José de Espronceda





José Ignacio Javier Oriol Encarnación de Espronceda y Delgado

Escritor



Almendralejo, Extremadura - España
25/03/1808 - 23/05/1842





CANCION DEL PIRATA




Con diez cañones por banda,
Viento en popa a toda vela,
No corta el mar, sino vuela,
Un velero bergantín:
Bajel pirata que llaman,
Por su bravura el Temido,
En todo mar conocido
Del uno al otro confín.

La luna en el mar riela,
En la lona gime el viento,
Y alza en blando movimiento
Olas de plata y azul;
Y ve el capitán pirata,
Cantando alegre en la popa,
Asia a un lado; al otro, Europa;
Y allá, a su frente, Estambul.

Navega, velero mío,
Sin temor;
Que ni enemigo navío,
Ni tormenta, ni bonanza,
Tu rumbo a torcer alcanza,
Ni a sujetar tu valor.

Veinte presas
Hemos hecho
A despecho
Del inglés,
Y han rendido
Cien naciones
Sus pendones
A mis pies.

Que es mi barco mi tesoro,
Que es mi Dios la libertad,
Mi ley la fuerza y el viento,
Mi única patria la mar.

Allá muevan feroz guerra
Ciegos reyes
Por un palmo más de tierra;
Que yo tengo aquí por mío
Cuanto abarca el mar bravío,
A quien nadie impuso leyes.

Y no hay playa
Sea cualquiera,
Ni bandera
De esplendor
Que no sienta
Mi derecho
Y de pecho
A mi valor.

Que es mi barco mi tesoro
A la voz de ¡Barco viene!
Es de ver
Cómo vira y se previene
A todo trapo escapar;
Que yo soy el rey del mar,
Y mi furia es de temer.

En las presas
Yo divido
Lo cogido
Por igual;
Sólo quiero
Por riqueza
La belleza
Sin rival.

Que es mi barco mi tesoro
¡Sentenciado estoy a muerte!
Yo me río;
No me abandone la suerte
Y al mismo que me condena
Colgaré de alguna antena,
Quizá en su propio navío.

Y si caigo,
¿Qué es la vida?
Por perdida
Ya la di,
Cuando el yugo
Del esclavo
Como un bravo
Sacudí.

Que es mi barco mi tesoro
Son mi música mejor
Aquilones;
El estrépito y temblor
De los cables sacudidos,
Del negro mar los bramidos
Y el rugir de mis cañones.

Y del trueno
Al son violento
Y del viento
Al rebramar
Yo me duermo
Sosegado,
Arrullado
Por la mar.

Que es mi barco mi tesoro,
Que es mi Dios la libertad,
Mi ley la fuerza y el viento,
Mi única patria la mar.





A UNA ESTRELLA




¿Quién eres tú, lucero misterioso,
Tímido y triste entre luceros mil,
Que cuando miro tu esplendor dudoso,
Turbado siento el corazón latir?
¿Es acaso tu luz recuerdo triste
De otro antiguo perdido resplandor,
Cuando engañado como yo creíste
Eterna tu ventura que pasó?
Tal vez con sueños de oro la esperanza
Acarició tu pura juventud,
Y gloria y paz y amor y venturanza
Vertió en el mundo tu primera luz.
Y al primer triunfo del amor primero
Que embalsamó en aromas el Edén,
Luciste acaso, mágico lucero,
Protector del misterio y del placer.
Y era tu luz voluptuosa y tierna
La que entre flores resbalando allí
Inspiraba en el alma un ansia eterna
De amor perpetuo y de placer sin fin.
Más ¡ay!, que luego el bien y la alegría
En llanto y desventura se trocó:
Tu esplendor empañó niebla sombría;
Sólo un recuerdo al corazón quedó.
Y ahora melancólico me miras
Y tu rayo es un dardo del pesar
Si amor aún al corazón inspiras,
Es un amor sin esperanza ya.

