convierte en lodo al caer!

Pero aún puede la gota peregrina
Su perdida pureza recobrar,
Y resurgir del polvo, cristalina,
Y ante la luz brillar.

Dejad amar a la mujer caída,
Dejad al polvo su vital calor,
Porque todo recobra nueva vida
Con nueva luz y amor.





TE DESEO PRIMERO QUE AMES




Te deseo primero que ames y que,
Amando, también seas amado.

Y que, de no ser así, seas breve en olvidar
Y que después de olvidar no guardes rencores.
Deseo, pues, que no sea así, pero que si es,
Sepas ser sin desesperar.

Te deseo también que tengas amigos y que,
Incluso malos e inconsecuentes, sean valientes y fieles,
Y que por lo menos haya uno en quien puedas confiar sin dudar.

Y porque la vida es así, te deseo también que tengas
Enemigos. Ni muchos ni pocos, en la medida exacta para que,
Algunas veces, te cuestiones tus propias certezas.

Y que entre ellos, haya por lo menos uno que sea justo,
Para que no te sientas demasiado seguro.

Te deseo además que seas útil, más no insustituible.
Y que en los momentos malos, cuando no quede nada más,
Esa utilidad sea suficiente para mantenerte en pie.

Igualmente te deseo que seas tolerante;
No con los que se equivocan poco, porque eso es fácil,
Sino con los que se equivocan mucho e irremediablemente,
Y que haciendo buen uso de esa tolerancia,
Sirvas de ejemplo a otros.

Te deseo que siendo joven no madures demasiado deprisa,
Y que ya maduro, no insistas en rejuvenecer,
Y que siendo viejo no te dediques al desespero.
Porque cada edad tiene su placer y su dolor
Y es necesario dejar que fluyan entre nosotros.

Te deseo de paso que seas triste,
No todo el año sino apenas un día.
Pero que en ese día descubras que la risa diaria es buena,
Que la risa habitual es sosa y la risa constante es malsana.

Te deseo que descubras, con urgencia máxima,
Por encima y a pesar de todo, que existen
Y que te rodean seres oprimidos
Tratados con injusticia, y personas infelices.

Te deseo que acaricies un gato, alimentes un pájaro
Y oigas a un jilguero erguir triunfante su canto matinal,
Porque de esta manera te sentirás bien por nada.

Deseo también que plantes una semilla,
Por más minúscula que sea, y la acompañes en su crecimiento,
Para que descubras de cuántas vidas está hecho un árbol.

Te deseo, además, que tengas dinero,
Porque es necesario ser práctico.
Y que por lo menos una vez por año pongas algo
De ese dinero enfrente de ti y digas: "Esto es mío",
Sólo para que quede claro quién es el dueño de quién.

Te deseo también que ninguno de tus afectos muera
Pero que, si muere alguno, puedas llorar sin lamentarte
Y sufrir sin sentirte culpable.

Te deseo por fin que, siendo hombre, tengas una buena mujer,
Y que, siendo mujer, tengas un buen hombre
Mañana y al día siguiente, y que cuando estéis exhaustos
Y sonrientes, aún sobre amor para empezar de nuevo.

Si todas estas cosas llegaran a pasar,
No tengo nada más que desearte.





ALBORADA




Ya brilla la aurora fantástica, incierta,
velada en su manto de rico tisú.
¿Por qué, niña hermosa, no se abre tu puerta?
¿Por qué cuando el alba las flores despierta
durmiendo estás tú?

Llamando a tu puerta, diciendo está el día:
"Yo soy la esperanza que ahuyenta el dolor".
El ave te dice: "Yo soy la armonía".
Y yo, suspirando, te digo: "Alma mía,
yo soy el amor".





CANCION II




Si nada de mí queréis,
¿por qué os acercáis a mí?
Y si así me enloquecéis,
¿por qué me miráis así?
Si nada de mí queréis,
¿por qué os acercáis a mí?

Si nada intentáis decir,
¿por qué mi mano apretáis?
Del hermoso porvenir,
de la dicha en que soñáis,
si nada intentáis decir,
¿por qué mi mano apretáis?

Si queréis que aquí no esté,
¿por qué pasáis por aquí?
Sois mi afán y sois mi fe;
tiemblo al veros ¡ay de mí!
Si queréis que aquí no esté,
¿por qué pasáis por aquí?





NOCHE DE JUNIO




Muere el día en verano. De sus flores cubierto,
vierte el campo a lo lejos un perfume embriagante.
Con los ojos cerrados y el oído entreabierto,
dormimos en un sueño más claro y fascinante.