¡Ay lucero!, yo te vi
Resplandecer en mi frente,
Cuando palpitar sentí
Mi corazón dulcemente
Con amante frenesí.

Tu faz entonces lucía
Con más brillante fulgor,
Mientras yo me prometía
Que jamás se apagaría
Para mí tu resplandor.

¿Quién aquel brillo radiante
¡Oh lucero!, te robó,
Que oscureció tu semblante,
Y a mi pecho arrebató
La dicha en aquel instante?

¿O acaso tú siempre así
Brillaste y en mi ilusión
Yo aquel esplendor te di
Que amaba mi corazón,
Lucero, cuando te vi?

Una mujer adoré
Que imaginaría yo un cielo;
Mi gloria en ella cifré,
Y de un luminoso velo
En mi ilusión la adorné.

Y tú fuiste la aureola
Que iluminaba su frente,
Cual los aires arrebola
El fúlgido sol naciente,
Y el puro azul tornasola.

Y astro de dicha y amores,
Se deslizaba mi vida
A la luz de tus fulgores,
Por fácil senda florida,
Bajo un cielo de colores.

Tantas dulces alegrías,
Tantos mágicos ensueños
¿Dónde fueron?
Tan alegres fantasías,
Deleites tan halagüeños,
¿Qué se hicieron?

Huyeron con mi ilusión
Para nunca más tornar,
Y pasaron,
Y sólo en mi corazón
Recuerdos, llanto y pesar
¡Ay!, dejaron.

¡Ah lucero!, tú perdiste
También tu puro fulgor,
Y lloraste;
También como yo sufriste,
Y el crudo arpón del dolor
¡Ay!, probaste.

¡Infeliz! ¿Por qué volví
De mis sueños de ventura
Para hallar
Luto y tinieblas en ti,
Y lágrimas de amargura
Que enjugar?

Pero tú conmigo lloras,
Que eres el ángel caído
Del dolor,
Y piedad llorando imploras,
Y recuerdas tu perdido
Resplandor.

Lucero, si mi quebranto
Oyes, y sufres cual yo,
¡Ay!, juntemos
Nuestras quejas, nuestro llanto:
Pues nuestra gloria pasó,
Juntos lloremos.

Mas hoy miro tu luz casi apagada,
Y un vago padecer mi pecho siente:
Que está mi alma de sufrir cansada,
Seca ya de las lágrimas la fuente.

¡Quién sabe!... tú recobrarás acaso
Otra vez tu pasado resplandor,
A ti tal vez te anunciará tu ocaso
Un oriente más puro que el del sol.

A mí tan solo penas y amargura
Me quedan en el valle de la vida;
Como un sueño pasó mi infancia pura,
Se agosta ya mi juventud florida.

Astro sé tú de candidez y amores
Para el que luz te preste en su ilusión,
Y ornado el porvenir de blancas flores,
Sienta latir de amor su corazón.

Yo indiferente sigo mi camino
A merced de los vientos y la mar,
Y entregado, en los brazos del destino,
Ni me importa salvarme o zozobrar.





HIMNO A LA INMORTALIDAD




¡Salve llama creadora del mundo,
Lengua ardiente de eterno saber,
Pero germen, principio fecundo
Que encadenas la muerte a tus pies!

Tú la inerte materia espoleas,
Tú la ordenas juntarse a vivir,
Tú su lodo modelas, y creas
Miles de seres de formas sin fin.

Desbarata tus obras en vano
Vencedora la muerte tal vez;
De sus restos levanta tu mano
Nuevas obras triunfante otra vez.

Tú la hoguera del sol alimentas,
Tú revistes los cielos de azul,
Tú la luna en las sombras de argentas,
Tú coronas la aurora de luz.

Gratos ecos al bosque sombrío,
Verde pompa a los árboles das,
Melancólica música al río,
Ronco grito a las olas del mar.

Tú el aroma en las flores exhalas,
En los valles suspiras de amor,
Tú murmuras del aura en las alas,
En el Bóreas retumba tu voz.

Tú derramas el oro en la tierra
En arroyos de hirviente metal;
Tú abrillantas la perla que encierra
En su abismo profundo la mar.

Tú las cárdenas nubes extiendes
Negro manto que agita Aquilón;
Con tu aliento los aires enciendes,
Tus rugidos infunden pavor.

Tú eres pura simiente de vida,
Manantial sempiterno del bien;
Luz del mismo Hacedor desprendida,
Juventud y hermosura es tu ser.

Tú eres fuerza secreta que el mundo
En sus ejes impulsa a rodar,
Sentimiento armonioso y profundo
De los orbes que anima tu faz.

De tus obras los siglos que vuelan
Incansables artífices son,
Del espíritu ardiente cincelan
Y embellecen la estrecha prisión.

Tú en violento, veloz torbellino,
Los empujas enérgica, y van;
Y adelante en tu raudo camino
A otros siglos ordenas llegar.

Hombre débil, levanta la frente,
Pon tu labio en su eterno raudal;
Tú serás como el sol en Oriente,
Tú serás, como el mundo, inmortal.





CANCIÓN A LA MUERTE




Débil mortal no te asuste
Mi oscuridad ni mi nombre;
En mi seno encuentra el hombre
Un término a su pesar.
Yo, compasiva, te ofrezco
Lejos del mundo un asilo,
Donde a mi sombra tranquilo
Para siempre duerma en paz.

Isla yo soy del reposo
En medio el mar de la vida,
Y el marinero allí olvida
La tormenta que pasó;
Allí convidan al sueño
Aguas puras sin murmullo,
Allí se duerme al arrullo
De una brisa sin rumor.

Soy melancólico sauce
Que su ramaje doliente
Inclina sobre la frente
Que arrugara el padecer,
Y aduerme al hombre, y sus sienes
Con fresco jugo rocía
Mientras el ala sombría
Bate el olvido sobre él.

Soy la virgen misteriosa
De los últimos amores,
Y ofrezco un lecho de flores,
Sin espina ni dolor,
Y amante doy mi cariño
Sin vanidad ni falsía;
No doy placer ni alegría,
Más es eterno mi amor.

En mí la ciencia enmudece,
En mí concluye la duda
Y árida, clara, desnuda,
Enseño yo la verdad;
Y de la vida y la muerte
Al sabio muestro el arcano
Cuando al fin abre mi mano
La puerta a la eternidad.

Ven y tu ardiente cabeza
Entre mis manos reposa;
Tu sueño, madre amorosa;
Eterno regalaré;
Ven y yace para siempre
En blanca cama mullida,
Donde el silencio convida
Al reposo y al no ser.

Deja que inquieten al hombre
Que loco al mundo se lanza;
Mentiras de la esperanza,
Recuerdos del bien que huyó;
Mentiras son sus amores,
Mentiras son sus victorias,
Y son mentiras sus glorias,
Y mentira su ilusión.

Cierre mi mano piadosa
Tus ojos al blanco sueño,
Y empape suave beleño
Tus lágrimas de dolor.
Yo calmaré tu quebranto
Y tus dolientes gemidos,
Apagando los latidos
De tu herido corazón.





LA CAUTIVA




Ya el sol esconde sus rayos,
el mundo en sombras se vela,
el ave a su nido vuela.
Busca asilo el trovador.

Todo calla: en pobre cama
duerme el pastor venturoso:
en su lecho suntüoso
se agita insomme el señor.

Se agita; mas ¡ay! reposa
al fin en su patrio suelo;
no llora en mísero duelo
la libertad que perdió.

Los campos ve que a su infancia
horas dieron de contento,
su oído halaga el acento
del país donde nació.

No gime ilustre cautivo
entre doradas cadenas,
que si bien de encanto llenas,
al cabo cadenas son.

Si acaso, triste lamenta,
en torno ve a sus amigos,
que, de su pena testigos,
consuelan su corazón.