Es más grata la sombra y el lucero es más puro.
Una luz imprecisa los espacios colora,
y el alba dulce y pálida, esperando su hora,
vaga toda la noche al pie del cielo oscuro.





LA TUMBA Y LA ROSA




La tumba dijo a la rosa:
-¿Dime qué haces, flor preciosa,
lo que llora el alba en ti?

La rosa dijo a la tumba:
-de cuanto en ti se derrumba,
sima horrenda, ¿qué haces, di?

Y la rosa: -¡Tumba oscura
de cada lágrima pura
yo un perfume hago veloz.

Y la tumba: -¡Rosa ciega!
De cada alma que me llega
yo hago un ángel para Dios.





LA BELLEZA Y LA MUERTE SON DOS COSAS PROFUNDAS...




La belleza y la muerte son dos cosas profundas,
con tal parte de sombra y de azul que diríanse
dos hermanas terribles a la par que fecundas,
con el mismo secreto, con idéntico enigma.

Oh, mujeres, oh voces, oh miradas, cabellos,
trenzas rubias, brillad, yo me muero, tened
luz, amor, sed las perlas que el mar mezcla a sus aguas,
aves hechas de luz en los bosques sombríos.

Más cercanos, Judith, están nuestros destinos
de lo que se supone al ver nuestros dos rostros;
el abismo divino aparece en tus ojos,

y yo siento la sima estrellada en el alma;
mas del cielo los dos sé que estamos muy cerca,
tú porque eres hermosa, yo porque soy muy viejo.







Victor Hugo


PUESTO QUE ESTE MUNDO EXISTE

Puesto que este mundo existe, más nos vale tolerarlo.
Que a los seres, sin enojo, considerarlos sepamos.
Este hombre es el burgués del siglo en el cual vivimos.
Vendedor en otros tiempos de sebos y de jabones,
Es ahora rico y tiene prados, viñedos y bosques.
Al pueblo llano aborrece, tampoco ama a los nobles;
Pues es hijo de un portero, en estos tiempos afirma
Que es inútil descender de familia de alta alcurnia.
Es severo. Es virtuoso. Y forma parte también,
-En diciembre pisan siempre buenas alfombras sus pies-,
Del gran partido del orden y de la gente de bien.
Odia a los enamorados y a quien es inteligente;
Es un poco pedigüeño, usurero algunas veces;
Al progreso llama santo y pura a la libertad,
Del derecho de naciones va proclamando: "¡Ni hablar!",
Del sentido común tosco de Sancho Panza hace alarde
Y dejaría morir en la miseria a Cervantes;
Por Boileau admiración siente, a las criadas pellizca,
Y después de revolcarse en la paja con Juanita,
Clama que son inmorales novelas y folletines.
A la misa a la que acude cada domingo del año,
Lleva a Jesús bajo el brazo en un breviario dorado,
El pesebre, el calvario y también el Dies Illa.
-No es que crea, entre nosotros, todas esas tonterías,
Nos dice- Y si él asiste es por causa de su nombre,
Para que el pueblo vil crea viendo creer a este hombre,
Porque hay que entontecer a esta gente que está hambrienta,
Porque algún que otro buen Dios hace falta a fin de cuentas.
"¡Haced sitio!", el sacristán da un golpe y él aparece,
En un banco reservado su tripa sublime extiende,
Orgulloso de sentir que con esta devoción,
Al pueblo tiene sujeto y de Dios es protector.







Victor Hugo


BOOZ DORMIDO

Booz se había acostado, rendido de fatiga;
Todo el día había trabajado sus tierras
y luego preparado su lecho en el lugar de siempre;
Booz dormía junto a los celemines llenos de trigo.

Ese anciano poseía campos de trigo y de cebada;
Y, aunque rico, era justo;
No había lodo en el agua de su molino;
Ni infierno en el fuego de su fragua.

Su barba era plateada como arroyo de abril.
Su gavilla no era avara ni tenía odio;

Cuando veía pasar alguna pobre espigadora:
"Dejar caer a propósito espigas" -decía.

Caminaba puro ese hombre, lejos de los senderos desviados,
vestido de cándida probidad y lino blanco;
Y, siempre sus sacos de grano, como fuentes públicas,
del lado de los pobres se derramaban.

Booz era buen amo y fiel pariente;
aunque ahorrador, era generoso;
las mujeres le miraban más que a un joven,
pues el joven es hermoso, pero el anciano es grande.

El anciano que vuelve hacia la fuente primera,
entra en los días eternos y sale de los días cambiantes;
se ve llama en los ojos de los jóvenes,
pero en el ojo del anciano se ve luz.