La arrogante erguida palma
que en el desierto florece,
al viajero sombra ofrece,
descanso y grato manjar.

Y, aunque sola, allí es querida
del árabe errante y fiero,
que siempre va placentero
a su sombra a reposar.

Mas ¡ay triste! yo cautiva,
huérfana y sola suspiro,
el clima extraño respiro,
y amo a un extraño también.

No hallan mis ojos mi patria;
humo han sido mis amores;
nadie calma mis dolores
y en celos me siento arder.

¡Ah! ¿Llorar? ¿Llorar?... no puedo
ni ceder a mi tristura,
ni consuelo en mi amargura
podré jamás encontrar.

Supe amar como ninguna,
supe amar correspondida;
despreciada, aborrecida,
¿no sabré también odiar?

¡Adiós, patria! ¡adiós, amores!
La infeliz Zoraida ahora
sólo venganzas implora,
ya condenada a morir.

No soy ya del castellano
la sumisa enamorada:
soy la cautiva cansada
ya de dejarse oprimir.





A MADRIGAL




Son tus labios un rubí
partido por gala en dos,
arrancado para ti
de la corona de un dios.





A ***, DEDICANDOLE ESTAS POESIAS




Marchitas ya las juveniles flores,
Nublado el sol de la esperanza mía,
Hora tras hora cuento y mi agonía
Crece, y mi ansiedad y mis dolores.

Sobre terso cristal ricos colores
Pinta alegre tal vez mi fantasía,
Cuando la triste realidad sombría
Mancha el cristal y empaña sus fulgores.

Los ojos vuelvo en su incesante anhelo,
Y gira en torno indiferente el mundo,
Y en torno gira indiferente el cielo.

A ti las quejas de mi mal profundo,
Hermosa sin ventura, yo te envío:
Mis versos son tu corazón y el mío.





A JARIFA, EN UNA ORGIA




Trae, Jarifa, trae tu mano,
Ven y pósala en mi frente,
Que en un mar de lava hirviente
Mi cabeza siento arder.
Ven y junta con mis labios
Esos labios que me irritan,
Donde aún los besos palpitan
De tus amantes de ayer.

¿Qué la virtud, la pureza?
¿Qué la verdad y el cariño?
Mentida ilusión de niño,
Que halagó mi juventud.
Dadme vino: en él se ahoguen
Mis recuerdos; aturdida
Sin sentir huya la vida;
Paz me traiga el ataúd.

El sudor mi rostro quema,
Y en ardiente sangre rojos
Brillan inciertos mis ojos,
Se me salta el corazón.
Huye, mujer; te detesto,
Siento tu mano en la mía,
Y tu mano siento fría,
Y tus besos hielos son.

¡Siempre igual! Necias mujeres,
Inventad otras caricias,
Otro mundo, otras delicias,
O maldito sea el placer.
Vuestros besos son mentira,
Mentira vuestra ternura:
Es fealdad vuestra hermosura,
Vuestro gozo es padecer.
Yo quiero amor, quiero gloria,
Quiero un deleite divino,
Como en mi mente imagino,
Como en el mundo no hay;
Y es la luz de aquel lucero
Que engañó mi fantasía,
Fuego fatuo, falso guía
Que errante y ciego me traía.

¿Por qué murió para el placer mi alma,
Y vive aún para el dolor impío?
¿Por qué si yazgo en indolente calma,
Siento, en lugar de paz, árido hastío?

¿Por qué este inquieto, abrasador deseo?
¿Por qué este sentimiento extraño y vago,
Que yo mismo conozco un devaneo,
Y busco aún su seductor halago?

¿Por qué aún fingirme amores y placeres
Que cierto estoy de que serán mentira?
¿Por qué en pos de fantásticas mujeres
Necio tal vez mi corazón delira,

Si luego, en vez de prados y de flores,
Halla desiertos áridos y abrojos,
Y en sus sandios o lúbricos amores
Fastidio sólo encontrará y enojos?

Yo me arrojé cual rápido cometa,
En alas de mi ardiente fantasía:
Doquier mi arrebatada mente inquieta,
Dichas y triunfos encontrar creía.

Yo me lancé con atrevido vuelo
Fuera del mundo en la región etérea,
Y hallé la duda, y el radiante cielo
Vi convertirse en ilusión aérea.

Luego en la tierra la virtud, la gloria,
Busqué con ansia y delirante amor,
Y hediondo polvo y deleznable escoria
Mi fatigado espíritu encontró.

Mujeres vi de virginal limpieza
Entre albas nubes de celeste lumbre;
Yo las toqué, y en humo su pureza
Trocarse vi, y en lodo y podredumbre.

Y encontré mi ilusión desvanecida
Y eterno e insaciable mi deseo:
Palpé la realidad y odié la vida;
Sólo en la paz de los sepulcros creo.

Y busco aún y busco codicioso,
Y aún deleites el alma finge y quiere:
Pregunto y un acento pavoroso
"¡Ay! -me responde-, desespera y muere.

Muere, infeliz: la vida es un tormento,
Un engaño el placer; no hay en la tierra
Paz para ti, ni dicha, ni contento,
Sino eterna ambición y eterna guerra.

Que así castiga Dios el alma osada,
Que aspira loca, en su delirio insano,
De la verdad para el mortal velada
A descubrir el insondable arcano".

¡Oh!, cesa; no, yo no quiero
Ver más, ni saber ya nada:
Harta mi alma y postrada,
Sólo anhela descansar.

En mí muera el sentimiento,
Pues ya murió mi ventura,
Ni el placer ni la tristura
Vuelvan mi pecho a turbar.

Pasad, pasad en óptica ilusoria
Y otras jóvenes almas engañad:
Nacaradas imágenes de gloria,
Coronas de oro y de laurel, pasad.

Pasad, pasad mujeres voluptuosas,
Con danza y algazara en confusión;
Pasad como visiones vaporosas
Sin conmover ni herir mi corazón.

Y aturdan mi revuelta fantasía
Los brindis y el estruendo del festín,
Y huya la noche y me sorprenda el día
En un letargo estúpido y sin fin.

Ven, Jarifa; tú has sufrido
Como yo; tú nunca lloras;
Mas ¡ay triste!, que no ignoras
Cuán amarga es mi aflicción.
Una misma es nuestra pena,
En vano el llanto contienes.
Tú también, como yo, tienes
Desgarrado el corazón.





LAS QUEJAS DE SU AMOR




Bellísima parece
Al vástago prendida,
Gallarda y encendida
De abril la linda flor;
Empero muy más bella
La virgen ruborosa
Se muestra, al dar llorosa
Las quejas de su amor.

Suave es el acento
De dulce amante lira,
Si al blando son suspira
De noche el trovador;
Pero aún es más suave
La voz de la hermosura
Si dice con ternura
Las quejas de su amor.

Grato es en noche umbría
Al triste caminante
Del alma radiante
Mirar el resplandor;
Empero es aun más grato
El alma enamorada
Oír de su adorada
Las quejas de su amor.





CANTO A TERESA




¡Oh, Teresa! ¡Oh, dolor! Lágrimas mías
¡Ah!, ¿dónde estáis, que no corréis a mares?
¿Por qué, por qué como en mejores días
No consoláis vosotras mis pesares?
¡Oh, los que no sabéis las agonías
De un corazón que penas a millares,
¡Ay!, desgarraron y que ya no llora,
¡Piedad tened de mi tormento ahora!
¡Oh, dichosos mil veces, sí, dichosos
Los que podéis llorar y ay, sin ventura
De mí, que entre suspiros angustiosos
Ahogar me siento en mi infernal tortura!
¡Refuércese entre nudos dolorosos
Mi corazón, gimiendo de amargura!
También tu corazón, hecho pavesa,
¡Ay!, llegó a no llorar, ¡pobre Teresa!
¿Quién pensará jamás, Teresa mía,
Que fuera eterno manantial de llanto
Tanto inocente amor, tanta alegría,
Tantas delicias y delirio tanto?
¿Quién pensara jamás llegase un día
En que perdido el celestial encanto
Y caída la venda de los ojos,
Cuanto diera placer causara enojos?