2
Así pues Booz en la noche, dormía entre los suyos.
Cerca de las hacinas que se hubiesen tomado por ruinas,
los segadores acostados formaban grupos oscuros:
Y esto ocurría en tiempos muy antiguos.

Las tribus de Israel tenían por jefe un juez;
la tierra donde el hombre erraba bajo la tienda, inquieto
por las huellas de los pies del gigante que veía,
estaba mojada aún y blanda del diluvio.

3
Así como dormía Jacob, como dormía Judith,
Booz con los ojos cerrados, yacía bajo la enramada;
entonces, habiéndose entreabierto la puerta del cielo
por encima de su cabeza, fue bajando un sueño.

Y ese sueño era tal que Booz vio un roble
que, salido de su vientre, iba hasta el cielo azul;
una raza trepaba como una larga cadena;
Un rey cantaba abajo, arriba moría un dios.

Y Booz murmuraba con la voz del alma:
"¿Cómo podría ser que eso viniese de mí?
la cifra de mis años ha pasado los ochenta,
y no tengo hijos y ya no tengo mujer.

Hace ya mucho que aquella con quien dormía,
¡Oh Señor! dejó mi lecho por el vuestro;
Y estamos todavía tan mezclados el uno al otro,
ella semi viva, semi muerto yo.

Nacería de mí una raza ¿cómo creerlo?
¿Cómo podría ser que tenga hijos?
Cuando de joven se tienen mañanas triunfantes,
el día sale de la noche como de una victoria;

Pero de viejo, uno tiembla como el árbol en invierno;
viudo estoy, estoy solo, sobre mí cae la noche,
e inclino ¡oh Dios mío! mi alma hacia la tumba,
como un buey sediento inclina su cabeza hacia el agua".

Así hablaba Booz en el sueño y el éxtasis,
volviendo hacia Dios sus ojos anegados por el sueño;
el cedro no siente una rosa en su base,
y él no sentía una mujer a sus pies.

4
Mientras dormía, Ruth, una Moabita,
se había recostado a los pies de Booz, con el seno desnudo,
esperando no se sabe qué rayo desconocido
cuando viniera del despertar la súbita luz.

Booz no sabía que una mujer estaba ahí,
y Ruth no sabía lo que Dios quería de ella.

Un fresco perfume salía de los ramos de asfodelas;
los vientos de la noche flotaban sobre Galgalá.
La sombra era nupcial, augusta y solemne;
allí, tal vez, oscuramente, los ángeles volaban,
a veces, se veía pasar en la noche,
algo azul semejante a un ala.

La respiración de Booz durmiendo
se mezclaba con el ruido sordo de los arroyos sobre el musgo.
Era un mes en que la naturaleza es dulce,
y hay lirios en la cima de las colinas.

Ruth soñaba y Booz dormía; la hierba era negra;
Los cencerros del ganado palpitaban vagamente;
Una inmensa bondad caía del firmamento;
Era la hora tranquila en que los leones van a beber.

Todo reposaba en Ur y en Jerimadet;
Los astros esmaltaban el cielo profundo y sombrío;
El cuarto creciente fino y claro entre esas flores de la sombra
brillaba en Occidente, y Ruth se preguntaba,

inmóvil, entreabriendo los ojos bajo sus velos,
qué dios, qué segador del eterno verano,
había dejado caer negligentemente al irse
esa hoz de oro en los campos de estrellas.





Reseña biográfica


Poeta, novelista y dramaturgo francés nacido en Besançon en 1802.
Su niñez transcurrió en Francia, Italia y España donde su padre prestó servicios al ejército francés. A partir de 1815 regresó a Paris para completar su educación, orientada fundamentalmente hacia la literatura. El primer libro de poemas, "Odas y poesías diversas", publicado en 1822, le abrió las puertas de la fama, convirtiéndolo más tarde en una de las figuras más importantes del romanticismo francés. Inicialmente monárquico, fue nombrado Par de Francia por el Rey Felipe de Orleans. Sin embargo, a raíz de la revolución de 1848 se convirtió en un férreo defensor de la república, situación que lo obligó a exiliarse durante quince años en Bélgica y Gran Bretaña.
De su producción poética de destacan "Las Orientales", "Hojas de Otoño", "Los castigos", "Las contemplaciones" y "El arte de ser abuelo". Obras como "Cromwell" en 1827, "Hernani" en 1830, "El jorobado de Notre Dame" en 1831, y "Los miserables" en 1862, entre otras, constituyen su gran aporte a la literatura universal.
Falleció en Paris en mayo de 1885, a la edad de 83 años.













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