¡Pobre Teresa! ¡Al recordarle siento
Un pesar tan intenso...! Embarga impío
Mi quebrantada voz mi sentimiento,
Y suspira tu nombre el labio mío;
Para allí su carrera el pensamiento,
Hiela mi corazón punzante frío,
Ante mis ojos la funesta losa
Donde, vil polvo, tu beldad reposa.





CANTA EN LA NOCHE




Canta en la noche, canta en la mañana,
Ruiseñor, en el bosque tus amores;
Canta, que llorará cuando tú llores
El alba perlas en la flor temprana.

Teñido el cielo de amaranto y grana,
La brisa de la tarde entre las flores
Suspirará también a los rigores
De tu amor triste y tu esperanza vana.

Y en la noche serena, al puro rayo
De la callada luna, tus cantares
Los ecos sonarán del bosque umbrío.

Y vertiendo dulcísimo desmayo,
Cual bálsamo suave en mis pesares,
Endulzará tu acento el labio mío.





SONETO




Fresca, lozana, pura y olorosa,
Gala y adorno del pensil florido,
Gallarda puesta sobre el ramo erguido,
Fragancia esparce la naciente rosa.

Mas si el ardiente sol lumbre enojosa
Vibra, del can en llamas encendido,
El dulce aroma y el color perdido,
Sus hojas lleva el aura presurosa.

Así brilló un momento mi ventura
En alas del amor, y hermosa nube
Fingí tal vez de gloria y de alegría.

Mas ¡ay!, que el bien trocose en amargura,
Y deshojada por los aires sube
La dulce flor de la esperanza mía.







José de Espronceda


EL VERDUGO

De los hombres lanzado al desprecio,
de su crimen la víctima fui,
y se evitan de odiarse a sí mismos,
fulminando sus odios en mí.
Y su rencor
al poner en mi mano, me hicieron
su vengador;
y se dijeron
«Que nuestra vergüenza común caiga en él;
se marque en su frente nuestra maldición;
su pan amasado con sangre y con hiel,
su escudo con armas de eterno baldón
sean la herencia
que legue al hijo,
el que maldijo
la sociedad.»
¡Y de mí huyeron,
de sus culpas el manto me echaron,
y mi llanto y mi voz escucharon
sin piedad!

Al que a muerte condena le ensalzan...
¿Quién al hombre del hombre hizo juez?
¿Que no es hombre ni siente el verdugo
imaginan los hombres tal vez?
¡Y ellos no ven
Que yo soy de la imagen divina
copia también!
Y cual dañina
fiera a que arrojan un triste animal
que ya entre sus dientes se siente crujir,
así a mí, instrumento del genio del mal,
me arrojan el hombre que traen a morir.
Y ellos son justos,
yo soy maldito;
yo sin delito
soy criminal:
mirad al hombre
que me paga una muerte; el dinero
me echa al suelo con rostro altanero,
¡a mí, su igual!

El tormento que quiebra los huesos
y del reo el histérico ¡ay!,
y el crujir de los nervios rotos
bajo el golpe del hacha que cae,
son mi placer.
Y al rumor que en las piedras rodando
hace, al caer,
del triste saltando
la hirviente cabeza de sangre en un mar,
allí entre el bullicio del pueblo feroz
mi frente serena contemplan brillar,
tremenda, radiante con júbilo atroz
que de los hombres
en mí respira
toda la ira,
todo el rencor:
que a mí pasaron
la crueldad de sus almas impía,
y al cumplir su venganza y la mía
gozo en mi horror.

Ya más alto que el grande que altivo
con sus plantas hollara la ley
al verdugo los pueblos miraron,
y mecido en los hombros de un rey:
y en él se hartó,
embriagado de gozo aquel día
cuando espiró;
y su alegría
su esposa y sus hijos pudieron notar,
que en vez de la densa tiniebla de horror,
miraron la risa su labio amargar,
lanzando sus ojos fatal resplandor.
Que el verdugo
con su encono
sobre el trono
se asentó:
y aquel pueblo
que tan alto le alzara bramando,
otro rey de venganzas, temblando,
en él miró.

En mí vive la historia del mundo
que el destino con sangre escribió,
y en sus páginas rojas Dios mismo
mi figura imponente grabó.
La eternidad
ha tragado cien siglos y ciento,
y la maldad
su monumento
en mí todavía contempla existir;
y en vano es que el hombre do brota la luz
con viento de orgullo pretenda subir:
¡preside el verdugo los siglos aún!
Y cada gota
que me ensangrienta,
del hombre ostenta
un crimen más.
Y yo aún existo,
fiel recuerdo de edades pasadas,
a quien siguen cien sombras airadas
siempre detrás.

¡Oh! ¿por qué te ha engendrado el verdugo,
tú, hijo mío, tan puro y gentil?
En tu boca la gracia de un ángel
presta gracia a tu risa infantil.
!Ay!, tu candor,
tu inocencia, tu dulce hermosura
me inspira horror.
¡Oh!, ¿tu ternura,
mujer, a qué gastas con ese infeliz?
¡Oh!, muéstrate madre piadosa con él;
ahógale y piensa será así feliz.
¿Qué importa que el mundo te llame cruel?
¿mi vil oficio
querrás que siga,
que te maldiga
tal vez querrás?
¡Piensa que un día
al que hoy miras jugar inocente,
maldecido cual yo y delincuente
también verás!







José de Espronceda


EL REO DE MUERTE

Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!!!

I

Reclinado sobre el suelo
con lenta amarga agonía,
pensando en el triste día
que pronto amanecerá;
en silencio gime el reo
y el fatal momento espera
en que el sol por vez postrera
en su frente lucirá.

Un altar y un crucifijo
y la enlutada capilla,
lánguida vela amarilla
tiñe en su luz funeral,
y junto al mísero reo,
medio encubierto el semblante
se oye al fraile agonizante
en son confuso rezar.

El rostro levanta el triste
y alza los ojos al cielo,
tal vez eleva en su duelo
la súplica de piedad.
¡Una lágrima! ¿es acaso
de temor o de amargura?
¡Ay! a aumentar su tristura
vino un recuerdo quizá!!!

Es un joven, y la vida
llena de sueños de oro,
pasó ya, cuando aún el lloro
de la niñez no enjugó
el recuerdo es de la infancia,
¡y su madre que le llora,
para morir así ahora
con tanto amor le crió!

Y a par que sin esperanza
ve ya la muerte en acecho,
su corazón en su pecho
siente con fuerza latir;
al tiempo que mira al fraile
que en paz ya duerme a su lado,
y que, ya viejo y postrado
le habrá de sobrevivir.

¿Más qué rumor a deshora
rompe el silencio? Resuena
una alegre cantilena
y una guitarra a la par,
y de gritos y botellas
que se chocan el sonido,
y el amoroso estallido
de los besos y el danzar.
Y también pronto en son triste
lúgubre voz sonará:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!

Y la voz de los borrachos,
y sus brindis, sus quimeras,
y el cantar de las rameras,
y el desorden bacanal
en la lúgubre capilla
penetran, y carcajadas,
cual de lejos arrojadas
de la mansión infernal.
Y también pronto en son triste
lúgubre voz sonará:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!

¡Maldición! al eco infausto,
el sentenciado maldijo
la madre que como a hijo
a sus pechos le crió;
y maldijo el mundo todo,
maldijo su suerte impía,
maldijo el aciago día
y la hora en que nació.

II

Serena la luna
alumbra en el cielo,
domina en el suelo
profunda quietud;
ni voces se escuchan,
ni ronco ladrido,
ni tierno quejido
de amante laúd.

Madrid yace envuelto en sueño,
todo al silencio convida,
y el hombre duerme y no cuida
del hombre que va a espirar;
si tal vez piensa en mañana,
ni una vez piensa siquiera
en el mísero que espera
para morir, despertar:
que sin pena ni cuidado
los hombres oyen gritar:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!

¡Y el juez también en su lecho
duerme en paz! ¡y su dinero
el verdugo, placentero,
entre sueños cuenta ya!
tan sólo rompe el silencio
en la sangrienta plazuela
el hombre del mal que vela
un cadalso a levantar.

* * *

Loca y confusa la encendida mente,
sueños de angustia y fiebre y devaneo,
el alma envuelven del confuso reo,
que inclina al pecho la abatida frente.

Y en sueños
confunde
la muerte,
la vida:
recuerda
y olvida,
suspira,
respira
con hórrido afán.

Y en un mundo de tinieblas
vaga y siente miedo y frío,
y en su horrible desvarío
palpa en su cuello el dogal:
y cuanto más forcejea,
cuanto más lucha y porfía,
tanto más en su agonía
aprieta el nudo fatal.
Y oye ruido, voces, gentes,
y aquella voz que dirá:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!

O ya libre se contempla,
y el aire puro respira,
y oye de amor que suspira
la mujer que a un tiempo amó,
bella y dulce cual solía,
tierna flor de primavera,
el amor de la pradera
que el abril galán mimó.

Y gozoso a verla vuela,
y alcanzarla intenta en vano,
que al tender la ansiosa mano
su esperanza a realizar,
su ilusión la desvanece
de repente el sueño impío,
y halla un cuerpo mudo y frío
y un cadalso en su lugar:
y oye a su lado en son triste
lúgubre voz resonar:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!





Reseña biográfica

El nacimiento de José de Espronceda está marcado por un hecho histórico. Su padre era teniente coronel, y tuvieron que trasladarse a Badajoz, por el motín de Aranjuez. El parto cogió por sorpresa a su mujer y nació en “los Pajares de la Vega” el 25 de marzo de 1808.

De niño fue muy travieso y estuvo lleno de vitalidad. A los 15 años, tras la ejecución del general Riego, fundó la sociedad secreta de “Los Numantinos” . Esta organización clandestina se dedicaba a las conspiraciones y rebelión contra la sociedad. sus acciones fueron descubiertas y fueron condenados a 5 años de cárcel, pero se vio limitado a unas semanas de reclusión en un convento de Guadalajara (allí compuso el poema Pelayo)

A los dieciocho años se exilió voluntariamente en Lisboa y allí conoció a Teresa Mancha, de la que se enamoró profundamente y la siguió hasta Londres.

Más tarde se instaló en París donde participó en la revolución, en 1833 regresó a España con una expedición de revolucionarios, pero fue detenido y desterrado de nuevo. Durante este periodo escribió la obra Blanca de Borbón. Más tarde raptó a Teresa y volvió con ella a España y le inspiró para crear el poema Canto a Teresa.

En 1833 fue indultado y volvió a España, aunque tomó parte en unos pronunciamientos que tuvieron como consecuencia, nuevas persecuciones. Después, inició una carrera diplomática y política de gran brillantez. Su fama llegó al punto más álgido en 1836 con la publicación de La canción de pirata, que pone de manifiesto el espíritu y esencia de la figura romántica con la defensa de la libertad absoluta, la rebelión religiosa, social y política.

Tras la muerte de Teresa, adoptó nuevas percepciones del amor, demostrando hastío, desilusión, pena por el amor perdido y rebelión contra la realidad de la vida. Esto queda patente en el poema A Jarifa en una orgía

En 1842 murió, tras ser nombrado diputado en las Cortes por el Partido Progresista.













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